OUR KIND OF TRAITOR. 2016. 104´. Color.
Dirección: Susanna White; Guión: Hossein Amini, basado en la novela de John Le Carré; Dirección de fotografía: Antohny Dod Mantle; Montaje: Tariq Anwar y Lucia Zucchetti; Diseño de producción: Sarah Greenwood; Música: Marcelo Zarvos; Dirección artística: James Foster (Supervisión); Producción: Simon Cornwell, Stephen Cornwell, Annika Sucksdorff, Khadija Alami y Gail Egan, para Studio Canal-Film4- Ink Factory-Amazon Prime Video (Reino Unido-Francia-EE.UU).
Intérpretes: Ewan McGregor (Perry); Stellan Skarsgard (Dima); Damien Lewis (Hector); Naomie Harris (Gail); Khalid Abdalla (Luke); Jeremy Northam (Aubrey Longrigg); Mark Gattis (Matlock); Grigori Dobrygin (El Príncipe); Velibor Topic (Emilio Del Oro); Saskia Reeves (Tamara); Marek Oravec (Andrei); Jana Pérez, Alec Utgoff, Mark Stanley, Alicia Von Rittberg, Michael Gould.
Sinopsis: Un matrimonio británico en crisis, de vacaciones en Marrakech, conoce a un millonario ruso y a su familia. El potentado asegura ser contable de la mafia de su país y pide ayuda al inglés, profesor universitario, para facilitar información al servicio secreto británico a cambio de asilo.
Aunque lo más destacado de su carrera, al menos hasta el momento presente, lo hallamos en la televisión, la británica Susanna White también ha dirigido alguna película estimable, como es el caso de Un traidor como los nuestros, adaptación de una novela de su compatriota John Le Carré. La película gustó, sin generar entusiasmos, a la crítica y las audiencias internacionales. Por mi parte, opino que, sin llegar a la excelencia, Our kind of traitor es mejor de lo que se ha dicho.
La experiencia dice que una adaptación, ya sea cinematográfica o televisiva, de John Le Carré no puede estar mal. En el haber de Susanna White queda el hecho de seguir con esa loable tradición, que tiene su origen allá por 1965 y que, por lo que uno ha visto, no admite excepciones. Confieso que algunas señales de alarma se me encendieron con la esteticista escena que acompaña los créditos iniciales, aunque la solemne firma del contrato entre miembros de la mafia rusa que, primero, se desarrolla en paralelo a la mencionada, y luego allana el camino hacia el primer punto fuerte de la película, me llevaron a vencer estas reticencias. Tampoco me agrada en exceso que la directora recurra a una estética de videoclip para dar cuenta de lo bizarras que son las celebraciones de los multimillonarios rusos, pero en general la labor de Susanna White es notable. Quizá el mayor problema del film sea narrativo: en primer lugar, porque se apoya en una de las tramas menos verosímiles de las urdidas por Le Carré, y en especial porque el libreto de Hossein Amini parece, en ocasiones, caminar en círculos. Respecto al primer punto, hay que decir que Un traidor como los nuestros se basa en una premisa muy hitchcockiana, la del hombre corriente que se ve inmerso en una trama internacional de espionaje y asesinatos que transforma por completo su existencia. Ocurre que falta glamour, que Susanna White no es Sir Alfred, que Cary Grant sólo hay uno, y que a los malos les sobra crueldad pero les falta enjundia, lo que es en parte disculpable porque estos tiempos nuestros son así: dinero hay mucho pero clase, bastante menos. Por lo que respecta al guión, creo que en él se plantea el conflicto de manera muy acertada, pero que a partir de ahí se apoya demasiado en los sobreentendidos y, hasta que se precipitan los acontecimientos con la huida del contable de la mafia rusa y de su familia, no puedo decir que haya momentos prescindibles, pero sí que la trama no avanza con la suficiente agilidad. Las virtudes, eso sí, son muchas más: la película es fiel al espíritu de Le Carré, tanto por el hecho de presentarnos a unos servicios secretos reales, lejos de la artificiosidad y el heroísmo impostado tantas veces