NOCTURNAL ANIMALS. 2016. 116´. Color.
Dirección: Tom Ford; Guión: Tom Ford, basado en la novela de Austin Wright; Dirección de fotografía: Seamus McGarvey; Montaje: Joan Sobel; Música: Abel Korzeniowski; Diseño de producción: Shane Valentino; Dirección artística: Christopher L. Brown; Producción: Tom Ford y Robert Salerno, para Fade to Black Productions-Focus Features (EE.UU.)
Intérpretes: Amy Adams (Susan); Jake Gyllenhaal (Tony Hastings/Edward Sheffield); Michael Shannon (Bobby Andes); Aaron Taylor-Johnson (Ray); Isla Fisher (Laura Hastings); Ellie Bamber (India Hastings); Armie Hammer (Hutton); Karl Glusman (Lou); Robert Aramayo (Turk); Laura Linney (Anne Sutton); Alessia Riseborough, Michael Sheen, India Menuez, Jena Malone, Imogen Waterhouse, Graham Beckel.
Sinopsis: Después de años sin verse, la rica galerista Susan recibe el manuscrito de la nueva novela de su ex-marido, dedicada a ella.
La segunda película dirigida por Tom Ford fue, al igual que su ópera prima, la adaptación de una novela de un autor contemporáneo. Animales nocturnos no tiene, a priori, tantos elementos que puedan asociarse a la biografía del prestigioso diseñador como Un hombre soltero, lo que suponía un salto cualitativo en su corta carrera como director. Viendo la película, que recibió muchas nominaciones pero escasos premios en el circuito de festivales y tuvo unos resultados en taquilla más bien discretos, afirmo que Tom Ford salió muy airoso del desafío.
Creo que la escena inicial, que viene acompañada por los títulos de crédito, y que a priori resulta tan chocante en una película firmada por un esteta como es Tom Ford, no sólo puede verse como una apología de esos cánones de belleza hoy tan denostados (por quienes están dolorosamente lejos de cumplirlos, cabe señalar), sino que constituye, lo cual supone una excelente entrada para la película, la primera diatriba de Austin Wright/Tom Ford contra su protagonista femenina… en un film que, como se verá más adelante, está repleto de ellas. Susan es una galerista de arte que vive en la opulencia, casada en segundas nupcias con un rico hombre de negocios que no vive su mejor momento profesional, pero el de esta mujer adulta es un personaje que funciona a la perfección como paradigma de la vacuidad del elitista mundo del arte contemporáneo. Susan, cuyo primer matrimonio tuvo como coprotagonista a un escritor al que amaba, pero a quien abandonó por no verle capaz de proporcionarle la vida lujosa que ansiaba, sabe que las triunfales exposiciones que organiza no son más que brillantes sacos de mierda, es infeliz, padece de insomnio y se muestra como un ser incapaz de establecer relaciones humanas profundas. En estas, Susan recibe por correo el manuscrito de la nueva novela, aún por publicar, de su ex-marido. Susan y Edward, que así se llama el escritor, apenas mantienen relación, pero la galerista, a quien va dedicada la obra, se sumerge de inmediato en la lectura de un texto que la removerá como, con total seguridad, nada lo había hecho antes. A partir de aquí, la película intercala la vivencia como lectora de Susan, en cuya cabeza esa novela que tanto le remite a su pasado cobra vida, con su existencia real, de modo que podemos ver cómo, a medida que la protagonista avanza en la lectura, su vida va, a su vez, cerrando unos capítulos y abriendo otros nuevos. Así pues, realidad y ficción se mezclan en este relato sobre la culpa y la venganza, que funciona como obra antinostálgica, en tanto nos habla de seres que, al mirar atrás, lo que sienten son remordimientos o deseos de revancha.
