El tórrido agosto barcelonés, amén de unas considerables dosis de mala hostia, ofrece algunos momentos de disfrute. Importante fue el que obtuve ayer tarde en el Jamboree, con la actuación del virtuoso guitarrista argentino Hernán Romero, a quien conozco fundamentalmente por sus trabajos junto a ese fenómeno llamado Al di Meola, quien también ha estado de gira por España últimamente pero al que nadie se le ha ocurrido traer a la Ciudad Condal, un lugar en el que el interés hacia la cultura, por parte de lugareños y visitantes, está lejos de ser el que nos creemos que es. No estaba llena la sala de la Plaza Real, al menos en el primer pase, que fue al que un servidor asistió, pero los que fuimos nos quedamos entusiasmados con el arte de tres músicos originarios del Cono Sur, que demostraron que el virtuosismo y la fusión pueden ser mucho más que pura exhibición de técnica instrumental. Superados algunos problemas iniciales con el sonido (la primera incursión del magnífico músico uruguayo Rodrigo Pahlen en la armónica resultó inaudible por un problema en el micrófono), Romero, que además es un cantante competente, hizo magia con la guitarra flamenca, Pahlen derrochó habilidad pianística y lirismo con la armónica, y el también uruguayo Antonino Restuccio prestó solidez al trío, primero con el bajo eléctrico y, más tarde, con el contrabajo. Estas tres bestias interpretaron un repertorio, mayoritariamente propio, en el que se mezclan la canción de autor latinoamericana, el jazz, el tango y el flamenco, del que destaco, dentro de un nivel global que considero muy alto, piezas como Milonga de los lujuriosos y Entre nos, que desde este mismo momento recomiendo a todo aquel que me lea y no las conozca. Poseedor de una discografía a la altura de su talento, Romero conoce a Pahlen, musicalmente hablando, desde hace dos décadas, lo que hace que del entendimiento entre ambos sobre las tablas surjan momentos artísticos de muchos quilates, que en el día de ayer compartimos unos cuantos afortunados. El epílogo, con una excelente versión del Oblivion de Piazzolla, dejó un magnífico sabor de boca a la concurrencia, Luego, para devolverle a uno a la Tierra, nada mejor que un viaje borreguero por la línea 1 del Metro, en un vagón atestado de gente sin corbata y con la refrigeración bajo mínimos, cortesía de TMB (Te Mataremos Bien, supongo). Pero bueno, llegué sano y salvo a mi destino (previo tránsito a la línea 9, que es otro mundo, bastante mejor), y lo que queda es el gran concierto que vi.
Romero, en modo baladista:
Arte mayor: