THE HUNT FOR RED OCTOBER. 1990. 132´. Color.
Dirección: John McTiernan; Guión: Larry Ferguson y Donald Stewart, basado en la novela de Tom Clancy; Director de fotografía: Jan de Bont; Montaje: Dennis Virkler y John Wright; Música: Basil Poledouris; Dirección artística: William Cruse, Dianne Wager y Donald Woodruff; Diseño de producción: Terence Marsh; Producción: Mace Neufeld, para Mace Neufeld Productions-Nina Saxon Film Design-Paramount Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Sean Connery (Marko Ramius); Alec Baldwin (Jack Ryan); Sam Neill (Capitán Borodin); Scott Glenn (Bart Mancuso); James Earl Jones (Almirante Greer); Joss Ackland (Embajador Lysenko); Richard Jordan (Jeffrey Pelt); Peter Firth (Ivan Putin); Tim Curry (Dr. Petrov); Courtney B. Vance. (Jonesy); Stellan Skarsgaard (Tupolev); Jeffrey Jones (Skip Tyler); Timothy Carhart, Larry Ferguson, Tomas Arana.
Sinopsis: A mediados de los años 80, un potente submarino soviético, al mando de Marko Ramius, un experto oficial, se acerca a los Estados Unidos portando misiles nucleares. El agente de la CIA Jack Ryan debe averiguar si la intención de Ramius y su tripulación es la de desertar, o bien quieren provocar una guerra.
El final de la era Reagan y el inminente derrumbe del bloque soviético marcaron un período de triunfalismo occidental que, como es lógico, tuvo su reflejo en el cine estadounidense. En este marco, uno de los principales beneficiados fue Tom Clancy, cuyas novelas sobre el agente de la CIA Jack Ryan se convirtieron en superventas, no sólo en los Estados Unidos. La primera de estas obras en ser llevada a la gran pantalla fue La caza del Octubre Rojo, una aventura con submarinos nucleares ambientada en los últimos años de la Guerra Fría, ya con Mijail Gorbachov como líder de la URSS. Más allá de su visible vena patriotera, la película supuso el punto más alto en la carrera de su director, John McTiernan, encumbrado por el enorme éxito de su anterior film, Jungla de cristal. El neoyorquino volvió a demostrar su certero instinto para el cine de acción, logrando unos resultados que, en opinión de muchos, trascendían el valor de la novela adaptada.
El arsenal nuclear, del que disponen un mínimo de ocho países en el mundo, siempre conlleva el riesgo de que alguien con suficiente poder en cualquiera de esos lugares pueda acceder a las armas más mortíferas creadas por el hombre y generar un conflicto a escala mundial de efectos devastadores para el planeta. Este es el punto de partida de La caza del Octubre Rojo, que arranca con la travesía de un submarino nuclear soviético de última generación hacia la Costa Este de los Estados Unidos. El comandante de la nave es un oficial de indiscutible prestigio, Marko Ramius, marcado por el reciente fallecimiento de su esposa y rodeado por un conjunto de fieles oficiales a los que adiestró. El viaje del Octubre Rojo no forma de un plan del Gobierno soviético, sino que es una decisión unilateral del propio Ramius y su círculo de oficiales fieles, por lo que en uno y otro bando crece la inquietud sobre las verdaderas intenciones de ese lobo solitario. Las alternativas más lógicas son, a la vez, muy dispares: o Ramius se plantea desertar a Occidente, llevando consigo un arma de tan alto valor estratégico que provocaría que su propio Gobierno fuese el primer interesado en destruirla, o bien quiere utilizar el armamento que porta contra los Estados Unidos, causando con ello una guerra nuclear. Un joven agente de la CIA, Jack Ryan, estará en el centro de un conflicto que vivirá su momento más crítico cerca de las costas de Islandia.
