IL MOMENTO DELLA VERITÀ. 1964. 110´. Color.
Dirección: Francesco Rosi; Guión: Francesco Rosi, Pere Portabella, Ricardo Muñoz Suay y Pedro Beltrán; Dirección de fotografía: Gianni Di Venanzo, Aiace Parolin y Pasqualino De Santis; Montaje: Mario Serandrei; Música: Piero Piccioni; Producción: Tonino Cervi y Francesco Rosi, para Federiz-As Films Producción (Italia-España).
Intérpretes: Miguel Mateo (Miguelín); José Gómez Sevillano (Apoderado); Pedrucho Basauri (Él mismo); Linda Christian (La americana); Luque Gago, Salvador Mateo, Manuel Ruiz Serrana, Francisco Caño, José Rodríguez Matia, José Vizcaíno, Manolo Pérez Moratilla, Curro Carmona
Sinopsis: Miguel es un joven andaluz que, cansado de la vida en el campo, marcha a Barcelona para buscarse la vida. Allí ejerce diversos empleos hasta que ingresa en una escuela de tauromaquia y comprueba que tiene muy buenas maneras para el toreo.
Por una de aquellas paradojas que se dan infinidad de veces, he aquí que una de las mejores películas sobre el mundo de la tauromaquia fue rodada por un director italiano de ideología comunista. Francesco Rosi, que venía de dirigir la magistral Las manos sobre la ciudad, quiso hacer un film que, como pocos años atrás hiciera su compatriota Marco Ferreri, captara la realidad cotidiana de una España gris, carente de llibertades y con una economía que arrastraba las miserables consecuencias del retraso endémico, agravadas por las que trajo consigo la Guerra Civil. Fieles cada uno a sus respectivos temperamentos, Ferreri optó por la alegoría irónica, mientras que Rosi rodó una película semidocumental cuyo eje era el mundo del toreo. El momento de la verdad no está considerada como una de las obras mayores de Rosi, pero sí refleja a un cineasta en un gran momento creativo que quiso, y logró, reflejar la verdadera España de entonces, más allá de los clichés propios de los turistas, pero cogiendo de ellos lo que tienen de cierto, y de atávico.
La película se inicia con unas imágenes no dramatizadas de la Semana Santa de Sevilla, en las que el director resalta el esfuerzo de los costaleros y la devoción popular hacia unas imágenes que cada primavera recorren las calles de la capital de Andalucía. Como hará durante el resto del metraje, Rosi muestra sin juzgar. De aquí, el director italiano salta a las fiestas patronales de un pequeño pueblo de Jaén, uno de cuyos espectáculos principales es una capea. Entramos, pues, en el mundo de la tauromaquia en su manifestación más popular, en el más amplio sentido del término. Hecho esto, la narración se centra en Miguel, un joven que, harto de la miseria ancestral del campo andaluz, decide, como tantos otros de su generación, emigrar a la gran ciudad en busca de mejor fortuna. Su destino es Barcelona, pero allí, su falta de contactos y la ingente cantidad de mano de obra disponible hacen que su situación no mejore en mucho a aquella de la que escapó, hasta que descubre que, en un sótano del Barrio Chino, el ex-matador vasco Pedrucho Basauri regenta una escuela de tauromaquia y se convierte en un aventajado alumno de alguien que, décadas atrás, abrió la Puerta del Príncipe de la Maestranza.
El enfoque de Rosi es ferozmente realista, mostrando sin paños calientes la pobreza endémica de las áreas rurales andaluzas y la existencia sacrificada y embrutecedora que esperaba a casi todos los que huían hacia la gran ciudad. El director capta de manera magnífica una realidad de la que, si uno era joven y de família modesta, sólo podía huir si lograba triunfar en el mundo del espectáculo, el fútbol, el boxeo o la tauromaquia. Más allá de eso, la única opción para salir de pobre era el delito. Miguel tiene la suerte de dar con un hombre capaz de pulir sus cualidades y convertirle en un matador capaz de triunfar. Cuando lo hace, eso sí, siente, más que una honda satisfacción, un vacío, seguramente provocado por su falta de vocación: lo que le empujó a empuñar la muleta no fue una pasión cultivada desde la infancia, sino la ausencia de perspectivas. Miguel es, según la visión de Rosi, pulida por personalidades tan dispares como las de Pere Portabella, Ricardo Muñoz Suay y Pedro Beltrán, un vivo ejemplo de la famosa frase de Espartero: “Más cornás da el hambre”. Sabiduría popular aderezada, eso sí, con unas gotas del existencialismo que por entonces extasiaba a la intelectualidad europea. De esta mezcla sale, eso sí, la que quizá sea la escena más floja de la película, la de la fiesta que culmina con la seducción de Miguel a cargo de una indisimulada réplica de Ava Gardner, escena que sólo funciona en contraste (o mejor, por la similitud moral, más allá de la diferencia de clases) con la del burdel del Barrio Chino que vemos en el primer tercio. Las imágenes de las corridas son, asimismo, documentales: aquí el director muestra el valor de los toreros, pero tampoco escatima planos de la agonía de las reses, aspecto este que siempre me ha distanciado del arte de la tauromaquia. Hay, a mi modo de ver, una excesiva atención al tercio de varas, más allá de lo espectacular (o desagradable, que eso va a gustos) que pueda ser el enfrentamiento entre toro y picador, con el caballo como víctima colateral. En todo caso, el naturalismo que inspira a los responsables de la fotografía, el principal de los cuales es el gran Gianni Di Venanzo, da unos resultados muy buenos en pantalla gracias al eficiente uso del Techniscope, luego explotado hasta la saciedad en el spaghetti-western. La música se centra, como corresponde, en el folklore andaluz: saetas y marchas de Semana Santa, flamenco y canciones tan populares como el Porompompero, queilustran a la perfección, aunque en algunos casos de un modo demasiado obvio, las distintas fases de una película en la que destaca el montaje de las secuencias taurinas.
Si de realismo iban los tiros, estaba claro que el protagonismo debía recaer en un torero, y no en un actor. Rosi escogió a Miguel Mateo, Miguelín, matador muy famoso en los 60 por sus diversos éxitos en las plazas y por su rivalidad con El Cordobés. De hecho, la intervención de actores profesionales en la película es completamente anecdótica. Quizá por ello, todos los intérpretes están doblados por actores profesionales, lo que dificulta juzgar su trabajo, aunque considero que Miguelín se representa a sí mismo de un modo aceptable, al igual que José Gómez Sevillano, que da vida a su apoderado, personaje con más codicia que escrúpulos. Pedrucho Basauri ya había rodado algunas películas en su época de mayor gloria como torero, aunque no por ello su estilo intepretativo deja de ser rudo. Por su parte, Linda Christian, actriz cuya carrera apenas dio más de sí en los años posteriores, cumple como alter ego de Ava Gardner.
Vuelvo al principio: El momento de la verdad es una notable película de temática taurina, y a la vez un logrado fresco de una época y de un país. Francesco Rosi fue un muy buen cineasta que casi nunca decepciona, y aquí el cambio de marco geográfico no afectó a su inspiración, porque, gracias también a sus coguionistas, esta película deja ver que entendió España bastante mejor que muchos colegas extranjeros… y alguno patrio.