vistos en el cine, como por ese tono desesperanzado con el que se observa el mundo de la alta política y las finanzas, siempre tan proclives a unirse para hacer el mal. De nuevo asoma el profundo escepticismo de alguien que formó parte del escenario de la Guerra Fría, que siguió su desarrollo con singular agudeza, y que en su vejez comprueba que la respuesta a la pregunta de si merecieron la pena tantos esfuerzos es negativa. Si algo deja claro el film, a nivel discursivo, es que en esta época quienes siguen fieles a los códigos éticos son entidades marginales, forzadas a elegir entre una lucha quijotesca y la inacción. Lo que une a Perry, el profesor universitario, y Dima, el contable de la mafia rusa que sabe que sus días están contados si no toma medidas drásticas, es el azar, pero lo que les mantiene unidos es la ética, asociada a un sentimiento mutuo de lealtad también en desuso. En Hector, el agente del MI6 que asume el protagonismo de la operación que debe garantizar la seguridad del confidente ruso, son el espíritu de revancha, y un poso de idealismo que tantos años nadando en el fango no han logrado eliminar, los elementos que le hacen simpatizar con esa extraña pareja que puede poner patas arriba al establishment británico. Gail, la esposa de Perry, es una mujer despechada, pero valerosa e inteligente, que se une a la causa por una mezcla de inercia y espíritu maternal, y que en las circunstancias más difíciles descubre el verdadero valor de su marido.
Aunque la película tiene altibajos en su parte central, tanto su inicio, como sobre todo su media hora final son excelentes, a pesar de que, como dije antes, no estemos ante la trama más verosímil que vayamos a ver en nuestras vidas. Ahí se ve el oficio, pero también la calidad de Susanna White, que cuando el guión se lo permite deja el listón bastante alto. La manera en la que filma la importante secuencia en el deprimido extrarradio parisino, en la que Dima comprueba que Perry es un individuo en el que definitivamente se puede confiar, o ese clímax en el que el profesor asiste en directo al derrumbe del castillo de naipes que a él, en cierto modo, le hacía volver a sentirse vivo, no la hubieran mejorado directores de mayor renombre. Por otra parte, el trabajo de Anthony Dod Mantle está a la altura de las maravillas que ha hecho para Danny Boyle o Lars Von Trier. Un traidor como los nuestros suma un plus por su magnífica fotografía. El trabajo del compositor brasileño Marcelo Zarvos es sólido, aunque más brillante, a mi juicio, en las secuencias iniciales de la película que en el resto del metraje, por lo que deja la sensación de ir de más a menos aunque, eso sí, el tono melancólico de su música cuadra con la naturaleza del relato.
En lo que a interpretaciones se refiere, hay que hablar en primer término de Stellan Skarsgard, pues el sueco nos ofrece el mejor trabajo actoral de la película. A lomos de un personaje que aúna inteligencia con brutalidad primaria, y que es siempre leal a sus principios, Skarsgard lo borda, haciendo que la película suba enteros. Ewan McGregor hace una buena labor, aunque me da que el paso de catedrático de Poesía a improbable héroe le viene un pelín grande. Damien Lewis logra brillar, en especial en la parte final del film, pero a uno le queda la sensación de que su personaje es un George Smiley de bolsillo (lo cual no es poca cosa, dicho sea de paso). Naomie Harris cumple, pero no más, mientras que Jeremy Northam queda un tanto desaprovechado en la piel de un personaje que seguramente merecía más cancha. Del resto de secundarios, me quedo con Saskia Reeves, notable actriz cuya carrera cinematográfica no ha dado de sí todo lo que debería. Los mafiosos rusos son demasiado arquetípicos, sin que los actores que los interpretan consigan llevar a sus personajes más allá.
No hay un Le Carré malo. Este es notable.