THE WORLD´S END. 2013- 106´. Color.
Dirección: Edgar Wright; Guión: Simon Pegg y Edgar Wright; Dirección de fotografía: Bill Pope; Montaje: Paul Machliss; Música: Steven Price; Diseño de producción: Marcus Rowland; Dirección artística: Nick Gottschalk (Supervisión); Producción: Eric Fellner, Nira Park y Tim Bevan, para Working Title- Focus Features-Dentsu-Universal Pictures (Reino Unido-EE.UU.-Japón).
Intérpretes: Simon Pegg (Gary King); Nick Frost (Andy Knightley); Martin Freeman (Oliver Chamberlain); Paddy Considine (Steven Prince); Eddie Marsan (Peter Page); Rosamund Pike (Sam Chamberlain); Pierce Brosnan (Guy Shepherd); David Bradley (Basil); Michael Smiley (El Reverendo Verde); Leo Thompson, Darren Boyd, Bill Nighy, Thomas Law, Luke Bromley.
Sinopsis: Cinco amigos cuarentones se reúnen, a sugerencia del más inmaduro de todos ellos, para completar un reto etílico que les quedó pendiente años atrás en los pubs de su pueblo natal.
Con su quinto largometraje para la gran pantalla, el polifacético Edgar Wright puso fin a la llamada trilogía del Cornetto, conjunto de films que se sitúan a medio camino del bromazo entre amigos y la revisión postmoderna de los géneros clásicos. Bienvenidos al fin del mundo es, a la vez, una obra sobre la nostalgia asociada a la edad madura, y una comedia negra apocalíptica que puede verse como una certera radiografía de una sociedad rabiosamente individualista que, si hay algo que odia hasta el tuétano, es justo la individualidad. Concebido como un divertimento cuya escala aumenta de manera progresiva, el film fue, para la crítica, un esfuerzo a la altura de sus precedentes, aunque entre el público hubo más división de opiniones en cuanto al valor de este capítulo final en el conjunto de la trilogía.
Bienvenidos al fin del mundo comienza como si los protagonistas de Trainspotting se reunieran de nuevo en edad viejoven, para acabar convirtiéndose en una versión menos salvaje de Abierto hasta el amanecer, o en una más cómica de La invasión de los ultracuerpos. Al principio, cinco amigos de la adolescencia, separados por el tiempo y las circunstancias, se reúnen, a sugerencia de Gary King, el único de ellos que continúa sin asumir el tránsito hacia la edad adulta, en su pueblo natal, con la idea de completar un reto que les quedó pendiente en sus años mozos: visitar los doce pubs de la localidad y tomarse una pinta de cerveza en cada uno de ellos. Vamos, lo que viene a ser la respuesta británica al París-Dakar de Santiago de Compostela. Para los demás, es una oportunidad de reencontrarse y huir de la rutina, pero poco más: uno de ellos, incluso, lleva más de tres lustros sin probar el alcohol. Gary, en cambio, ve ese desafío como la constatación de que el tiempo no ha pasado, y está decidido a seguir adelante en el etílico empeño hasta llegar al último pub, que tiene un nombre de lo más evocador: El fin del mundo. Para conseguirlo, no duda en manipular a sus amigos de todas las maneras posibles, hasta que, después de un violento encontronazo con un veinteañero en el lavabo de uno de los pubs, Gary comprende que algo muy extraño sucede en el pueblo que le vio nacer. A partir de ahí, su deseo de llegar hasta el final se convierte en requisito para la supervivencia.
Entre bromas más o menos graciosas, un sinfín de guiños cinematográficos (y a la cultura pop en general), y una puesta en escena que se desliza del costumbrismo a lo delirante con gran soltura, Bienvenidos al fin del mundo va adoptando la forma de una fábula moral contra un mundo que, según mi criterio y, probablemente, el de Edgar Wright y Simon Pegg, guionistas de la película, realmente no le pertenece a nadie. Se utiliza un nombre concreto (el de Starbucks, multinacional que, a quien esto escribe, no puede serle más ajena), como símbolo del aborregamiento de unas masas que, paradójicamente, están formadas por miembros que creen ser el ombligo del mundo. En ocasiones, sobre todo al final, aparece el Edgar Wright efectista y realizador de videoclips, y el conjunto cae en lo aparatoso, pero en líneas generales la película se desenvuelve bien con su mezcla de mirada hacia atrás sin ira, espuma de cerveza y lugareños mucho más fríos, desmemoriados y amables de lo que solían ser. Dado el cariz que va adquiriendo la historia, es de resaltar que los efectos visuales están muy conseguidos, y que el discurrir del relato va sobrado de agilidad. Más allá de la mezcla de elementos muy dispares, no hallaremos mucha originalidad en el libreto (en este aspecto, la factura visual supera en frescura a la narrativa), pero conviene aclarar que, incluso cuando se pone solemne, la película jamás se aleja de su espíritu de gran broma masculina. Incluso al final vemos cómo los ultracuerpos pueden ser majos y todo. Dicho esto, la escena de la primera pelea en grupo está tan bien coreografiada que llega a recordarme una similar de La naranja mecánica, otro de los films que Edgar Wright demuestra conocer al dedillo. La música, de Steven Price, tiene una presencia escasa, casi anecdótica, en beneficio del socorrido recurso de rellenar el metraje con un sinfín de canciones pop, en esta ocasión resuelto de una forma bastante ingeniosa. Dios bendiga a Sisters of Mercy.
Un eje fundamental de Bienvenidos al fin del mundo es la desacomplejada labor del notable plantel de actores, así como la visible camaradería que existe entre ellos. Simon Pegg, uno de los máximos responsables del tinglado, se reserva el papel del inmaduro, ingenioso, manipulador y carismático Gary, dándole a su personaje un aroma a perdedor cool del que la narración se beneficia mucho. Nick Frost, otro polifacético individuo fundamental en el clan, encarna al bruto de espíritu noble con gran convicción y mucho despliegue, tanto físico como gestual. Por su parte, Martin Freeman borda el papel del personaje más típicamente británico de todos (y protagoniza el mejor chiste de toda la película), mientras que Paddy Considine y Eddie Marsan completan un quinteto protagonista sin fisuras. Destacar la labor de David Bradley, así como la enorme naturalidad con la que esa excelente actriz que es Rosamund Pike se integra en el clan protagonista. Por último, mención para un Pierce Brosnan que aporta distinción a su papel de portavoz de los invasores.
Bienvenidos al fin del mundo es, en primer lugar, una película francamente divertida, hecha por gente muy talentosa y dotada de un contagioso vitalismo. Quizá no sea la mejor obra de la trilogía, pero sí un final a la altura debida.