A HIDDEN LIFE. 2019. 174´. Color.
Dirección : Terrence Malick; Guión: Terrence Malick; Dirección de fotografía: Joerg Widmer; Montaje: Joe Gleason, Sebastian Jones y Rehman Nizar Ali; Dirección artística: Steve Summersgill (Supervisión); Música: James Newton Howard; Diseño de producción: Sebastian Krawinkel; Vestuario: Lisi Christl; Producción: Elisabeth Bentley, Dario Bergesio, Grant Hill y Josh Jeter, para Fox Searchlight-TSG Entertainment-Elisabeth Bay Productions-Aceway Productions-Mister Smith Entertainmemt-Orange Studio (EE.UU.-Reino Unido-Alemania).
Intérpretes: August Diehl (Franz Jaggerstatter); Valerie Pachner (Fani Jaggerstatter); Maria Simon (Resie); Karin Neuhauser (Rosalia Jaggerstatter); Tobias Moretti (Padre Furthauer); Ulrich Matthes (Lorenz Schwaninger); Matthias Schoenaerts (Capitán Herder); Franz Rogowski (Waldland); Karl Markovics (Mayor Kraus); Bruno Ganz (Juez Lueben); Michael Nykvist (Arzobispo); Wolfgang Michael (Echinger); Johannes Krisch, Johan Leysen, Martin Wuttke, Waldemar Kobus, Sophie Rois, Alexander Fehling, Dimo Alexiev, Mark Waschke, Max Malatesta, Dieter Kosslick.
Sinopsis: Franz es un granjero que vive en las montañas austríacas. Cuando empieza la Segunda Guerra Mundial llegan los problemas para él, al ser los llamados a filas obligados a prestar juramento de lealtad a Adolf Hitler.
El último estreno, hasta el momento, de Terrence Malick, Vida oculta, ha permitido al director recuperar buena parte del terreno perdido, en lo que a respaldo crítico y aceptación popular de su obra se refiere, con sus lanzamientos posteriores a El árbol de la vida. Se trata de un drama, ambientado en la Segunda Guerra Mundial, que se basa en hechos reales y recrea la catarata de desgracias que sufrieron quienes, en pleno apogeo del nazismo, hicieron público su rechazo al régimen liderado por Adolf Hitler. La película fue alabada por su calidad y recibió galardones como el concedido por el Jurado Ecuménico del festival de Cannes, sin llegar a convertirse en el fenómeno para la cinefilia que podría haber sido en circunstancias más favorables para las obras de autor.
Sin renunciar a su personal estilo, en esta ocasión Malick ofrece una narrativa más lineal y menos abstracta que en el resto de su obra reciente. Narra la historia de Franz, un agricultor y granjero de fuertes convicciones religiosas que vive feliz, junto a su esposa y sus tres hijas, en una pequeña aldea en los Alpes austríacos. En esta primera parte del film, Malick se esfuerza en recalcar lo idílico, tanto de la existencia de Franz y su familia, como del paraje que habitan. En ese lugar de cuento el trabajo es duro, pero nada enturbia el bienestar de una comunidad ajena a los vaivenes de la civilización, laboriosa y cohesionada. La búsqueda de la armonía, y también su pérdida, son temas recurrentes en el cine de Terrence Malick, y aquí la ruptura del hechizo se explica con una sola palabra: Anschluss. La anexión de Austria por parte de Alemania supone una brutal alteración del estado de cosas anterior: Malick refleja cómo, en tiempo récord, la semilla del mal es capaz de germinar incluso en un entorno tan aparentemente aislado del exterior. En una lectura que, tomada en clave contemporánea, rompe con el tópico de ensimismamiento que arrastra este director, se muestra cómo cala la propaganda racista en personas hasta entonces apolíticas, en qué medida las autoridades locales llegaron a ser cómplices de la expansión de una ideología genocida, y cómo la inmensa mayoría no hizo otra cosa que plegarse, ya fuese por convicción o por cobardía, a las insaciables exigencias de un monstruo que no admitía otra cosa que la sumisión absoluta de sus ciudadanos. Aunque Malick lo narra con su habitual ritmo sereno, aterra ver la manera en la que arraigan las arengas sobre la pertenencia a una raza superior, que no son otra cosa que el ariete contra las barreras morales frente a la cosificación, y tras ella el exterminio, de quienes no pertenecen al grupo de los elegidos. En el caso de Franz Jaggerstatter, a quien unas semanas de adiestramiento militar por parte de los esbirros del nazismo bastan para comprender que lo que se espera de él es una cooperación activa y acrítica con un régimen asesino, lo excepcional no es su rechazo a un poder por entonces omnímodo, sino su valentía a la hora de demostrarlo. Pero, como bien dijo Friedrich Nietzsche, por lo que más se nos castiga es por nuestras virtudes, y la postura de Franz no significará otra cosa que el inicio del via crucis para él y los suyos. Ser el cuerdo en un mundo de locos es una actitud rayana en lo suicida, y el protagonista experimenta una tras otra las consecuencias de su negativa a plegarse, porque el poder, y en mayor medida cuando es ejercido de forma totalitaria, jamás escatima esfuerzos en la represión de sus opositores, por muy escasos en número que estos sean. Primero llegará el rechazo silencioso de sus paisanos; después, el ostracismo público; más tarde, la desigual confrontación con el poder. El quid de la cuestión es que todo soldado tiene la obligación de firmar un juramento de lealtad a Hitler, algo a lo que Franz se niega en redondo porque él, a diferencia de la práctica totalidad de los humanos, sólo tiene unos principios, y es incapaz de no sentirse moralmente obligado por esa firma, por mucho que le digan que sólo se trata de un papel y que, si lo rubrica, evitará muchos problemas y en su interior podrá seguir pensando lo que quiera de Hitler y sus lacayos. La sola idea de traicionarse de ese modo, que además puede implicar la obligación de combatir al servicio de los nazis, le resulta inaceptable, cualesquiera que sean las consecuencias de su actitud. En su fe, Franz encuentra consuelo, y por su fe asume el martirio.
