JACKIE. 2016. 95´. Color.
Dirección: Pablo Larraín; Guión: Noah Oppenheim; Dirección de fotografía: Stéphane Fontaine; Montaje: Sebastián Sepúlveda; Música: Mica Levi; Diseño de producción: Jean Rabasse;Dirección artística: Halina Gebarowicz, Mathieu Junot y Emmanuel Prévot; Producción: Juan De Dios Larraín, Mickey Liddell, Darren Aronofsky, Ari Handel y Scott Franklin, para Protozoa Pictures-TSG Entertainment-LD Entertainment-Fox Searchlight Pictures (EE.UU.-Francia-Chile-China-Alemania-Reino Unido)
Intérpretes: Natalie Portman (Jacqueline Kennedy); Peter Sarsgaard (Robert Kennedy); Greta Gerwig (Nancy); Billy Crudup (Periodista); John Hurt (Sacerdote); Richard E. Grant (Bill Walton); Caspar Phillipson (John Fitzgerald Kennedy); John Carroll Lynch (Lyndon B. Johnson); Max Casella (Jack Valenti); Beth Grant, Sara Verhagen, Hélène Kuhn, Deborah Findlay, Corey Johnson, Aidan O´Hare, David Caves.
Sinopsis: Crónica de cómo vivió la primera dama el asesinato de su esposo, el presidente de los Estados Unidos John Fitzgerald Kennedy, en noviembre de 1963.
La primera película rodada en inglés, y en los Estados Unidos, por el cineasta chileno Pablo Larraín fue Jackie, una obra que analiza la figura de la que fue viuda del asesinado presidente John Fitzgerald Kennedy en los días inmediatamente posteriores al magnicidio. La crítica acogió con tibieza el debut en Hollywood de Larraín, limitándose en gran parte los elogios a la interpretación de la protagonista femenina, Natalie Portman. Por lo que a mí respecta, creo que el film, sin ser desdeñable, carece de la garra que sí tienen las mejores obras rodadas en Chile por Larraín, como por ejemplo El club.
Los primeros planos de la película, con una música de aire fúnebre e imágenes muy cercanas del rostro desencajado de la protagonista, marcan el paso de todo lo que veremos a continuación, con sus virtudes y sus defectos. Porque Jackie no es un biopic al uso (aunque quizá eso la hubiese hecho más interesante), sino que se centra exclusivamente en cómo fue la vida de Jacqueline Kennedy en los días posteriores a ese 22 de noviembre de 1963 en el que su esposo, el presidente que tres años antes había derrotado a Richard Nixon en una de las contiendas electorales más reñidas que se recuerdan en los Estados Unidos, fue asesinado a balazos en Dallas. El eje de la narración es la única entrevista concedida por la joven viuda en la semana posterior al magnicidio. A partir de ese testimonio, conocemos a una mujer traumatizada, con lo que el film acaba siendo más destacable como estudio de una personalidad en shock que como biografía propiamente dicha. Tampoco es que a un servidor le atraiga demasiado Jacqueline Kennedy como personaje, justo es decirlo, pero pienso que la película olvida el entorno, que queda muy difuminado frente a la protagonista, cuyo dolor se nos muestra de una forma que cae con claridad en la sobreexposición. Por mucho que, como es el caso, a uno le guste Natalie Portman como actriz, o incluso como mujer, la omnipresencia de su rostro doliente termina por resultar agotadora. No ayuda el hecho de que los personajes secundarios resulten, en general, insípidos, o que la historia, más allá de los saltos hacia atrás en los que Jacqueline Kennedy recuerda cómo era su vida antes de la tragedia, o de los conflictos de intereses generados alrededor de cómo debían celebrarse los ritus fúnebres del presidente asesinado, no dé mucho más de sí. El guión de Noah Oppenheim acota tanto el campo de acción, que uno casi diria que hubiera funcionado mejor, salvo por alguna escena que sobresale del conjunto, por ejemplo la conversación final entre Jacqueline y el anciano sacerdote, como monólogo, al estilo de Cinco horas con Mario.
Ya se ha mencionado que Larraín abusa de los primeros planos de la protagonista, aunque más allá de eso su labor en la puesta en escena sea más que correcta. Sobresalen, por su buena factura técnica, las escenas que recrean el asesinato, así como las secuencias que ilustran la visita guiada televisiva que Jacqueline Kennedy ofreció en la Casa Blanca, por el modo de intercalar los rostros de los intérpretes en imágenes de archivo. Se busca subrayar el glamour de la protagonista, y también del entorno presidencial, si bien dicho glamour es de ese estilo ñoño que los yanquis de alta cuna suelen relacionar con la realeza: con predominio de tonos pastel, en contraste con el gris del otoño en Wahington, o con los preparativos de la mudanza que, necesidades del poder obligan, se solapa con los preparativos del funeral. La música recalca el drama de la protagonista, pero resulta reiterativa, al igual que ocurre con la simbología del tema central del musical Camelot con respecto a lo que significaron los dorados inicios de la administración Kennedy.
Opino que la catarata de elogios que recibió Natalie Portman por su interpretación en esta película es del todo merecida. Que el film no vaya mucho más de ella no es culpa suya, porque con otra actriz de menor talento Jackie se hubiese acercado peligrosamente al tostón. Peter Sarsgaard ofrece una esforzada intepretación como Robert Kennedy, lastrada por el hecho de que el personaje no ofrezca demasiadas posibilidades. Billy Crudup aporta temple al recital de Portman, mientras que Greta Gerwig se limita a pasar por allí, y a Richard E. Grant se le podría haber sacado más partido. El único actor secundario que llega realmente a destacar es John Hurt, soberbio como flemático y anciano hombre de Dios. Sus escenas con Portman son lo mejor del film. Max Casella, que a su modo ejerce de malvado, hace una buena labor.
Concluyo: Jackie busca demasiado la distancia corta, aunque tenga el mérito de ofrecer un retrato realista de una personalidad contradictoria, sin caer, más que en contadas ocasiones, en el temible panegírico. Con todo, palidece frente a las obras más personales de Pablo Larraín.