EX MACHINA. 2014. 106´. Color.
Dirección: Alex Garland; Guión: Alex Garland; Dirección de fotografía: Rob Hardy; Montaje: Mark Day; Música: Geoff Barrow y Ben Salisbury; Diseño de producción: Mark Digby; Dirección artística: Denis Schnegg (Supervisión); Producción: Andrew Macdonald y Allon Reich, para Film4-DNA Films-A24-IAC Films-Universal Pictures (Reino Unido).
Intérpretes: Domhnall Gleeson (Caleb); Oscar Isaac (Nathan); Alicia Vikander (Ava); Sonoya Mizuno (Kyoko); Corey Johnson, Claire Selby, Symara Templeman, Tiffany Pisani, Gana Bayarsaikhan, Lina Alminas.
Sinopsis: Un joven programador de un gigante tecnológico es seleccionado para convivir una semana con el jefe de su empresa. Allí, deberá poner a prueba la última creación del magnate.
Famoso por los guiones que escribió para Danny Boyle, Alex Garland debutó en la dirección de largometrajes apoyado en un guión propio. Ex Machina es un proyecto de ciencia-ficción adulta que contó con el beneplácito mayoritario de la crítica y se ganó una legión de seguidores entusiastas, que vieron en ella una de las aproximaciones más serias que el cine había hecho sobre los peligros inherentes a los avances en inteligencia artificial. De todo ello surgió una importante cosecha de premios, coronada con el Óscar a los mejores efectos visuales. Por mi parte, considero que no se han hecho cinco (ni quizá tres) mejores películas de ciencia-ficción en lo que va de siglo.
Todo es muy moderno y eminentemente minimalista, pero sobre Ex Machina planea en todo momento la figura mitológica de Prometeo. No obstante, la conexión con el mundo contemporáneo y con lo que puede depararnos el futuro inmediato en materia de tecnología avanzada está en el centro de una trama en la que lo esencial son nuestras propias limitaciones como especie. Nunca se había almacenado tanta información, lo que equivale a decir, tanto poder, como la que disponen hoy en día los emporios tecnológicos que todos conocemos. Y el poder, ya lo sabemos, puede ser tanto de creación como de destrucción (el cual es más sencillo de aplicar, por cierto). En esta película, estructurada de acuerdo a la relación creador-discípulo, tenemos a Caleb, un programador avanzado que trabaja para una de esas empresas que todo lo controlan. Este veinteañero, ingenuo y con principios, se convierte en la envidia de sus compañeros cuando es seleccionado para compartir una semana de convivencia con el jefe del tinglado, que vive en una mansión ubicada en un paraje tan paradisíaco como inaccesible. Al llegar allí, Caleb se encuentra con un singular gurú, de aguda inteligencia, carácter esquivo y excesiva afición por el alcohol. El embobamiento del joven, que su anfitrión quiere eliminar porque le necesita lúcido como parte de un experimento en el que su participación es imprescindible, no hace sino aumentar al ver que la última creación del empresario son los prototipos de humanoide más asombrosos que uno pueda imaginarse, camino de poseer un desarrollo no sólo cognitivo, sino también emocional, que les equipararía por completo a los seres humanos en conceptos que hoy se conciben como imposibles de alcanzar por máquinas. La labor de Caleb es, precisamente, evaluar la respuesta emocional del más avanzado de esos prototipos, cuyo nombre es Ava. Lógicamente, los planes de esta criatura no coinciden con los de su creador.
Garland plantea el conflicto de un modo muy inteligente, que, como han indicado diversos analistas, es casi el mismo test de Turing al espectador que Caleb le hace a Ava. El desarrollo dramático es coherente desde el primer al último fotograma: Garland no engaña; es el espectador quien, como Caleb, se engaña a sí mismo juzgando lo que ve no desde el raciocinio, sino desde el sentimiento, que es lo que nos hace humanos, pero que también nos hace débiles. Hay, como en toda ciencia-ficción adulta que se precie, ecos de Blade runner, sólo que aquí las comparaciones no son tan odiosas como suelen. El director emplea una puesta en escena deliberada y acusadamente fría, que también recuerda al universo de Andrew Niccol, con unos movimientos de cámara pausados y unos encuadres trabajadísimos, fruto sin duda de una cuidadosa planificación visual. Todo es limpio y aséptico como en un quirófano, sólo que lo que aquí se opera es eso que llamamos alma. Caleb la tiene, y su suerte serà la consecuencia de su capacidad para combinarla con su inteligencia, que tampoco es escasa. La relación que establece con Nathan, el gran gurú, es la de un discípulo progresivamente desengañado, mientras que con Ava, la criatura no humana, más que humana en muchos sentidos, su interacción no tarda en poder leerse desde, y sólo desde, lo romántico. Es cierto que en el tramo final hay decisiones narrativas discutibles, pero no tramposas, y sí útiles para la moraleja, que no deja de ser la misma que la de Frankenstein, sólo que con etiqueta de alta tecnología.
Óscar más o menos, los efectos visuales de la película son espectaculares, y en ellos se apoya Garland para dibujar un futuro quizá más próximo de lo que creemos. En su forma de dirigir no hay crispación, ni efectismo. El resto del conjunto es del todo consecuente con esa forma de filmar: el montaje huye de lo abrupto, la fotografía es límpida y utiliza tonos claros y colores puros, y la música, elegante y más deudora de los padres de la electrónica que de sus más célebres intérpretes actuales.
A la hora de hablar de los actores, quiero empezar haciéndolo de Oscar Isaac, quien para mí hace un trabajo sobresaliente. Siempre he sido reacio a unirme al carro de quienes elevan a personas como Bill Gates, Steve Jobs o Elon Musk a la categoría de benefactores de la Humanidad: primero, porque antes que nada son hombres de negocios, y en segundo término porque creo que el desprecio a sus semejantes es un rasgo común a todos ellos. Isaac construye a un Doctor Frankenstein del siglo XXI tan creíble como fiel a sí mismo, además de nutrir a su personaje con la riqueza de matices propia de un actor de raza. Alicia Vikander, una de las actrices contemporáneas de mayor talento, consigue insuflar emotividad a una criatura no humana sin aparente esfuerzo, lo que constituye un mérito añadido. El tercer vértice del triángulo, Domhnall Gleeson, tiene seguramente el papel más sencillo de todos (salvo el de Sonoya Mizuno, que interpreta a un humanoide inexpresivo), pero lo desarrolla de una manera notable.
Creo que Ex Machina es una magnífica película, artística y reflexiva, que en las próximas (y me temo que muy complicadas) décadas será vista como un clásico de la ciencia-ficción, título que a mi juicio merece sin duda alguna. Habrá que ver qué logra dar de sí el talento de Alex Garland en el futuro, pero sus inicios no pudieron ser mejores.