La caza del Octubre Rojo está concebida, en primer lugar, como una película de acción, enmarcada en un lugar tan sugerente en lo cinematográfico como es un submarino. En este sentido, McTiernan muestra un alto grado de maestría a la hora de generar tensión en un entorno tan claustrofóbico, ayudado por la intriga que provoca el desconocimiento de las verdaderas intenciones del comandante del submarino, que ya sabemos que no vienen auspiciadas por sus gobernantes cuando él mismo se encarga de liquidar al comisario político destinado en la nave, quien, por aquellas casualidades del destino, se apellida Putin. No creo que John McTiernan sea un excelso narrador, al margen de que la novela en la que se basa el relato carece de la finura y la inteligencia propias de un John Le Carré, pero lo cierto es que la película es, en gran parte de su metraje, un vibrante y tenso ejercicio de intriga que el director maneja de un modo certero. Escenas como la del acceso de Ryan al submarino soviético están resueltas de un modo magnífico, al igual que los sucesivos encuentros entre los distintos submarinos y barcos de ambos bandos. Lástima que los diálogos, a excepción de la declaración de principios del político estadounidense y de las conversaciones en las que interviene el embajador soviético Lysenko, no vayan más allá del lugar común y sean,. en general, planos. Tampoco ayuda la escasa verosimilitud de la creciente intervención de un joven agente de la CIA en un conflicto al que cabe situar en la máxima escala, a la que desde luego ese hombre no pertenece, ni un final rehén de la típica arrogancia yanqui que les lleva a pensar que los extranjeros, y sobre todo los rusos, son tontos. Eso sí, estamos en 1990 y entonces no existían distinciones entre rusos y ucranianos: para el Tío Sam, eran igual de idiotas todos. El mérito de McTiernan es disfrazar hasta el final el panfleto que en el fondo es la película, resolver francamente bien escenas de gran dificultad técnica y, por momentos, transformar una intriga bélica de segundo nivel en un muy notable thriller en el que la cámara siempre se mueve con gran soltura en los estrechos límites de los submarinos en los que se desarrolla casi toda la trama. El trabajo de Jan De Bont en la iluminación es excelente, y tampoco se queda atrás la música de Basil Poledouris, compositor muy dotado para la épica que se apoya en la tradición coral rusa para ofrecer una banda sonora de bastante calidad.
Encabeza el reparto un imponente Sean Connery, que aporta a su personaje una presencia y una entidad que van más allá de lo que dice el guión. El actor escocés, muy lejos ya del personaje que le hizo célebre, brinda aquí uno de sus mejores trabajos de madurez en la piel de un hombre de perfil enigmático y voluntad férrea. A su lado, un joven Alec Baldwin que cumple bien aunque queda oscurecido por Connery, lo que seguramente causó que, cuando gracias a está película su personaje se convirtió en el eje de una franquicia exitosa, los productores prefirieran para encarnarlo a una estrella consagrada como Harrison Ford. El espléndido plantel de secundarios lo lideran Sam Neill, sobrio y preciso en el rol de mano derecha del comandante Ramius, y Scott Glenn, solvente a la hora de dar vida al oficial al mando del submarino estadounidense que se cruza en alta mar con el Octubre Rojo. Stellan Skarsgaard consigue darle algo de cuerpo a un personaje construido en el guión con brocha gorda, el del oficial al mando del submarino soviético encargado de hundir al disidente, y James Earl Jones se limita a aportar su presencia y su magnífica voz, que no es poco. Con todo, entre lo mejor de la película debemos incluir a Joss Ackland, que aporta su distinción y buen hacer al personaje del embajador soviético. Otros intérpretes relevantes, como Tim Curry o Richard Jordan, rayan a un nivel más discreto.
Al hablar de La caza del Octubre Rojo no es posible obviar su condición de obra propagandística no especialmente profunda o sutil, pero tampoco lo entretenida que es y la capacidad que tiene para enganchar al espectador, cualidades ambas que cabe achacar en buena parte a su director, un John McTiernan que por entonces estaba en su mejor momento.