En este punto, me permito añadir que el obvio sustrato religioso del relato me repele, aunque, si es verdad eso de que Dios escribe recto con renglones torcidos, puede decirse que Franz Jaggerstatter fue un hombre justo gracias a su creencia en unas ideas religiosas equivocadas. Y no es poca cosa ser un hombre justo cuando la injusticia lo inunda todo. Tampoco comparto la visión que se da de una Iglesia que, en líneas generales, fue cómplice del fascismo (menos en Alemania que en los países latinos, todo sea dicho), ya fuese por convicción entusiasta o por la creencia de que se trataba de un mal menor asumible en la lucha contra el mayor, que era el comunismo. Lo que no voy a discutir es que Terrence Malick es un director formidable, no ya por lo estético, que en lo que se refiere a la plasmación de la belleza de los paisajes alpinos austríacos roza una vez más lo sublime, a pesar de que Joerg Widmer, que lo hace muy bien, no es Emmanuel Lubezki, sino por su forma de mostrar lo esencialmente perverso de la naturaleza humana, que podemos ver en los sucesivos encontronazos de Franz con las diferentes instancias del aparato represor nazi con las que se va topando, pero también, y sobre todo, en esa celebración del Corpus Christi en la que vemos que los otrora pacíficos aldeanos no eximen del asesinato civil ni siquiera a las hijas pequeñas de Franz y Fani, una mujer fuerte que se niega a rendirse. Otra vez, su firmeza se debe a creencias erróneas, pero no por ello deja de ser loable. Un nuevo acierto de Malick consiste en no limitarse a mostrar el via crucis de Franz, sino las terribles consecuencias que su actitud causa a sus seres queridos. El director, que a la hora de retratar los rostros apuesta por una cercanía en ocasiones casi invasiva, muestra la convicción, pero también el sufrimiento, de sus protagonistas, así como la crueldad, practicada en distintos modos de acuerdo al grado de inteligencia o de estupidez de los malvados, de sus verdugos. Aunque el mayor acierto narrativo de Terrence Malick en Vida oculta consiste, a mi juicio, en dejar muy claro que fueron muy pocos quienes se opusieron al nazismo, y que esos pocos sufrieron mucho. No faltan aquí los diálogos para exponerlo, aunque Malick ama los silencios y la narración mediante imágenes. Sin embargo, la correspondencia entre Franz y Fani le permite al director basar el discurso narrativo en la voz en off, como es habitual en su cine. Terrence Malick ama también la música. Quizá por ello, James Newton Howard nos obsequia con un trabajo muy inspirado, de espíritu introspectivo y melancólico. Además, se nos obsequia con pasajes sublimes de La pasión según San Mateo, y con otros fragmentos memorables de Handel, Beethoven, Gorecki o Arvo Pärt, sin olvidar esa maravilla que es el Agnus Dei, de Kilar. Por esto, Vida oculta es en muchos momentos una delicia para los oídos, pese a lo tenebroso de la historia que cuenta. El mayor defecto que encuentro es que al film le sobra metraje, aunque después de leer que se dedicaron cerca de tres años al montaje de la película, quizá esta objeción haya que matizarla.
Con alguna excepción, el reparto está compuesto por actores más bien poco conocidos a nivel internacional. August Diehl, que ya había demostrado con anterioridad ser un actor muy sólido, brinda una brillante lectura de un personaje cuyos paralelismos con la figura de Jesucristo no son ni escasos ni casuales. Con todo, pienso que es Valerie Pachner la gran revelación de la película a nivel interpretativo, porque gracias a ella vemos el sufrimiento, casi siempre silencioso, pero también la infatigable voluntad de Fani Jaggerstatter, que sirvió de apoyo moral a su esposo mientras lideraba la durísima tarea de sacar adelante a la familia en circunstancias tan adversas. La muy solvente Maria Simon no defrauda al dar vida a la hermana, y único apoyo en muchos momentos, de Fani. El resto de intérpretes están a buen nivel, destacando la breve aparición de Bruno Ganz como juez (y émulo de Poncio Pilatos), así como el trabajo de Franz Rogowski en la piel del más cercano compañero de celda del protagonista masculino.
Una vez más, Terrence Malick nos ofrece un film que creo que será mejor valorado a medida que pase el tiempo, que nada a contracorriente en esta época de inmediatez, remakes y superhéroes, y que no es una obra maestra, pero poco le falta.