A mediados de los años 60, el folklorista Bruce Jackson tuvo la fantástica idea de visitar las cárceles de Texas para presos negros (por entonces, las penitenciarías aún estaban segregadas) para grabar las canciones con las que los condenados a trabajos forzados buscaban hacer más llevadera su situación. De aquí salió un álbum, que varias décadas después el actor Eric Berryman ofreció a la directora de la compañía teatral The Wooster Group, Kate Valk, para que se hiciera a partir de él un trabajo análogo al que esta veterana formación había efectuado con otro disco señero: Early Shaker spirituals. El resultado es The B-Side, obra que la compañía ha traído a Barcelona y que se representa estos días en la Sala Fabià Puigserver del Teatre Lliure dentro de la vigente edición del festival Grec.
La obra consiste en la interpretación a capella, por parte de Berryman y de sus dos acompañantes en escena, Jasper McGruder y Philip Moore, de un disco que incluye canciones de trabajo, espirituales, blues y brindis, es decir, canciones de celebración. La idea es que el espectador se sienta partícipe de la situación de unos hombres llamados Johnny Jackson, Joseph Chinaman Johnson, Johnnie H. Robinson, Mack Maze, Marshall Phillips, Virgil Asbury o Houston Page, que cumplían condena por distintos motivos y sufrían los rigores de un sistema penal que era cruel para todos, pero todavía más para las personas de raza negra. Al igual que sucedía en las plantaciones de algodón (o en las cuevas y chamizos de los gitanos, o en las fiestas judías, o en las celebraciones eslavas), las canciones eran el método con el que esos hombres exorcizaban sus fantasmas. Por ello, el valor musical de esta obra, en tanto que divulgadora de un disco que, desde luego, no es un disco cualquiera (esto no es Jailhouse rock, con presos blancos y bien peinados bailando alegres entre los barrotes de una prisión de pega), es encomiable. El valor teatral, a mi entender, ofrece más discusión, pese al buen trabajo escénico de los tres intérpretes, y ello porque el minimalismo de la puesta en escena hace que, durante buena parte del espectáculo, a uno le cueste encontrar un valor añadido al de la propia música (el cual, repito, es mucho). Ahí están canciones como Assassination of the president, que arrancó los primeros aplausos del público, o Rattler, para demostrarlo. A partir de la novena pieza, T.B. Bees (canción de y para los presos enfermos de tuberculosis) el montaje sí adquiere un mayor vigor escénico, patente en un gran final en el que aparece otra de las piezas memorables del disco (44 Hammers) y vemos en la pantalla a esos reos purgando sus, reales o ficticios, delitos. Sin duda, un acierto del Grec la inclusión de esta obra en su extenso e irregular programa. Dije antes que el objetivo de la obra es que el espectador empatice con los presidiarios cuyas canciones escucha. Dado que el público asistente estaba, en buena parte, formado por pijoprogres de manual e intelectuales, de los de verdad y de los de saldo, todos mezclados, cuyo contacto más cercano, no digo ya con las prisiones y con quienes las ocupan, sino con la propia clase obrera, se remonta en el mejor de los casos a dos generaciones, esa empatía se me antoja difícil (e impostada, por qué no decirlo), pero más allá de que la obra dé argumentos a un tipo de personas a las que desprecio para sentirse más rojas y menos blancas (por no decir menos racistas) durante una hora, que es lo que dura el montaje, el valor de esas canciones, entre las que también hay espacio para el humor porque incluso en las mayores desgracias existe un hueco para lo cómico, así como el de sacarlas del olvido y divulgarlas por el mundo, va más allá de postureos y modas. Un acierto, repito, aunque creo que The B-Side da más motivos de gozo a los melómanos que a los amantes y entendidos en eso del teatro.
La canción con la que empiezan el álbum y la obra: