DEAR DICTATOR. 2017. 89´. Color.
Dirección: Lisa Addario y Joe Syracuse; Guión: Lisa Addario y Joe Syracuse; Dirección de fotografía: Wyatt Troll; Montaje: Kent Beyda; Música: Sebastián Kauderer; Diseño de producción: Nava; Producción: Jake Shapiro, Lisa Addario, Daniel Grodnik, Mary Aloe, Lucas Jarach, Robert Ogden Barnum y Jorge García Castro, para Defiant Pictures-Hector Coup-Tunnel Post-Wicked Magic Productions-Coastal Film Studios-Digital Ignition Entertainment (EE.UU.-México).
Intérpretes: Michael Caine (Anton Vincent); Odeya Rush (Tatiana); Katie Holmes (Darlene); Seth Green (Dr. Charles Sheaver); Jason Biggs (Profesor Spines); Jackson Beard (Denny); Fish Myrr (Sarvia); Adrian Voo, Jordyn Cavros, Hannah Joy Brown, Jay Willick, Rosemberg Salgado.
Sinopsis: Tatiana, una adolescente punk que vive con su madre, escribe a un dictador extranjero para un trabajo del instituto. Ambos comienzan a comunicarse con asiduidad por vía epistolar, hasta que el tirano es depuesto y aparece de improviso en el domicilio de Tatiana.
La trayectoria cinematográfica de la pareja artística formada por Lisa Addario y Joe Syracuse ha estado siempre ligada a la comedia, género en el que sus colaboraciones se han saldado con un nivel más bien discreto. Si hemos de hacer caso a la mayoría, su último largometraje estrenado hasta la fecha, Mi querido dictador, no supone un salto cualitativo en la carrera de sus directores, aunque mi opinión es que se trata de una película estimable.
El film maneja muchas de las claves de la comedia adolescente, subgénero en el que acostumbra a confundirse la incorrección con el mal gusto. Algo de esto hay en Mi querido dictador, que en realidad es una historia de amistad y superación personal con envoltorio de comedia gamberra, que gira alrededor de un viejo tirano de ideología comunista, una adolescente inadaptada que adora la música hardcore de los 80, y su madre, una de tantas mujeres de mediana edad que acumulan fracasos sentimentales e intentan, sin demasiado éxito, sacar la cabeza del pozo del subempleo y el hastío vital. El nexo de unión entre ellos es un trabajo escolar de la adolescente, a quien, puestos a elegir un personaje célebre que le despierte admiración, escoge a un líder totalitario que trata de sofocar la rebelión en su país a golpe de ejecución sumaria. Después del primer contacto, la joven freaky del instituto y el anciano líder revolucionario intercambian cordiales misivas, hasta que los rebeldes triunfan y el dictador es depuesto. En un giro tan necesario como absolutamente inverosímil, el derrocado comandante entra en los Estados Unidos y, sin que nadie se percate de su presencia, consigue presentarse en la casa de su joven admiradora, donde busca refugio. Cuesta hablar bien de un film que se basa en una premisa que no hay quien se la crea, pero lo cierto es que los pormenores, casi todos ellos bastante tópicos, de la narración están llevados con gracia, no tanto cuando los directores buscan provocar la carcajada, sino en los momentos en los que logran alejar al trío protagonista de la temida condición de personajes huecos. De tópicos, no falta casi ninguno: la madre tiene tanto entusiasmo por rehacer su vida como desatino a la hora de escoger al hombre correcto que la encamine a ello, en el instituto se vive otra dictadura, la de las tías guays, que excluyen a quienes no se pliegan a sus caprichos y son toleradas por unos profesores de mentalidad cuadriculada y compromiso personal escaso, y el dictador mezcla una cierta bonhomía con su tendencia a mantener viva su revolución acumulando cadáveres enemigos. Por si esto no fuera poco, a la adolescente, que más allá de su estética alternativa no deja de ser como las otras, le gusta un compañero de instituto ultracristiano que, paradójicamente, disfruta tocando junto a ella unos temas que hablan de violaciones, aniquilación y vísceras desparramadas por el suelo, es decir, como las canciones de Dyango. Y, sin embargo, hay una trama llevada de una manera que consigue hacerse simpática, una construcción de personajes más sensible de lo que cabría esperar, y la (aquí sí) incorrecta moraleja de que a estos tres outsiders, cada uno a su manera, la compañía de los otros dos les hace ser mejores. La hija, que muchas veces ejerce el papel de madre de su madre, aprende a no quedarse en su rincón nihilista y a salir ahí fuera a conseguir lo que quiere, utilizando métodos muy poco ortodoxos si es necesario; la mujer adulta, más por edad que por comportamiento, aprende igualmente a hacerse respetar, tanto en el terreno laboral como en el sexo, que en su caso van muy ligados, y el anciano dictador descubre que el capitalismo también tiene sus cosas buenas y experimenta la importancia de ser, más que un líder de masas, una buena influencia para quienes le rodean. Es cierto que Mi querido dictador deambula por distintos terrenos sin zambullirse del todo en ninguno, que su desenlace es blando y que, más allá del terceto protagonista, el resto de personajes son puros estereotipos, pero de todo ello sale, por aquello que algunos llaman la magia del cine, un producto entretenido, con algunos buenos momentos y un tono general que hace agradable el conjunto.
Hay que decir que, en lo técnico, la película es una de tantísimas, sin que posea elementos que la aúpen por encima del montón de mediocridades que pueblan las carteleras y las parrillas televisivas. Addario y Syracuse se limitan a ilustrar su historia sin mostrar ninguna capacidad para sorprender al espectador a nivel visual, apartado en el que sus conocimientos no parecen ir más allá de un aprobado justo. Como mucho, los directores aciertan en dar relevancia a una música cuyo encanto se basa en ser terriblemente desagradable para los oídos, y que por ello no acostumbra a tener mucha presencia en el cine de Hollywood, que suele reservas sus cacofonías para moderneces electrónicas o rapeadas, mucho más acordes con los gustos de la juventud, o con los gustos que se quiere que ésta tenga, véanlo como deseen.
Addario y Syracuse debieron de pensar que tener a uno de los mejores actores de cine de todos los tiempos les ayudaría bastante. No erraron, porque Michael Caine nos ofrece uno de esos recitales suyos que hacen que miles de intérpretes, o de aspirantes a ello, olviden su natural narcisismo y hagan acopio de modestia. No hay demasiados actores capaces de hacer grandes películas pequeñas: aquí tenemos a un verdadero especialista en la materia. Lo que podría ser una burda parodia de Fidel Castro se convierte, gracias a este fuera de serie, en algo muy distinto, lo que en este caso equivale a algo mejor. Por su parte, Katie Holmes no parece haber evolucionado mucho desde sus prometedores, y ya lejanos, comienzos, pero al menos ofrece un trabajo resultón que encaja bien con el perfil de su personaje y con lo que es la película. La joven Odeya Rush tiene presencia y tiene madera, por lo que cabe esperar muy buenas cosas de ella en el futuro. Jason Biggs, rostro habitual de la comedia descerebrada, pasaba por allí, y a Seth Green todavía tengo que encontrarle la gracia, suponiendo que, al margen de su voz, la tenga. El joven Jackson Beard necesita mejorar.
Mi querido dictador es una comedia que consigue que el espectador pase un rato agradable. Quien piense que esto es poca cosa, es que aún no ha aterrizado en el mundo real.