ALL THE KING´S MEN. 1949. 105´. B/N.
Dirección : Robert Rossen; Guión: Robert Rossen, basado en la novela de Robert Penn Warren; Director de fotografía: Burnett Guffey; Montaje: Al Clark; Dirección artística: Sturges Carne; Música: Louis Gruenberg; Producción: Robert Rossen, para Columbia Pictures (USA).
Intérpretes: Broderick Crawford (Willie Stark); John Ireland (Jack Burden); Joanne Dru (Anne Stanton); John Derek (Tom Stark); Mercedes McCambridge (Sadie Burke); Shepperd Strudwick (Adam Stanton); Ralph Dumke (Tiny Duffy); Anne Seymour (Lucy Stark); Raymond Greenleaf (Juez Stanton); Walter Burke (Sugar Boy); Katherine Warren (Sra. McEvoy); Will Wright (Dolph Pillsbury); Grandon Rhodes, Stephen Chase, Richard Hale, H.C. Miller.
Sinopsis: En un pequeño estado rural de Norteamérica, Willie Stark es un hombre que se opone a la corrupción reinante y empieza a hacerse un nombre en la política. Poco a poco, su reputación como líder aumenta y su ascensión es imparable.
Antes de que la meteórica carrera de Robert Rossen se viera interrumpida por la purga de simpatizantes izquierdistas en Hollywood encabezada por el senador Joseph McCarthy, el cineasta neoyorquino tuvo tiempo de estrenar algunas obras mayores como El político, adaptación de una novela de Robert Penn Warren que fue galardonada con el premio Pulitzer. El film resultante continúa siendo uno de los análisis más certeros jamás realizados en el cine sobre la corrupción inherente al ejercicio del poder. Hablamos de un gran éxito, pese a las ampollas que levantó entre los sectores más reaccionarios de la sociedad norteamericana, que fue galardonado con tres estatuillas doradas, entre ellas la de mejor película.
Aunque en todo momento estemos hablando de un filme político, lo cierto es que la narración se desarrolla siguiendo los cánones del cine negro, género especialmente en boga en la época y al que Robert Rossen estuvo muy vinculado ya desde su triunfal etapa como guionista. Ejemplo de hombre que se da a conocer por denunciar la corrupción ajena y comprende bien pronto que la forma más sencilla de acceder al poder, y desde luego de conservarlo, es imponer la propia, Willie Stark, el protagonista de esta película, se comporta en muchos aspectos como un gángster, sin dejar de recordar al Eddie Bartlett que tan magistralmente interpretara James Cagney en Los violentos años 20, película cuyo guionista fue un tal Robert Rossen. Stark pasa de ser la mosca cojonera de los poderosos que manejan los hilos en su pequeño condado, a ser utilizado por ellos, primero de manera involuntaria y, más tarde, con pleno conocimiento de los turbios manejos tan comunes en la política. Como tantas veces sucede, el ascenso de Willie Stark se asienta sobre una desgracia: un trágico accidente en la escuela local, cuya falta de mantenimiento había denunciado con reiteración Stark pese a los nada sutiles intentos de silenciarle, es lo que hace que este hombre de raíces humildes pase de ser una voz en el desierto, apoyada por un pequeño grupo de idealistas, a portavoz de las masas campesinas y serio aspirante al cargo de gobernador del Estado. Su historia la cuenta Jack Burden, un periodista de familia acomodada que acude a la ciudad natal de Stark y queda cautivado por su honradez y fuerza de voluntad. Este hecho hace que El político tenga una estructura narrativa similar en algunos puntos a Ciudadano Kane, aunque las diferencias entre ambas películas sean notorias. En lo que se refiere al guión, me parece casi perfecto, aunque hay dos aspectos que no me terminan de convencer: por un lado, la transformación de Stark de honrado defensor de los campesinos oprimidos a prohombre corrupto hasta la médula se muestra de un modo quizá demasiado abrupto. Considero igualmente que, siendo el protagonista un ejemplo de personaje que, desde una posición inicial de azote del poder, se transforma en marioneta de los sempiternos dirigentes, estos se muestran muy dóciles ante las muy personalistas maneras de Willie Stark, cuando es sabido que a los que mandan de verdad les gusta que sus títeres mantengan un perfil bajo, es decir, que sean más obedientes que hacendosos. La respuesta a estas dos objeciones la he dado yo mismo hace unas líneas; Stark es un gángster al modo del cine negro. Además, no creo muy aventurado decir que, para dar forma al personaje, los dos Roberts, Penn Warren y Rossen, se inspiraron en los líderes fascistas más conocidos: Adolf Hitler y Benito Mussolini. Y ambos se distinguieron, entre otras cosas, por ir muy por libre respecto a quienes les alzaron al poder.
