KNIGHT OF CUPS. 2015. 116´. Color.
Dirección : Terrence Malick; Guión: Terrence Malick; Dirección de fotografía: Emmanuel Lubezki; Montaje: A.J. Edwards, Mark Yoshikawa, Keith Fraase y Geoffrey Richman; Dirección artística: Ruth De Jong; Música: Hanan Townshend; Diseño de producción: Jack Fisk; Vestuario: Jacqueline West; Producción: Sarah Green, Ken Kao, Nicolas Gonda, Hans Graffunder y Elizabeth Lodge, para Dogwood Films-Waypoint Entertainment (EE.UU.).
Intérpretes: Christian Bale (Rick); Cate Blanchett (Nancy); Natalie Portman (Elizabeth); Brian Dennehy (Joseph); Antonio Banderas (Tonio); Freida Pinto (Helen); Wes Bentley (Barry), Isabel Lucas (Isabel); Teresa Palmer (Karen); Imogen Poots (Della); Peter Matthiessen (Christopher); Armin Mueller-Stahl (Padre Zeitlinger); Cherry Jones (Ruth); Patrick Whitesell, Rick Hess, Michael Wincott, Kevin Corrigan, Shea Whigham, Joe Manganiello.
Sinopsis: Un guionista de Hollywood, en crisis existencial, rememora su pasado para reencauzar su vida.
Tres años después del estreno de To the wonder, película recibida con opiniones enfrentadas, Terrence Malick, que si algo tiene es confianza en su manera de hacer las cosas, continuó en la misma línea con Knight of cups, fábula moral sobre la soledad en el mundo contemporáneo que, de nuevo, fue considerada por la mayor parte de la crítica como un ejercicio de poesía visual con más pretensiones que contenido, objeción ya repetida en los filmes inmediatamente anteriores del director que, esta vez, considero que no anda del todo desencaminada.
Utilizando la simbología de las cartas del tarot, Malick se lanza a una larga digresión acerca del vacío que inunda la sociedad occidental, incluso entre aquellos que disfrutan del éxito y gozan de los más exclusivos placeres terrenales. Escoge como eje vertebrador de la trama a un guionista cuya zozobra interior contrasta con el inmenso bienestar material de que disfruta. A su alrededor pululan una serie de personajes que podemos dividir en tres grandes grupos; la familia, que como de costumbre en Malick no se edifica sobre una infancia feliz; los amores, divididos entre simples distracciones e intentos serios de hallar la paz interior (pues la felicidad es más eso que la alegría activa con la que se la suele relacionar) a través de las relaciones personales, y las compañías profesionales, entendidas como un deshonesto teatro de lujo, hipocresía y vacuidad. Knight of cups ilustra, entre miradas retrospectivas que sirven para entender el estado mental de este hombre perdido, el afán del protagonista por convertirse en la figura que da título al film, un jinete que ejerce de mensajero del amor y que, lejos de ir al galope, existe de una manera pausada y segura, propia de quienes han logrado vivir en paz con ellos mismos. Sin apenas diálogos y otorgando el máximo protagonismo a las voces en off, Malick acierta a veces en el discurso, pero en otras cae en la pomposidad y, en especial cuando asocia ese hallazgo de la calma interior a un cuestionable hecho religioso, en lo repetitivo. Pocos personajes, al margen del protagonista, poseen entidad propia, mientras que la mayoría son poco más que sombras colocadas en el camino de manera bastante arbitraria para dar mayor lustre a un discurso que Malick emite de una forma menos inspirada que en sus dos obras anteriores, por lo que se aprecian indicios de agotamiento de una fórmula narrativa que muchos discuten, pero que hasta esta película, e incluso en ella, en determinadas secuencias, ha ofrecido resultados cinematográficamente inmensos.
Lo que no cambia es que Terrence Malick es el mayor creador de belleza visual del cine contemporáneo. En otro trabajo mayestático codo a codo con el excelente operador mexicano Emmanuel Lubezki, Malick crea un sinfín de imágenes portentosas, que justifican de sobra el visionado de una película que por su estructura narrativa y enfoque filosófico puede caer en lo cargante. Como la erudición musical de este superdotado de la cámara tampoco es pequeña, esas imágenes, que son un lujo para la vista, vienen ilustradas por piezas musicales que son un lujo para los oídos. En contraste, algunas de las canciones que amenizan las ostentosas fiestas a las que asiste el protagonista sirven para subrayar lo chillón, y a la postre lo vacío, de esa forma de pasar por el mundo.
Resulta hasta cierto punto irónico que Terrence Malick le ofrezca a Christian Bale, actor de gran nivel, una obra inferior a la que le regaló a un intérprete del escaso calibre de Ben Affleck. Sea como fuere, Bale da mucho juego en la piel de un hombre perdido que, de puertas afuera, tiene todo lo que se podría desear y al que, sin embargo, un entorno familiar más bien difícil y su afán por pasar al galope por la vida le han convertido en un ser infeliz. El resto de personajes, muy episódicos y de fluctuante interés, se dividen entre el buen hacer de Cate Blanchett, que interpreta a la ex-esposa del protagonista, una mujer con la azotea perfectamente amueblada que ha encontrado el sentido de su existencia en la ayuda a los más necesitados (inciso: a través de este personaje, Malick incluye escenas ambientadas en ese Los Ángeles deprimido y deprimente que pocas veces enseñan las películas no policíacas), la sensibilidad y elegancia de Natalie Portman, que pone rostro al intento más logrado del protagonista para hallar la felicidad a través del amor, aunque sea mediante los renglones torcidos de la infidelidad, la presencia imponente del veterano Brian Dennehy, el no saber muy bien qué está haciendo ahí de Antonio Banderas, la serenidad que desprende Armin Mueller-Stahl, el discreto brillo de Freida Pinto, la belleza de Teresa Palmer o ese aire de joven peleado con la vida de Wes Bentley.
Si bien es un alivio ver a cineastas virtuosos ignorar por completo las exigencias de la industria del entretenimiento de masas, uno ya está muy crecidito para que le asocien el hallazgo de la paz interior con el abrazo a la fe (a cualquiera de ellas), pero reconozco que la poesía visual de Terrence Malick es, incluso puesta al servicio de discursos cuestionables y/o repetitivos, un soberbio don que coloca a este cineasta en la cúspide del gremio.