BODAS DE SANGRE. 1981. 70´. Color.
Dirección: Carlos Saura; Guión: Carlos Saura y Antonio Gades, basado en la obra de Federico García Lorca; Dirección de fotografía: Teo Escamilla; Montaje: Pablo G. Del Amo; Música: Emilio De Diego; Decorados: Rafael Palmero; Producción: Emiliano Piedra, para Emiliano Piedra Producciones Cinematográficas (España).
Intérpretes: Antonio Gades (Leonardo); Cristina Hoyos (La Novia); Juan Antonio Jiménez (El Novio); Carmen Villena (La Mujer); Pilar Cárdenas (La Madre); Gómez de Jerez y José Mercé (Cantaores); Emilio De Diego y Antonio Solera (Guitarristas); Marisol, Pepe Blanco, El Güito, Lario Díaz, Enrique Esteve, Elvira Andrés, Azucena Flores, Marisa Neila, Candy Román.
Sinopsis: Una compañía de danza ensaya la representación de Bodas de Sangre.
Después de darle al cine quinqui su obra más artísticamente redonda con Deprisa, deprisa, Carlos Saura inició su fructífera colaboración con Antonio Gades, uno de los grandes bailaores españoles de la historia, con la adaptación del drama Bodas de sangre, de Federico García Lorca. En unos años en los que la tendencia dominante en el panorama cinematográfico nacional eran las películas de destape, el productor Emiliano Piedra unió a dos artistas españoles de primera línea con el fin de crear un film perdurable y de calidad. El éxito del mismo, no sólo en España, hizo que la entente se extendiera a dos películas más, componiendo una trilogía que figura entre lo más distinguido que ha dado la unión entre cine y flamenco.
Si algo hemos de destacar de esta versión del drama lorquiano es su rigor y su austeridad. Para empezar, se prescinde por completo del texto del poeta granadino: los únicos diálogos que escuchamos son los de los miembros de la compañía mientras desembalan sus personales versiones del baúl de la Piquer (casi siempre cajas de herramientas en las que, en lugar de clavos y destornilladores, hay maquillaje y estampas de las deidades de cada cual) y preparan el ensayo en el que acto seguido van a participar. Una vez este da comienzo, todo lo explican la música y la danza, en un escenario vacío que es puro minimalismo. Es frecuente que un artista, al abordar una pieza o repertorio que goza de gran popularidad y ha sido interpretado en múltiples ocasiones, se pregunta qué puede aportar, cuál va a ser su sello. El de Saura y Antonio Gades, está claro, es el de buscar la máxima pureza, prescindir de toda ornamento e ir a la esencia del flamenco, hasta encontrar, en terminología lorquiana, las raicillas del grito, de ese quejío jondo que en esta tragedia se manifiesta en forma de crimen pasional. Lo hacen a través de un ejercicio metalingüístico en el que, primero, vemos unos camerinos vacíos; después, la llegada de los artistas y su manera, extrovertida en unos y circunspecta en otros, de prepararse para su trabajo, que en su caso es también su vocación; más tarde asistimos a la repetición de los movimientos más relevantes de la danza y, por último, al espectáculo propiamente dicho, eso sí, sin público. Antes que nada, conocemos el espacio; a continuación, a los artistas y, por fin, el trabajo que hay detrás de esos movimientos estilizados y perfectos que veremos. La historia, ya se la saben, parecen decir el director y el coreógrafo: vamos a servírsela en toda su desnudez.
Aunque hay algún plano concreto que, salvo que Saura escogiera no cortarlo para acentuar el carácter metalingüístico de la propuesta. es claramente mejorable, en general la planificación me parece excelente, y sólo cabe aplaudir la manera en la que la cámara del cineasta aragonés, apoyada en el trabajo de un Teo Escamilla al que la austeridad del conjunto le hace estar en su salsa, capta la gracia y el desgarro en los movimientos de unos bailarines que, por sí mismos, son capaces de transmitir la intensidad del drama. Ya sea con pausados travellings alrededor de ese espacio desnudo y sólo relleno de arte, o con planos cortos, que predominan en cuanto se desata la tragedia, Saura vuelve a demostrar que, en el terreno visual, es uno de los mejores directores españoles de todos los tiempos. Si a esto añadimos la belleza de la música de Emilio De Diego, se consigue una experiencia riquísima en su pureza para todos los amantes del flamenco, y de la música en general, en la que no hay una sola concesión a los gustos mayoritarios, sino una exitosa búsqueda del núcleo fundamental del arte jondo.
En la película, no sólo vemos al Antonio Gades bailaor, de cuya calidad ya han hablado lo suficiente los entendidos, sino también al coreógrafo, riguroso pero ocasionalmente distendido. Además, escuchamos al Gades persona, que nos habla de sus comienzos y de la profunda huella que le dejó la persona que fue su mayor inspiración artística y personal, Vicente Escudero. Cristina Hoyos, en su primer rol importante en la gran pantalla, muestra la seriedad de su arte y se erige en el otro puntal del drama, cuyo tercer vértice lo representa un Juan Antonio Jiménez que consigue brillar frente a frente con Gades. Destacar que uno de los cantaores es un jovencísimo José Mercé, a quien ya se le adivinaban las condiciones que con posterioridad le han convertido en una de las grandes estrellas del flamenco actual.
Bodas de sangre es mi película favorita de la trilogía Saura-Gades, por lo mucho que muestra en su brevedad, y sin recurrir a las palabras. Arte mayor, elaborado desde el respeto y el conocimiento, y alejado de toda parafernalia.