Es evidente que la película enfoca los hechos desde una perspectiva de izquierdas, pero creo que sobre toda ella revolotea un aura de pesimismo que, en última instancia, es la que ha hecho que su discurso, más allá del final moralizante, conserve gran parte de su carga incisiva, esa que hizo que, por ejemplo, se prohibiera su exhibición en países como España. Más que incidir en el hecho de que el poder corrompe, que también, el film posee la agudeza necesaria como para matizar que, más bien, lo que hace el mando en plaza es darle a los mortales la posibilidad de ejercer a gran escala su maldad natural. Al tiempo, se destaca que, por muy corrupto que seas, las masas te adorarán si reciben las migajas del gran pastel del poder y se logra que tengan la impresión (falaz, evidentemente) de que el líder es un mero transmisor de su voluntad. La calidad de los diálogos es notable, y en ellos se muestra, sin traspasar las fronteras de lo dogmático, que son mayoría los que adoran a los gángsters. Quienes forman parte del entorno más cercano de Stark, en especial el reportero Burden y la bestia política que es Sadie Burke, no son unos estúpidos engañados cuya credulidad hace funcionar el engranaje, sino que tienen más nivel que eso y saben que incluso las personas más intachables dejan de serlo en cuanto rascas en su biografía con una mínima profundidad. Cosa distinta representa el personaje de Anne Stanton, unida a Burden por motivos sentimentales y a los personajes de mayor integridad moral de la película por lazos familiares: ella encarna el alcance de la capacidad de encantamiento que personajes como Willie Stark llegan a ejercer sobre las masas, y hasta dónde pueden llegar éstas para defender a su líder, convertido a esas alturas en un profeta.
Cineasta enérgico, Rossen le da al film un ritmo endiablado, también heredero en la forma del cine negro, aunque sin recurrir a la tendencia expresionista que abunda en el género. El director opta por una estética realista y por una puesta en escena basada en planos cortos, muy teatral en cierto modo porque el número de planos generales es escaso. El trabajo de Burnett Guffey, que ya había colaborado con Rossen en la ópera prima del director, es excelente, apostando por la forma de un docu-reportaje y sin caer en tentaciones tenebristas. La música, de Louis Gruenberg, funciona bien pero sin llegar a cotas elevadas de brillantez. Y he de incidir en que el diseño de vestuario, a cargo de Jean Louis, dice mucho de los personajes y de cuál es su evolución en el transcurso de la película.
En el plano interpretativo, todos los elogios se quedan cortos ante el mejor trabajo en la carrera de Broderick Crawford, espléndido como figura populista y, también, como personaje manipulador de las mentes ajenas. Un líder criminal, porque en el fondo no es otra cosa, tan carismático y miserable como los mejores que haya dado el cine. John Ireland, de maneras más escuetas, nos brinda su mejor trabajo más allá del western, y completa el trío más distinguido una soberbia debutante como Mercedes McCambridge, que saca un gran partido a un personaje de mucho jugo. Joanne Dru está a buen nivel, lo que no ocurre con un John Derek inexpresivo y dueño de algunos de los peores momentos interpretativos de la película. Su madre en la ficción, Anne Seymour, está bastante mejor, lo mismo que otros secundarios como Shepperd Strudwick o Raymond Greenleaf.
Magnífica película, que no ha perdido su carga de profundidad, porque su alto nivel cinematográfica es patente y porque su temática, que ilustra los riesgos del populismo y el enorme peso de la corrupción en la política, y por extensión en la sociedad, tiene tanta vigencia como cuando se estrenó esta obra que se queda justo a las puertas de lo magistral.