THEY SHALL NOT GROW OLD. 2018. 99´. B/N-Color.
Dirección: Peter Jackson; Guión: Peter Jackson; Montaje: Jabez Olssen; Música: Plan B; Producción: Clare Olssen y Peter Jackson, para House Productions-WingNut Films-Imperial War Museum (Reino Unido-Nueva Zelanda)
Intérpretes: Voces de los combatientes británicos: Archibald Yuille, Sidney Woodcock, James Payne, Eric Forman O´Gowan, Leonard Ounsworth, George Harbottle, William Daniels, Charles Chabot, Clifford Lane, Roderick MacLeod, Charles Quinnell, John Ashby, W. J. Fullerton, Bertram Steward, Norman Demuth, Arthur Smith, Ernest Jones, John Terrell, William Hall, Leslie Briggs, George Thompson, William Benham, Arthur Maydwell.
Sinopsis: Soldados británicos que combatieron en la Primera Guerra Mundial aportan sus testimonio de cómo vivieron el conflicto.
Peter Jackson hizo un punto y aparte en su intensiva dedicación al universo de Tolkien para hacerse cargo de un film conmemorativo del centenario del fin de la Primera Guerra Mundial, auspiciado por el Imperial War Museum londinense. Pocos cineastas podían ser más apropiados que el neozelandés para llevar a buen puerto este proyecto, no sólo por su calidad, sino por ser un apasionado experto en ese conflicto, en el que combatió uno de sus abuelos. Ellos no envejecerán conquistó a la crítica de forma casi unánime, y se ha convertido por derecho propio en una de las películas de referencia para analizar una guerra que sembró Europa de cadáveres durante cuatro largos años.
Una de las especificidades más llamativas de Ellos no envejecerán es que huye de un enfoque historicista y se centra, siempre desde el punto de vista del bando británico, en la experiencia bélica de un puñado de militares, casi todos soldados rasos y suboficiales, que ofrecieron sus testimonios a las cámaras y los micrófonos de la BBC en las décadas de los 60 y 70. A partir de esas palabras, que explicaban lo que fue esa guerra en el día a día, Jackson crea una compleja maquinaria que tiene como principal objetivo que el espectador se meta en la piel de uno de esos jóvenes que, contrariamente a lo que sucedió con muchísimos de sus compañeros, lograron sobrevivir al conflicto. El eje, por supuesto, son las confesiones de los veteranos; para ilustrar sus palabras, el director neozelandès utiliza imágenes de la época, la mayoría tomadas de películas de propaganda, y las organiza de un modo vertiginoso. Para acentuar la experiencia, Jackson recurre a unos impactantes efectos de sonido, que muestran a la perfección cómo se vivían los bombardeos desde las trincheras mientras los soldados ponen voz al pánico que sintieron en esos momentos que, para muchos jóvenes de la época, fueron los últimos. Al principio, varios veteranos manifiestan que, para ellos, esa guerra suposo una experiencia única que, pese a los horrores vividos, mereció la pena vivir. Cosas de la psique humana, supongo. Acto seguido, llegamos al verdadero inicio: en el verano de 1914, el Imperio británico respondió a la violación de la soberanía belga por parte de Alemania declarando la guerra al país germano. Henchidos de ardor patriótico, miles de jóvenes ingleses (uno de los protagonistas los denomina, de forma muy certera, desechos del sistema industrial) corrieron a alistarse. Muchos de ellos ni siquiera tenían la edad legal para formar parte del Ejército, pero su entusiasmo, así como la necesidad de carne fresca que tenían los gestores de un conflicto que, teóricamente, no debía alargarse más que unos pocos meses, les llevó a formar parte de las tropas del Imperio Británico. A la hora de retratar la alegría con la que millones de jóvenes europeos se prestaron a ser víctimas de la mayor masacre vívida en el mundo hasta entonces, Ellos no envejecerán coincide de pleno con lo que se describe, en este caso desde el punto de vista francés, en las primeras páginas de esa novela magistral que es Viaje al fin de la noche. Después llegó la instrucción, en la que los reclutas debieron acostumbrarse a los rigores de la disciplina castrense. Este episodio fue, sin duda, mucho más difícil para quienes disfrutaban de una existencia civil confortable, mientras que para quienes venían de las jornadas inacabables y las pagas míseras de las fábricas, o de la esforzada vida agrícola, el paso al Ejército suposo casi una mejora en sus condiciones de vida. Llama la atención en este capítulo el hecho de que, durante su período de formación, muchos soldados temieran que ésta fuera inútil si la guerra terminaba antes de que pudiesen entrar en combate. Tiempo tendrían después de experimentar la guerra quienes lograron llegar vivos a su conclusión.
Con el paso de los minutos, se pasa de las imágenes en blanco y negro a las coloreadas, en las que se adivina un arduo trabajo técnico. Estamos ante un film muy brillante que es, sobre todo, una obra de montaje, por la relevancia que éste tiene para que el resultado final sea veraz, ilustrativo y se expongan los hechos a ritmo frenético. Jackson no se deja nada: el insuficiente equipamiento de las tropas, la vida en las trincheras, con sus momentos distendidos y casi cómicos, las pésimas condiciones higiénicas y sanitarias, apenas aliviadas por el ímprobo esfuerzo del personal sanitario, los pasatiempos de los soldados, entre los que las visitas a burdeles tenían un gran protagonismo, el trato muchas veces inhumano de los suboficiales a las tropas bajo su mando, las ganas de tener algo que contar y el miedo a no poder contarlo, la ignorancia supina respecto a lo que estaba sucediendo en otros frentes y al desarrollo de la guerra y, sobre todo, los bombardeos y sus consecuencias, que en muchos casos dejaron en quienes los padecieron heridas físicas y psicológicas de esas que ni el tiempo consigue borrar. Esoecial impacto tienen las imágenes de unos soldados sonrientes o reflexivos, seguidas de las de sus cuerpos, muchas veces mutilados, caídos en el campo de batalla. Por si todo ese catálogo de crueldades no bastaba para que el entusiasmo inicial de los combatientes mutara en un ardiente deseo de que esa pesadilla acabara cuanto antes, el contacto con el enemigo acabó de lograrlo, porque esos castigados jóvenes vieron que ese monstruo invisible al que habían jurado aniquilar estaba integrado, en su mayor parte, por gente como ellos, que obedecía órdenes, que había sufrido un sinfín de calamidades y que apenas disimulaba el hartazgo que les provocaba la guerra. Para no dejar nada en el tintero, el director muestra cómo al final del conflicto hubo más alivio que alegría en las tropas, y también las dudas de los supervivientes respecto a cómo sería su regreso a la vida civil. Unas dudas que, como acostumbra a suceder entre los veteranos de otras guerras, se resolvieron de la peor manera posible, dado que, en lugar de encontrarse con un tratamiento de héroes, no pocos de los combatientes no recibieron más que indiferencia y desprecio del país que habían ido a defender, actitud muy generalizada en toda Europa que acabó constituyendo el germen de la (mucho peor) masacre que tendría lugar apenas dos décadas después. Con esto, Peter Jackson cierra un círculo que, si no es perfecto, poco le falta.
Aunque es preciso aclarar que uno es más bien poco entusiasta del mundo de Tolkien, creo que Ellos no envejecerán es lo mejor que ha hecho Peter Jackson en su carrera, tanto por el valor histórico de la película, como por su excelente factura técnica, a lo que hay que añadir el evidente entusiasmo con el que el cineasta oceánico afrontó un proyecto que, como dije al principio, pasa a ser una obra cinematográfica imprescindible sobre la Primera Guerra Mundial.