LOLA. 1986. 105´. Color.
Dirección: Bigas Luna; Guión: Bigas Luna, Luis Hercé y Enrique Viciano; Dirección de fotografía: Josep Maria Civit; Montaje: Ernest Blasi; Música: José Manuel Pagán; Diseño de producción: Felipe De Paco; Producción: Enrique Viciano, para Figaro Films (España).
Intérpretes: Ángela Molina (Lola); Patrick Bauchau (Robert); Feodor Atkine (Mario); Assumpta Serna (Silvia); Carmen Sansa (Jeanine); Pepa López, Constantino Romero, Ángela Gutiérrez, María González, Ariadna Gil, Bernardo Cortés.
Sinopsis: Lola viaja hasta Barcelona huyendo de su relación con un hombre alcohólico y violento Años después, cuando ella está casada con un empresario francés, ese hombre reaparece.
Lola marcó el regreso a España de Bigas Luna después del paréntesis estadounidense que supuso Renacer. No fue fácil levantar este proyecto, inspirado en un caso real, que en muchos aspectos constiuye una transición entre las primeras películas del director, que para muchos son las mejores, y su trilogía ibérica de los 90, que supuso su punto más álgido en cuanto a popularidad se refiere. Esta crónica de un crimen pasional es, como casi todo en Bigas Luna, excesiva e irregular, pero contiene elementos de gran interés.
En más de una ocasión, el cineasta barcelonés confesó que Lola es su película menos cerebral. En todo caso, ni su argumento, que plasma un arrebatado pero convencional triángulo amoroso, ni su concepción visual se apartan de los esquemas característicos del director, que si algo tuvo siempre es un estilo muy marcado. Al principio, se nos presenta el contraste entre dos mundos: una elegante cena de parejas en París, en la que el protagonista es un empresario que va a viajar por negocios a España, y una fábrica de zapatos de ese país (a Bigas Luna siempre le interesó el contraste entre lo pudiente y lo marginal), ubicada en mitad de ninguna parte, en la que una empleada vive sumida en una relación tóxica con un borracho que la maltrata, pero que a la vez le proporciona unos orgasmos que la mantienen enganchada a ese victimario de manual. Un buen día, la protagonista decide huir sin mirar atrás y, como solía suceder en la era pre-internet, esos dos mundos confluyen en un popular local de Barcelona, al que el empresario acude a cenar marisco con unos compañeros de trabajo, y donde la mujer, vestida de un modo a la vez sexy y hortera, acude antes de visitar una discoteca (fábricas, salas de baile -y de alterne, que también habrá-, pasiones desbocadas y amores interclasistas forman un cóctel que veremos repetido años más tarde en Jamón jamón). El rico francés y la belleza de barrio se conocen, se enamoran (lo que provoca que el empresario deje a su esposa), tienen una hija y montan una vida de anuncio en la zona alta de la Ciudad Condal. Hasta que el antiguo amor de Lola vuelve a entrar en escena e intenta reconquistarla.
Amante de lo turbio, Bigas Luna nos trae una historia de amour fou con todas las letras, en las que se deja claro que, cuando los genitales toman el poder, el cerebro no rige como debiera. Los, por otra parte muy abundantes, primeros planos de los rostros de los personajes durante el coito, nos dejan muy clara la clave de una historia que el director aprovecha para mostrar las siete diferencias entre la Barcelona pudiente y la canalla (y el peligro de mezclar ambas, podría interpretarse), al tiempo que introduce, justo antes de los dos grandes puntos de inflexión del relato, un par de escenas de marcado espíritu buñueliano en el que Bigas Luna deja claro que, dentro de una cinematografía española en general muy sosa en lo visual en aquellos años, él era justo lo contrario. Por ejemplo, en la inicial cena parisiense, la cámara se mueve casi sin parar entre la pequeña sala y los comensales, para dejar claro que ese panorama dista de ser todo lo idílico que aparenta. Fanático de lo kitsch, las discotecas de la Barcelona ochentera, y los clubs de alterne del Barrio Chino, proporcionan al director el marco perfecto para mostrar sus obsesiones. En este aspecto, la escena en el bar de alterne en la que aparece el añorado Bernardo es de lo más significativa y, vista hoy, es también el retrato de una ciudad que ya no existe. Es evidente, cuando la película se adentra en la intriga criminal y las audiencias públicas, que no es en ese terreno en el que mejor se mueve Bigas Luna, pero la historia, que ya presenta bastantes altibajos en el ritmo narrativo, y alguna escena (por ejemplo, aquella en la que Silvia invita a Lola a una fiesta), que poco o nada aportan al conjunto, quedaría más coja de no internarse en esos vericuetos. Es importante señalar que Lola, un típico personaje femenino que despierta pasiones en los hombres, no explota ese poder al modo de una femme fatale, sino que es también una víctima de su propia entrepierna, lo que sin duda es más real que el progresismo de estampita tan en boga en estos tiempos.
La estética, repito, oscila entre lo refinado y lo hortera de un modo que no sorprenderá ni a quien conozca la Barcelona de los 80 ni, desde luego, a los conocedores del cine de Bigas Luna. Respecto a la música, la verdad es que queda cutre utilizar versiones no originales de canciones de Michael Jackson o Stevie Wonder, y que la pieza, interpretada por Hilario Camacho, que ocupa el lugar central de la película, tampoco es nada del otro mundo, pero la partitura de José Manuel Pagán es más que correcta, subrayando lo turbio del entramado fílmico.
El reparto es marcadamente internacional, también porque lo encabeza Ángela Molina, una de las actrices españolas que más y mejor carrera ha desarrollado más allá de nuestras fronteras. Aquí, Molina da vida a una sufridora, a una mujer de lama noble que, sin embargo, no puede dejar de ser lo que es. Alguna vez la actriz ha declarado que no se sintió cómoda en el papel, pero en la pantalla esta circunstancia pasa desapercibida. Patrick Bauchau, actor todoterreno que se ha movido por multitud de países en lo profesional, me parece un tanto fuera de lugar, a un nivel inferior al que muestra un Feodor Atkine a la vez repulsivo y magnético, en un papel que, eso sí, da más juego que el de su compañero de triángulo. Assumpta Serna tiene un rol de escasa relevancia y lo solventa de manera correcta, mientras que a Carme Sansa la veo también fuera de sitio, en parte porque el guión, centrado en el trío protagonista, no le concede a su personaje el lugar destacado que merece. Al margen de los mencionados, en Lola aparece Constantino Romero, en su primer papel en la ficción, y debuta en el cine Ariadna Gil.
Película de transición, Lola no es ni la mejor, ni la peor obra de Bigas Luna, pero sí una muestra muy representativa de su particular manera de entender el cine.