BELL, BOOK AND CANDLE- 1958. 103´. Color.
Dirección: Richard Quine; Guión: Daniel Taradash, basado en la obra de teatro de John Van Druten; Dirección de fotografía: James Wong Howe; Montaje: Charles Nelson; Música: George Duning; Dirección artística: Cary Odell; Producción: Julian Blaustein, para Phoenix Productions-Columbia Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: James Stewart (Shepherd Henderson); Kim Novak (Gillian Holroyd); Jack Lemmon (Nicky Holroyd); Ernie Kovacs (Sidney Redlitch); Hermione Gingold (Bianca De Passe); Elsa Lanchester (Queenie Holroyd); Janice Rule (Merle Kittridge); Philippe Clay, Bek Nelson, Howard McNear, Conte Candoli, Pete Candoli.
Sinopsis: Shepherd Henderson, un editor, está a punto de casarse con su novia Merle, e ignora que Gillian, su vecina, que regenta una tienda de antigüedades, es en realidad una bruja. Atraída por el editor, Gillian utiliza un conjuro para conseguir que el hombre se enamore de ella.
Richard Quine ya era un director muy consolidado en Hollywood cuando rodó la que seguramente es su comedia más recordada, Me enamoré de una bruja,adaptación de una obra de Broadway que triunfó en las salas de exhibición cinematográfica tal y como lo había hecho sobre los escenarios. En ella, Quine, quien previamente había brillado en el cine negro, mostró sus mejores maneras en el género en el que, con los años, se había ido especializando, la comedia, dando lugar a una película deliciosa, dotada de un encanto tan particular como imperecedero.
Con alguna destacable excepción de la que, espero, en breve podrá leerse algo por aquí, cuando el cine hablaba de brujas, hechizos y conjuros lo hacía desde un prisma radicalmente distinto al que se ofrece en esta obra, en la que Gillian, la protagonista femenina, no puede ser más chic, hasta el punto de tratarse de una bruja tan moderna que regenta una tienda de antigüedades en el Greenwich Village neoyorquino. Tanto su hermano, Nicky, como su tía Queenie, poseen poderes parecidos, aunque no tan desarrollados como los de Gillian, una mujer descontenta con su condición y que en el fondo desearía ser una persona normal, a poder ser tan distinguida como su vecino de arriba, el editor Shepherd Henderson. Gillian se siente atraída por ese desconocido, que empieza a dejar de serlo después de una furtiva incursión en su domicilio, perpetrada por la tía Queenie. Estamos en vísperas de Navidad, con el añadido emocional que eso supone, y Henderson está además a punto de contraer matrimonio. Merced a un encuentro en un club nocturno, del que Henderson desconoce que es un punto de encuentro de los brujos neoyorquinos, Gillian descubre que la mujer con la que su hombre ideal está a menos de 24 horas de casarse es Merle, un espécimen particularmente odioso que fue compañera suya en la universidad. Por ello, la joven bruja decide dejar a un lado sus principios y utilizar sus poderes esotéricos para hechizar a Henderson y que éste caiga rendido de amor hacia ella. Como es fácil imaginar, este no será más que el inicio de una serie de enredos y vaivenes emocionales.
Al ver esta película, uno piensa en la embriagadora ligereza de una canción que trata del mismo tema y fue grabada apenas un año antes del estreno de la película por un tal Frank Sinatra. Me refiero a Witchcraft, con la que Me enamoré de una bruja comparte la elegancia y la capacidad para generar en su audiencia una joie de vivre que no viene mal en ninguna circunstancia, y todavía menos en las actuales. Película de estudio al cien por cien, realizada por Quine con un ritmo grácil y un romanticismo que no cae en lo ñoño gracias a algunos diálogos impregnados en cianuro y a un subtexto más punzante de lo que aparenta, nos presenta un idealizado Nueva York navideño que remite a films como Qué bello es vivir o De ilusión también se vive, aunque con un plus de ironia propio de unos tiempos ya menos ingenuos. Quine se basa en los planos cortos y el montaje rápido, haciendo un muy buen uso de unos decorados de lujo, entre los que sobresale el Zodiac, ese club nocturno en el que, como dice Shepherd Henderson, parece más Halloween que Navidad. Es magnífica la escena que ilustra el conjuro que Gillian, cuyos primeros planos simbiotizada con su gato son más propios de una película de terror, lanza sobre Henderson, y no se queda atrás aquella en la que éste descubre, aterrorizado, que la confesión de Gillian tiene tanto de esotérico como de cierto. La música, del prolífico y minusvalorado George Duning, participa del encanto que desprende toda la película, en perfecta comunión con unas imágenes en vistoso Technicolor en las que el veterano James Wong Howe volcó su saber hacer. Al final, el amor triunfa, porque Me enamoré de una bruja es sobre todo un cuento mágico, en el que la escenografia y la cámara de Quine se esfuerzan en subrayar la transformación de la protagonista femenina, que por el camino también tiene tiempo de decir que el amor no correspondido es peor que ninguno.
Se sobreentiende que la película parte de una premisa inverosímil, aunque lo verdaderamente increïble de ella es que a Kim Novak le hagan falta conjuros para conseguir que un hombre se enamore de ella. Era la segunda vez en pocos meses que Novak, actriz habitual en el cine de Richard Quine, y James Stewart compartían cabeza de cartel en una película: de la anterior, Vértigo, ya está casi todo dicho; de esta, que la química en pantalla entre ambos es magnífica, pese a que el actor sea manifiestamente viejo para el papel que interpreta, que de hecho supuso su última aparición en la pantalla como galán romántico. Salvan a Stewart sus dotes de comediante y su legendaria capacidad para dar vida a hombres corrientes superados por las circunstancias. Otra presencia usual en la obra de Quine, Jack Lemmon, está aquí algo sobreactuado, aunque a su personaje le corresponden algunos de los momentos más interesantes de la película. Ernie Kovacs, un tipo con una acusada vis cómica, borda su papel de escritor borrachín, experto en brujería y al tiempo incapaz de ver que está rodeado de individuos con poderes esotéricos. Varios de los momentos cómicos más memorables del film se deben a este notable actor, aunque Hermione Gingold y, sobre todo, una maravillosa Elsa Lanchester, no le vayan muy a la zaga en este aspecto. Por su parte, Janice Rule, que encarna a la prometida del editor Henderson, luce en sus breves apariciones, en especial en la última de ellas, fantástica, en la que además tiene tiempo para soltar el mejor chiste de la película, que, eso sí, sólo se entiende de veras en versión original. Que, por otra parte, es como deben verse las películas y series, mal que les pese a los paletos acomplejados.
Cuando se habla de alta comedia, y desde luego de comedia romántica, Me enamoré de una bruja es de esos clásicos que nunca deben dejarse de nombrar. Entre sus muchas virtudes, esta película ha contribuido en buena manera a que generaciones de hombres con buen gusto se hayan (nos hayamos, más bien) enamorado de Kim Novak. Un cuento, dije, y dije bien. Un cuento repleto de magia, no toda ella blanca. Una delicia, en suma.