NOSFERATU: EINE SYMPHONIE DES GRAUENS. 1922. 94´. B/N.
Dirección: Friedrich Wilhelm Munau; Guión: Henrik Galeen, basado en la novela Dracula, de Bram Stoker; Dirección de fotografía: Fritz-Arno Wagner; Montaje: Friedrich Wilhelm Murnau; Música: Hans Erdmann; Dirección artística: Albin Grau; Producción: Enrico Dieckmann y Albin Grau, para Prana Film G.m.b.H (Alemania).
Intérpretes: Max Schreck (Conde Orlok); Gustav Von Wangenheim (Hutter); Greta Schroeder (Ellen); Alexander Granach (Knock); Georg H. Schnell (Harding); Ruth Landshoff (Ruth); Gustav Botz (Profesor Sievers); John Gottowt (Profesor Bulwer); Max Nemetz, Wolfgang Heinz, Albert Venohr, Eric Van Viele.
Sinopsis: Un joven empleado de una inmobiliaria se traslada hasta Transilvania para formalizar la venta de un inmueble a un aristócrata local. Una vez allí, el recién llegado comprobará que las reticencias de los lugareños hacia el noble y el castillo que habita no eran simples supersticiones.
Aunque ya era un director consagrado en la pujante cinematografía alemana de la República de Weimar, Friedrich Wilhelm Murnau aún no había hecho la película que iba a colocar su nombre en la historia del cine. Ese momento le llegó con Nosferatu, inicio de la intensa relación entre el universo vampírico y el mundo del cine. Auspiciada por unos productores interesados en el ocultismo, la película fue la primera adaptación filmada de Drácula, la novela que Bram Stoker escribió a finales del siglo XIX. Como quiera que los mandamases de Prana Film, compañía responsable del proyecto, no lograron hacerse con los derechos de la novela, la adaptaron de forma más clandestina que libre, pero el asunto llegó a los oídos de la viuda de Stoker, que ganó el pleito consiguiente, cuya sentencia obligaba a destruir todas las copias existentes del film. Por suerte, no sucedió tal cosa, aunque sin duda este hecho contribuyó a que, con los años, hayan ido apareciendo multitud de versiones de la película, con metrajes distintos. La que aquí se reseña es la más reciente restauración llevada a cabo por la Friedrich Wilhem Murnau Stiftung, por lo que no anda escasa de pedigrí.
Tanto se ha escrito sobre esta obra ya centenaria, que creo que lo mejor es que empiece dando mi opinión sobre ella: Nosferatu ocupa un merecido lugar en la iconografía de un arte cuyas bases ayudó a asentar, pero no es la mejor película de su director. En la adaptación hay cambios significativos respecto a la novela de Stoker, al margen de la ubicación geográfica, que como es lógico pasa de Inglaterra a Alemania en lo que no discurre en los Cárpatos, y de los nombres de los personajes, que cambian en todos los casos, imagino que por el ya comentado tema de los derechos. Marcando la línea seguida por gran parte de las siguientes adaptaciones cinematográficas de Drácula, Nosferatu renuncia a seguir la estructura epistolar de la novela, e introduce la novedad de mostrar al vampiro como portador de una epidemia que infestará de cadáveres su lugar de destino. El resto sigue el desarrollo narrativo básico del libro, con un joven abogado que viaja hasta Transilvania, por encargo de su jefe, para formalizar una transacción Inmobiliaria. Una vez en la exótica región, el visitante ignora el miedo que despierta el nombre de su cliente entre los lugareños, y acude a su castillo para encontrarse con un entorno de lo más lúgubre, y con un anfitrión de apariencia monstruosa. Poco a poco, el joven, que al principio achaca a los mosquitos las heridas que tiene en el cuello, irá viendo no sólo que el pánico que despierta el conde en aquellos parajes está más que justificado, sino que la llegada del aristócrata a Alemania supone un grave peligro para sus compatriotas, que la repentina partida del conde y su extremo estado de debilidad le impiden evitar.
Murnau da forma a una obra profundamente romántica, en la forma y en el fondo. Quienes hayan leído con deleite a Byron, Bécquer y, sobre todo, Poe, disfrutarán la película de forma más intensa que el resto, no cabe duda. También en los encuadres y la composición de los planos, además de los rasgos expresionistas característicos del cine alemán de la época, se aprecia la influencia de los pintores románticos del XIX, así como la de destacados artistas del Barroco neerlandés. Al principio, ese romanticismo de Murnau es más naïf, mostrando el profundo pero casto, amor que se profesan el abogado Hutter y su joven esposa, Ellen. De forma progresiva, la película se va haciendo más tenebrosa, ilustrando la presencia del Mal, y el poderoso influjo que este ejerce sobre los hombres. En el haber del director, que incluye un gran número de rótulos explicativos en el metraje, lo que en ocasiones lleva a que el ritmo narrativo se ralentice, y que también utiliza la filmación en exteriores de una forma mucho más acusada que sus compatriotas directores, está el haber creado un buen número de planos icónicos, la mayoría relacionados con el personaje del conde, de quien se subraya su monstruoso poder. Es de recibo subrayar la dificultad de rodar con una sola cámara, y además inmóvil, planos como el del vampiro saliendo de su ataúd, o el de su sombra proyectándose sobre las paredes de su castillo (una de esas imágenes que marcaron los orígenes del cine), el contrapicado de este personaje para subrayar el efecto de su presencia sobre la cubierta del barco que le traslada hasta Alemania, o la fantasmagórica llegada del navío a puerto. Ha pasado un siglo, y la fuerza de esas y otras imágenes, tantas veces imitadas, permanece. Por supuesto, el aspecto eminentemente romántico de la película se acentúa en el tramo final, en el que vemos una ciudad invadida por la peste, y a sus habitantes perseguir al jefe de Hutter, ya revelado al espectador como un siervo del vampiro, para culminar con el sacrificio de una persona por el ser que ama, pero también por toda su comunidad.
Si hay tres factores que expliquen la perdurabilidad de Nosferatu serían el poder magnético del vampirismo, poderoso símbolo de la fascinación hacia el Mal, el buen hacer de Murnau, y la figura de Max Schreck, protagonista de la película. Su imponente físico no marcó tendencia, pues las adaptaciones posteriores presentaron a un vampiro mucho más seductor y distinguido, pero sí sirvió para asustar al público con su sola presencia, hasta constituir un paradigmático ejemplo de no-interpretación de eficacia máxima. Por contra, el resto de intérpretes hacen gala de la exacerbada expresividad típica del cine mudo, con resultados desiguales. El trabajo de Gustav Von Wangenheim, actor de carrera breve, no pasa de correcto, siendo superado por Greta Schroeder, intensa sin sobreactuar de manera tan acusada como su compañero, y sobre todo por Alexander Granach, cuya composición de Knock, nombre que el guionista adjudicó al personaje de Renfield, muestra a la perfección el carácter intrínsecamente maligno de ese individuo, y también su acelerada manera de perder la razón. Eso sí, se echa un falta un mayor peso de personajes secundarios cuya importancia en la novela es capital.
Cien años después, ahí sigue Nosferatu, gloriosa entrada del mito del vampiro en la historia del cine. En su introducción, es algo lenta, y Murnau aún no había llegado al cénit de su genio, pero sigue siendo una película dotada de un enorme poder de seducción, cuyos mejores momentos alcanzan la excelencia.