TOPKAPI. 1964. 118´. Color.
Dirección: Jules Dassin; Guión: Monja Danischewsky, basado en la novela The light of day, de Eric Ambler; Dirección de fotografía: Henri Alekan; Montaje: Roger Dwyre; Música: Manos Hadjidakis; Producción: Jules Dassin, para Filmways Pictures (EE.UU.)
Intérpretes: Melina Mercouri (Elizabeth Hipp); Peter Ustinov (Arthur Simpson); Maximilian Schell (Walter Harper); Robert Morley (Cedric Page); Jess Hahn (Fisher); Gilles Ségal (Giulio); Akim Tamiroff (Cocinero); Titos Vandis (Harback); Ege Ernart, Senih Orkan, Ahmet Danyal Topatan, Joseph Dassin, Despo Diamantidou.
Sinopsis: Una ladrona de guante blanco y su amante deciden robar una preciosa e inaccesible joya que se encuentra expuesta en el palacio de Topkapi, en Estambul.
Jules Dassin, a quien cabe considerar artífice del interés que despertaron las películas sobre meticulosos robos de guante blanco gracias a Rififí, estrenó, casi una década después de esa verdadera joya, el que puede considerarse su reverso cómico. Topkapi, de hecho, está más cerca de La pantera rosa que de la propia película precedente de Dassin, y cosechó un éxito importante en su momento, coronado con el Óscar a Peter Ustinov, si bien su fama posterior no iguala ni de lejos a la que conservan las dos obras mencionadas. Vista hoy, Topkapi constituye un entretenimiento elegante y, por momentos, de bastante nivel, pero no figura entre las mejores películas de un director que, pese a su inclusión en las listas negras del tristemente célebre Comité de Actividades Antiamericanas, que le obligó a emigrar hacia latitudes menos hostiles para poder seguir con su carrera en el cine, posee una filmografía envidiable.
Una introducción harto psicodèlica, muy de su tiempo, abre paso a un film con voluntad de divertimento que, sin embargo, obtiene sus mejores resultados cuando se vuelve enérgico, lo que prueba que las virtudes de Jules Dassin aparecen con mayor intensidad en el drama que en la comedia. Por mucho que el director opte, ya desde el principio, por el colorismo y el espíritu lúdico, más allá de algunos momentos jocosos, protagonizados casi siempre por Peter Ustinov y Akim Tamiroff, la chispa de la gran comedia sólo aparece en el impagable final. La voluntad existe: ahí tenemos la iluminación de corte surrealista y la ruptura de la cuarta pared con la que se nos presenta el personaje principal, pero a partir de los créditos iniciales, el reencuentro de ella con su antiguo amante, y la planificación del robo de la daga de incalculable valor que se expone en el Palacio de Tokpapi plantean una situación a la que, con el reclutamiento de quienes les acompañarán en el casi utópico atraco, le cuesta arrancar hasta el punto de que el ritmo se hace premioso y el conjunto lo salvan, principalmente, el trabajo de los dos actores mencionados y las escenas del personaje de Ustinov en el cuartelillo de la policía turca.
Topkapi gana muchos enteros durante la ejecución del robo, en concreto desde que Walter Harper, el estratega del grupo y amante de la cuasininfómana Elizabeth, comunica a sus compañeros que, dado que las fuerzas de seguridad otomanas les siguen los pasos, el atraco tendrá lugar esa misma noche. Entonces brilla con fuerza la excelente planificación visual de Dassin, que sin apenas diálogos hace partícipes a los espectadores de la extrema dificultad de una empresa a la que el detalle más nimio puede hacer fracasar, de la poca pericia de los policías turcos (siempre hay una excepción a toda regla, que conste), y de lo mucho que impresionan a Elizabeth los hercúleos luchadores embadurnados de aceite. En su última hora, la película es francamente inspirada, por no decir casi perfecta, con planos que pueden considerarse un claro precedente de la versión cinematográfica de Misión Imposible. Podría decirse que la comedia se ha quedado en el camino, aunque reaparece en su mejor forma una vez consumado el delito, pero la precisión y el vigor con que está rodado el devenir del atraco, con un montaje perfecto que expone sin recrearse y demuestra por qué Dassin fue capaz de rodar obras mayores del cine negro, son dignos de ovación y vuelta al ruedo. Aunque la acción discurra en territorio turco, la música, obra de Manos Hadjidakis se nutre de melodías griegas, por entonces muy celebradas en Hollywood, lo que equivale a decir en medio mundo. En su apuesta por la casi documental desnudez a la hora de mostrar el robo, Dassin prescinde de la banda sonora en los instantes de mayor tensión narrativa, en los que sí hace un uso provechoso de los efectos de sonido.
Encabeza el reparto la estrella griega Melina Mercouri, por entonces pareja y más tarde esposa del director. Carismática, glamourosa y divertida (ahí queda su manera de mostrar el notable apetito sexual de su personaje), la actriz helena compone una lograda parodia de la femme fatale arquetípica. Maximilian Schell está más flojo, pues al actor se le nota más cómodo en las escenas de acción y bastante más perdido en las cómicas. Por su parte, Peter Ustinov hizo uno de los grandes papeles de su carrera en la piel de un hombre cobarde y con miedo a las alturas, pero no exento de sentido común. Gilles Ségal luce sus habilidades circenses en la secuencia del atraco, y Akim Tamiroff, un actor de esos que mejoran toda película en la que aparecen, está francamente divertido. Robert Morley se nos muestra, como casi siempre, notable en su rol de flemático creador de artilugios extraños.
Topkapi es un film que pasa de comedia de segundo nivel a film de atracos de primera fila, para terminar siendo tan divertido como pretendía. Uno tiene la impresión de que quienes participaron en la película la disfrutaron mucho, y ese goce sólo se contagia a ratos, pero ahí queda una última hora de gran cine, en la que el indiscutible talento de Jules Dassin sale a relucir de manera evidente.