EL DROGAS. 2020. 80´. Color.
Dirección: Natxo Leuza; Guión: Natxo Leuza y Alex García De Vicuña; Dirección de fotografía: Iñaki Alforja; Montaje: Natxo Leuza; Música: Mikel Salas. Canciones de Barricada y El Drogas; Producción: María Guzmán Ligorit y Rosa G. Loire, para NARM Films-Marmoka Films (España).
Intérpretes: Enrique Villarreal El Drogas, Mamen Irujo, Kutxi Romero, Gorka Urbizu, Javier Gallego, Rosendo Mercado, Fito Cabrales, Christina Rosenvinge, Carlos Tarque, Marino Goñi, Araia Villarreal, Gari Villarreal.
Sinopsis: Film autobiográfico en el que el antiguo cantante de Barricada explica su trayectoria personal y musical.
El navarro Natxo Leuza dio inicio a su carrera como director de largometrajes asumiendo la realización de un documental autobiográfico de quien quizá sea el rockero más célebre de su región, Enrique Villarreal, más conocido como El Drogas, quien fuera líder de Barricada hasta su traumática salida de la banda hará más o menos una década. Ayudado por el carisma de su protagonista, el film ha tenido una buena difusión, dentro de los límites de su género, e incluso estuvo nominado a mejor largometraje documental en los premios Forqué. La acogida crítica ha sido más tibia, creo que con razón.
Leuza nos sirve un trabajo muy pulido, que sigue el orden cronológico habitual en este tipo de productos y ofrece en todo momento la imagen de ser una biografía autorizada, en la que las cuestiones tratadas u omitidas tienen mucho más que ver con los deseos del protagonista que con su relevancia narrativa o histórica. Dicho de otro modo, que Leuza adopta el punto de vista de un fan, lo que paradójicamente le da a su película un cierto aire funcionarial que poco liga con el espíritu contestatario del biografiado. Existe, a mi modo de ver, una obsesión excesiva por el retrato íntimo, mientras que demasiados aspectos públicos, empezando por el que más interesa al espectador de este documental, la salida de Enrique Villarreal de Barricada, el grupo al que lideró durante tres décadas, se tratan de soslayo o, simplemente, se ignoran. El Drogas hace una distinción muy clara entre los primeros diez años de vida de Barricada, período que considera la edad de oro del grupo, pese al trauma que supuso el fallecimiento del bateria Mikel Astrain en 1984, y el resto del tiempo que permaneció en la banda, pero en ningún momento explica el motivo de esa distinción. Que el abuso de psicotrópicos, el cambio de gustos del público y la batalla de egos entre los miembros del grupo tuvieron mucho que ver en ello es algo que el espectador del film ya deduciría por sí mismo, pero una aclaración oficial, ya que todo en la película lo es tanto, no hubiese estado de más. Igualmente, uno es muy libre de tener sus filias y fobias personales, pero que en la película ni se nombre a Fernando Coronado, que fue bateria del grupo durante casi veinte años, o se aluda un par de veces, y a regañadientes, a Alfredo Piedrafita, que fue parte importante del grupo hasta su disolución, hace que, como documento de lo que fue Barricada, esta película cojee de manera ostensible. De la salida de El Drogas de la banda existen versiones contrapuestas (la del aludido es muy simple: sus compañeros le expulsaron a sus espaldas), pero que de ella se derivara la ruptura de relaciones entre el protagonista y el ya fallecido Boni, con quien le habían unido lazos en verdad fraternales, recuperados a última hora, quizá debería hacer pensar a Enrique Villarreal que su punto de vista, que es el único que aquí se nos ofrece, puede no ser el más correcto. Sí se da mucha cancha a la desigual carrera en solitario del cantante, que ha pasado de ser emblema de un rock callejero, primario en lo técnico, contundente en el sonido y batallador pero ambiguo en lo político, a ofrecer trabajos más elaborados, tanto en lo lírico como en lo musical, pero seguramente de menor alcance y con un trasfondo panfletario que a ratos difumina el interés de la propuesta. Volviendo al film, tampoco lo realzan de forma significativa los testimonios, bastante típicos, de algunos compañeros de profesión de El Drogas, con la loable excepción de Rosendo Mercado, que por algo fue productor de algunos de los primeros álbumes de la banda navarra.
Así pues, Natxo Leuza ejerce de alumno aplicado, pero carente de rebeldía frente al protagonista, cuyos vídeos caseros junto a sus nietos pueden tener mucha trascendencia personal, pero muy poca a nivel cinematográfico, por lo que incluir algunos fragmentos en un film que apenas pasa de la hora y cuarto de metraje es un capricho innecesario. Lo mejor, a mi juicio, es el retrato de infancia y juventud en el barrio pamplonés de la Chantrea, uno de esos lugares que imprimen carácter a sus hijos, así como algunas reflexiones sobre lo que significa llevar el timón de una banda de rock que alcanza un éxito mayúsculo en España. Más allá de eso, todo es demasiado correcto y demasiado subjetivo como para satisfacer plenamente a alguien más que a los incondicionales. Bien, a secas.