Continuaré hablando de la que, a mi juicio, es la objeción más importante que puede ponerse a Animales nocturnos, entre otras cosas porque considero que estamos ante un film con muy pocos defectos. Tom Ford hace gala de un perfeccionismo y de una meticulosidad extremas en la decoración, la iluminación y, por supuesto, el vestuario, pero paradójicamente, esa perpetua búsqueda de la distinción da mejores resultados cuando la película baja al fango; en cambio, mientras nos hallamos en la vida real de Susan, ese perfeccionismo se percibe como recargado y por momentos llega a distraer de una narración hipnótica. Cuando la novela que lee la mujer, y con ella las imágenes de Tom Ford, se sumerge en esa pesadilla que comienza una noche como cualquier otra en una solitaria carretera de Texas, lo que nos encontramos es una película sobresaliente, casi tanto como un traje de Tom Ford en un puesto de ropa de mercadillo. Sabemos, porque el director nos lo aclara en un par de breves escenas, que lo que Edward Sheffield narra en su novela no sucedió en realidad, pero también que su prosa consigue que Susan viva ese literal descenso a los infiernos de la familia protagonista con casi idéntico desgarro del que experimentaría en caso de estar leyendo (algo imposible, de todas formas) sus propias vivencias. Así, a través de una novela inédita escrita por quien mejor la conoce, esa mujer cínica y pragmática, como ella misma se define, experimenta la conmoción, y lo hace a una edad en la que domina el escepticismo, incluso entre seres de naturaleza apasionada. Sin perder la elegancia, poco a poco Tom Ford adopta para sí los mecanismos del thriller, que maneja con soltura gracias a lo bien escrita que está la historia y a la aparición de ese personaje sublime que es Bobby Andes, el detective, enfermo terminal de cáncer (en este punto, cabe recordar esa otra maravilla de estos tiempos que es Tres anuncios en las afueras), que ayuda a Tony Hastings, el alter ego literario de Edward, a localizar a su esposa e hija desaparecidas, y también a dar con el trío de psicópatas que convirtieron una aburrida ruta automovilística nocturna en la peor de las pesadillas imaginables. Así, Tony y Bobby se embarcan en una venganza al uso… que esconde otro desquite mucho más sofisticado: el del novelista con su lectora.
Ya mencioné antes que Tom Ford tiene tanto estilo que abusa de él, pero lo cierto es que, en lo visual, la película es magnífica, con especiales alabanzas para la iluminación nocturna que consigue un Seamus McGarvey que nos ofrece su mejor desempeño en el cine hasta la fecha. Tampoco se puede decir nada malo del trabajo de montaje, tan importante en una obra que mezcla realidad y ficción. El modo de intercalar (Animales nocturnos es casi un curso de montaje paralelo) lo que lee Susan con lo que vive, y con cómo vive ambas experiencias hasta que llegan a solaparse, es de una calidad que no abunda, como sucede con la partitura escrita por Abel Korzeniowski, más íntima que suntuosa y siempre sugerente. Aquí quiero detenerme en una secuencia que explica muchas cosas, la de la cena entre Susan y su madre, en la que conocemos a la protagonista mediante un argumento que la vida demuestra casi irrefutable: «Al final, todas nos convertimos en nuestras madres». No se me ocurra forma mejor para que la audiencia pueda comprender el remordimiento que siente Susan respecto a cómo abandonó a Edward, optando por lo conveniente en lugar de por lo sentimental. Aquí, Austin Wright y Tom Ford nos recuerdan que la vida no es una comedia romántica de Hollywood; en la escena final, nos lo hacen saber de un modo demoledor, que cierra un círculo casi perfecto.
Para saber que el reparto de Animales nocturnos es espectacular sólo hace falta ver quiénes lo encabezan: Amy Adams es una actriz superlativa a la que, a mi juicio, Hollywood se resiste a colocar a la altura que merece. Su interpretación de Susan, esa mujer que, como las exposiciones que organiza, oculta un vacío tremendo bajo una apariencia de brillo y éxito, sólo podrían igualarla las mejores actrices de la actualidad, como Julianne Moore, Natalie Portman o Isabelle Huppert. Y sí, hablo de igualar. Por su parte, Jake Gyllenhaal se enfrenta a un doble personaje en el que demuestra lo bien que se le da escoger los proyectos en los que se involucra, y su capacidad para defender a sus personajes siempre al nivel notable que aquí exhibe, y que aquí no destaca porque está rodeado de excelentes. Por ejemplo, un Michael Shannon que vuelve a bordar un papel espléndido para un actor de su talento. Bobby Andes es uno de esos personajes que uno se guarda, y en ello tiene mucho que ver la manera de abordarlo que exhibe Shannon. Otro eslabón clave en el éxito interpretativo de la película es Aaron Taylor-Johnson, que pone rostro a la pesadilla de un modo harto inquietante que nunca se pasa de vueltas. Armie Hammer no desentona, pero palidece frente a los ya nombrados, mientras que en Isla Fisher uno sigue viendo mucha calidad. Mencionar, por último, las muy episódicas pero nada anecdóticas intervenciones de Laura Linney y Michael Sheen, que en dos pinceladas ayudan a dibujar el perfil de Susan de la mejor manera posible.
Creo que Animales nocturnos es una obra mayor, que pocos han valorado como tal. Pese a sus ocasionales excesos esteticistas, Tom Ford parece empeñado en desmentir a quienes creemos que los humanos somos, como máximo, capaces de hacer bien una sola cosa. Ya que se estila hacer listas, acabaré esta reseña diciendo que, en una que incluya las diez mejores películas estadounidenses de esta década, Animales nocturnos no debe faltar.