POSSESSOR. 2019. 100´. Color.
Dirección: Brandon Cronenberg; Guión: Brandon Cronenberg; Director de fotografía: Karim Hussain; Montaje: Matthew Hannam; Diseño de producción: Rupert Lazarus; Música: Jim Williams; Dirección artística: Kent McIntyre; Producción: Niv Fichman, Andrew Starke, Fraser Ash y Kevin Krikst, para Ingenous Media- Arclight Films-Crave-Ontario Creates-Rhombus Media-Rook Films (Canadá-EE.UU.-Reino Unido-Australia).
Intérpretes: Andrea Riseborough (Tasya Vos); Christopher Abbott (Colin Tate); Jennifer Jason Leigh (Girder); Tuppence Middleton (Ava Parse); Sean Bean (John Parse); Rossif Sutherland (Michael Vos); Tlio Horn (Reeta); Raoul Bhaneja (Eddie); Gage Graham-Arbuthnot, Gabrielle Graham, Deragh Campbell, Dorren Lee, Rachael Crawford, Ayesha Mansur-Gonsalves.
Sinopsis: Tasya Vos es una agente de una organización que se apodera, mediante implantes cerebrales, de la voluntad de otras personas para que éstas cometan los crímenes para los que les contratan.
Como dice el refranero español, de casta le viene al galgo. Brandon Cronenberg, director de apellido cinematográficamente ilustre, triunfó en Sitges, entre otros certámenes, con su segundo largometraje, Possessor, sangrienta fábula futurista que presenta varios puntos en común con films de papá David como Scanners o Videodrome, convertidosen objeto de culto para la cinefília amante de la ciencia-ficción. Más allá de sus valores artísticos, que no son pocos, Possessor constituye un perfecto ejemplo del enorme peso de la genética en los humanos.
El futuro que imagina Brandon Cronenberg, también autor del guión, es tan impoluto y frío como un quirófano. En él, las grandes corporaciones imponen una dictadura de seda, y utilizan la tecnología para incrementar su poder sin dejarse condicionar por razones éticas. Como ven, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Al margen de las similitudes con las películas de su progenitor, Brandon Cronenberg utiliza una premissa narrativa que emparenta su obra con una película muy elogiada, a mi entender de manera harto injusta, como es Origen, de Christopher Nolan. La protagonista, Tasya Vos, es una mujer a sueldo de una empresa tecnológica que se dedica a hacer el trabajo sucio a los poderosos, introduciéndose en el cuerpo de otras personas para, mediante ese perfecto disfraz, cometer crímenes que quedan impunes ante el aparente suicidio de quien los ejecuta. Es decir, la práctica supresión de cara al exterior de las diferencias entre las figuras del autor intelectual y el autor material de un delito, usando un procedimiento que viene a ser como la hipnosis, pero empleando alta tecnología. Esta mujer es tremendamente eficaz en la tarea de introducirse en cuerpos ajenos, ejecutar a través de ellos la misión encomendada y abandonarlos junto antes de que se conviertan en materia inerte. Su destino es dirigir esas misiones en el futuro, aunque hay algo que todavía la aleja de ser la robótica empleada perfecta, y próxima líder de ese entramado criminal: el hijo que comparte con un hombre del que se ha separado, pero hacia quien sigue sintiendo afecto. El problema viene cuando uno de esos seres que sirven a Tasya como parapeto se convierte en mucho más que el muñeco teledirigido que está destinado a ser. Ese hombre, novio de la heredera de una gran corporación, debe servir para que esta joven y su padre, un desalmado magnate, mueran violentamente sin que la persona que ha encargado los asesinatos, un cualificado aspirante a dirigir la empresa, quede siquiera salpicado por el suceso, Esta vez, sin embargo, el brazo ejecutor tiene un cerebro no precisamente dócil, con sus propios planes para resolver la cuestión, y Tasya se encontrarà con muchos más problemas de los previstos para hacer lo que siempre hizo: complir sus encargos, y salir indemne.
Tenemos que seguir hablando de papá: el entorno elegante, la frialdad ambiental, la podredumbre de las almas, el uso de la tecnología y la ciencia con fines espurios, la límpida puesta en escena y la economía en el discurso son puro Cronenberg. Quizá, en un principio, la exposición de la trama sea algo confusa, y al final se intente rizar el rizo más de lo que sería menester, pero en conjunto las maneras del joven Brandon son muy buenas. Distingue al vástago un mayor gusto por la sangre, que vemos en abundancia, con algún momento de puro gore que no es tendencia general, pues en varias escenas se opta por la elipsis cuando la cosa se pone extrema. En la fotografía disfrutamos de un magnífico trabajo de Karim Hussain, seguramente el mejor que haya hecho hasta la fecha, y la música de Jim Williams acompaña muy bien un film que, en última instancia, habla de la perversidad como elemento consustancial a la condición humana, capaz de llevar, en esta era tecnológica, la manipulación de otros seres hasta límites brutales, aunque asépticos en apariencia.
En varios de sus trabajos anteriores, Andrea Riseborough ya había demostrado unas excelentes dotes dramáticas que aquí confirma sin lugar a dudas. En un papel que exige mucha contención, incluso en las situaciones emocionalmente extremas en las que se ve envuelto su personaje, la actriz inglesa brinda un trabajo susceptible de generar muchos más vítores que objeciones. No me parece que Christopher Abbott esté al mismo nivel que Riseborough, pues en esa obligada contención de la que hablaba veo, en su caso, un punto de inexpresividad que no se vislumbra en la actriz principal. Luce mucho, seguramente como sólo lo ha hecho en este siglo a las órdenes de Quentin Tarantino, una Jennifer Jason Leigh perfecta como directora del contubernio criminal. Bien Tuppence Middleton, y mejor Sean Bean en un papel que deja claro por qué en la alta dirección es donde más psicópatas pueden encontrarse fuera de las cárceles. Creo que Brandon Cronenberg ha hecho, con Possessor, una película notable. Creo también que en el futuro debe romper algo más las amarras genéticas (y esto lo dice un fan de su padre). En todo caso, está claro que Brandon sabe hacer buen cine, y que no es hijo del butanero.