ARA MALIKIAN: UNA VIDA ENTRE LAS CUERDAS. 2019. 88´. Color.
Dirección: Nata Moreno; Guión: Nata Moreno y Nacho R. Piedra; Dirección de fotografía: Telmo Iragorri y Mario López; Montaje: Nacho R. Piedra; Música: Ara Malikian; Producción: Amelia Hernández Causapé, para Kokoro Films-Caribe Estudio-Bausan Films (España).
Intérpretes: Ara Malikian, Serguei Mesropian, Mariela Mugnani, Fernando Egozcue, Burçin Büke.
Sinopsis: Biografía del violinista de origen armenio Ara Malikian.
Al igual que han hecho muchos otros intérpretes a lo largo del tiempo, Nata Moreno decidió un buen día pasarse al otro lado de la cámara. Tras dos cortos que no he podido ver, la directora debutó en el largometraje con una biografía de su actual pareja, el célebre violinista de origen armenio Ara Malikian. La obra resultante gustó a críticos y espectadores, muchos de ellos ya familiarizados con la azarosa trayectoria de este músico afincado en España desde hace años. El Goya al mejor largometraje documental fue el reconocimiento más llamativo a un film que aprovecha y retroalimenta la enorme popularidad de su protagonista.
Ara Malikian: Una vida entre las cuerdas es una película muy estándar en su concepción: su metraje es de hora y media, sigue un orden cronológico y se nutre principalmente del testimonio del biografiado, con abundante utilización de material de archivo e intervenciones de amigos y compañeros de Malikian. No hay, pues, nada demasiado novedoso en el planteamiento: incluso diría que su esquema base, fundamentado en las confesiones frente a una cámara estática del violinista y de los diversos invitados, contrasta con el barroquismo que suele acompañar las actuaciones en vivo de Malikian, más cercanas a un concierto de rock que a las maneras escénicas que suelen asociarse a la música clásica. Lo mejor, en cuanto a la presentación formal de la película, es sin duda su montaje, que extrae un excelente partido de las imágenes que ilustran el periplo vital del protagonista, algunas tan curiosas como una interpretación juvenil de Macarena.
Lo más relevante es, sin duda, lo que se cuenta: proveniente de una familia que, en una pequeña parte, sobrevivió al genocidio armenio cometido por el imperio otomano durante la Primera Guerra Mundial, para los Malikian el violín, en particular un instrumento que ha ido pasando de mano en mano a través de las generaciones, ha significado a la vez pasión, supervivencia y oficio. Establecidos en el Líbano, otra guerra, en este caso un conflicto civil que se alargó más de dos décadas, dio paso a una existencia nómada cuya primera etapa importante transcurrió en Alemania. Allí, el joven violinista empezó a hacer carrera, gracias en parte a que su nulo dominio del idioma del país contribuyó a que le contrataran para amenizar bodas judías. Llegaron después los concursos, los premios, las orquestas y los grandes auditorios. Con todo, del Malikian hombre hay que destacar su humildad (bien se encarga de recalcar que lo que hay detrás de su presunta genialidad son miles de horas de ensayo), lo diáfano de su discurso y un sentido del humor siempre presente, incluso a la hora de narrar episodios de ingrato recuerdo. Como eje central de toda su trayectoria, hay que subrayar el permanente intento de huir de las ataduras, musicales y de todo tipo, que exige la música clásica, que en muchos casos impone un modelo elitista que la aleja de las audiencias musicales más inquietas, que son más numerosas de lo que, de manera interesada, nos quieren hacer ver. Malikian lo ilustra con la expresión “salir del foso”, que simboliza una carrera exenta de complejos y ajena a las críticas de los puristas. Nos queda al final el retrato de un hombre singular, consagrado a su arte, y también al empeño por acercarlo a las masas, que ha vivido la guerra, que se ha enfrentado a casi todos los prejuicios posibles y que hoy puede permitirse el lujo de organizar una gira sinfónica sin más red que la suya propia y llenar pabellones en todo el mundo. Es cierto que, en el tramo final, a la directora se le va la mano por el lado del sentimiento y, por ello, el film cae en lo tópico y adopta un tonillo a libro de autoayuda que no le favorece, pero se perdona por la honestidad de la propuesta, porque el biografiado es un ser excepcional en muchos sentidos, y porque a Ara Malikian podrá discutírsele la forma en la que utiliza su enorme talento, es decir, sus excesos escénicos, pero jamás su lejanía de la mediocridad. Por todo ello, no queda más que recomendar el visionado de esta película a todo tipo de públicos, en especial a los melómanos sin complejos, categoría a la que me honro en pertenecer.