L´UCCELLO DALLE PIUME DI CRISTALLO. 1970. 95´. Color.
Dirección: Dario Argento; Guión: Dario Argento, basado en la novela The screaming Mimi, de Fredric Brown; Director de fotografía: Vittorio Storaro; Montaje: Franco Fraticelli; Música: Ennio Morricone; Diseño de producción: Dario Micheli; Producción: Salvatore Argento, para Seda Spettacoli-Central Cimena Company Film (Italia-Alemania Federal).
Intérpretes: Tony Musante (Sam Dalmas); Suzy Kendall (Julia); Enrico Maria Salerno (Comisario Morosini); Eva Renzi (Monica Ranieri); Umberto Raho (Alberto Ranieri); Raf Valenti (Carlo); Giuseppe Castellano (Monti); Mario Adorf (Berto Consalvi); Pino Patti, Gildo Di Marco, Rosa Toros, Fulvio Mingozzi, Karen Valenti, Omar Bonard, Werner Peters.
Sinopsis: Un escritor americano en crisis, que se encuentra en Roma para tratar de recuperar la inspiración, contempla cómo un hombre apuñala a una mujer en una galería de arte. Más allá de colaborar con la policía en el esclarecimiento del caso, el extranjero se implica directamente en su resolución, dado que el modus operandi es idéntico al de tres asesinatos de mujeres acaecidos en fechas recientes.
Si bien en los albores de su carrera fue un guionista todoterreno, el paso a la dirección trajo consigo la especialización de Dario Argento en el giallo, subgénero intrínsecamente italiano cuyo máximo exponente es Mario Bava. Siguiendo sus huellas, Argento logró su primer éxito con El pájaro de las plumas de cristal, ópera prima que no sólo elevó su nombre a la fama en su país natal, sino que le convirtió de una forma casi inmediata en uno de los máximos exponentes del terror europeo, condición que mantuvo en las décadas posteriores. En este debut se aprecian muchas de las características del cine de Dario Argento (la acusada influencia de Bava y Hitchcock, la estilización visual, la predilección por los colores primarios, el gráfico modo de mostrar los crímenes), siendo, en conjunto, una de sus obras más logradas.
Seguramente por darle al asunto un enfoque más internacional, característica muy frecuente no sólo en el giallo, sino también en todo el cine italiano, en especial en el de género, de la época, el protagonista es un joven escritor estadounidense que, en compañía de su novia, está pasando una temporada en Italia para intentar recuperarse del bloqueo creativo en que se halla inmerso. El argumento que utilizan sus amistades en el país es que al sur de los Alpes nunca pasa nada (al margen de la Mafia, las Brigadas Rojas y la corrupción generalizada, querrán decir). Argento utiliza esta frase casi a modo de ejercicio de humor negro porque, en esos días, tres jóvenes mujeres han sido asesinadas, seguramente a manos de la misma persona. A Sam Dalmas, el escritor en crisis, el asunto empieza a interesarle cuando una noche, de regreso a casa, se para ante una galería de arte y, a través de la cristalera, ve cómo un hombre, vestido totalmente de negro, apuñala a una joven, que queda malherida. La rápida intervención de Sam hace que la mujer salve la vida. Él opina, y lo mismo hace la policía, que se hallan ante el primer crimen frustrado del asesino múltiple que anda suelto por Roma y sus alrededores. Sam se involucra directamente en la resolución del caso, especialmente a partir del momento en que él mismo es víctima de un intento de homicidio.
Ya desde su primera película, vemos la capacidad de Argento para crear intriga, pese a que la trama se sostiene con alfileres y el desenlace se da de tortas con la lógica. En El pájaro de las plumas de cristal observamos cuatro ejes del cine de Hitchcock (que Brian De Palma explotó posteriormente con resultados en su mayoría espléndidos): el voyeurismo, el aficionado que se ve implicado en la resolución de una trama criminal, la enfermedad mental como origen del crimen y la certidumbre de que uno no siempre debe creer lo que ven sus ojos. A partir de ahí, las formas son mucho más herederas de Mario Bava, con planos subjetivos de un criminal de quien sólo vemos sus manos enguantadas, mucho zoom, un modo muy explícito de mostrar los asesinatos, pulsión erótica apenas soterrada y un cromatismo muy detallista, en el que el predominio de los colores primarios es absoluto, con especial énfasis en el rojo, que por algo es el color de la sangre, y el negro. Prima el efectismo, pero Argento está a la altura de sus referentes en lo más importante: captar la atención del espectador desde el principio, no soltarla hasta el final, y lograr que el ritmo y el estilo le hagan olvidar que el guión, basado en una novela que desconozco y no se incluye en los títulos de crédito, es endeble, con tendencia a lo tramposo y diálogos que no pasarán a la historia. Lo mejor está, además de en la capacidad para el suspense del director, en el envoltorio, en el que es de recibo resaltar la fotografía de un joven Vittorio Storaro, en la que fue su única colaboración con Dario Argento. Otro nombre legendario del cine, Ennio Morricone, es el autor de la banda sonora, una de las diecisiete que compuso para obras estrenadas, como la que nos ocupa, en el año 1970. En su caso, la entente con su paisano Argento se extendió a las siguientes dos películas del director. Lejos del sonido que asociamos a sus trabajos en el western, aquí Morricone se decanta por su vertiente más experimental, con resultados interesantes, aunque no memorables.
En los actores, cuya dirección nunca fue la mayor virtud de Dario Argento como cineasta, un poco de todo, como en botica. Tony Musante, por entonces un intérprete en alza, pero muy lejos de tener en el cine americano el estatus protagónico que aquí se le otorga (y que posteriormente tampoco llegó a alcanzar), se defiende más que bien a lomos del personaje que lleva buena parte del peso de la historia, el de un escritor que recupera su vena creativa cuando se sumerge en un asunto que puede acabar con su vida. Suzy Kendall, actriz de breve carrera cinematográfica, se convirtió gracias a esta película en una auténtica reina del grito, aunque tampoco es que su papel le permita un lucimiento mucho mayor. El ya curtido Enrico Maria Salerno es de lo mejor del elenco, en la piel del metódico inspector Morosini. La bella Eva Renzi, otra actriz cuya carrera no dio demasiado de sí, no pasa de discreta, que es el mismo calificativo que, siendo generosos, hay que atribuir a quien interpreta a su marido en la ficción, un Umberto Raho al que he visto mejor otras veces, quizá confundido por la cantidad de pistas falsas con las que debe lidiar. Punto y aparte merece la intervención de Mario Adorf, en el rol de un excéntrico pintor que cuenta entre sus obras con un cuadro de gran trascendencia para el desarrollo de la historia. Raf Valenti, o Renato Romano en la mayor parte de sus trabajos, parece no saber demasiado bien qué hace ahí.
Las obras mayores de Dario Argento tardarían aún algunos años en llegar, pero El pájaro de las plumas de cristal es, a pesar de su inverosimilitud argumental, una película notable, en especial por la calidad de algunas secuencias, como la del segundo intento de asesinato que sufre el protagonista, y que acaba en una reunión de antiguos púgiles. El final no hay quien se lo trague, pero hasta entonces el director ha sido capaz de mantener en vilo a la audiencia en una dispar, pero muchas veces lúcida demostración de estilo.