CIEN AÑOS DE PERDÓN. 2016. 96´. Color.
Dirección: Daniel Calparsoro; Guión: Jorge Guerricaechevarría; Dirección de fotografía: Josu Inchaustegui; Montaje: Antonio Frutos; Música: Julio de la Rosa; Diseño de producción: Juan Pedro De Gaspar; Producción: Emma Lustres, Ghislain Barrois, Borja Peña, Álvaro Augustin y Juan Gordon, para Vaca Films- Morena Films- Telecinco Cinema-Invasor Producción-K6S Films-Movistar +-Mare Nostrum Productions (España-Argentina).
Intérpretes: Luis Tosar (Gallego); Rodrigo de la Serna (Uruguayo); Raúl Arévalo (Ferrán); José Coronado (Mellizo); Patricia Vico (Sandra); Joaquín Furriel (Loco); Luciano Cáceres (Varela); Marian Álvarez (Cristina); Luis Callejo (Domingo); Miquel Fernández, Diego Starosta, Pablo Pinto, Joaquín Climent, María Molins, Vicente Ayala, Jaime Linares, Alberto Arija.
Sinopsis: Un grupo de atracadores entra a robar en un banco valenciano. Una de las cajas de seguridad contiene documentación que incrimina a destacados políticos.
Quienes han seguido de cerca la trayectoria como director de Daniel Calparsoro, y confieso que no es mi caso, opinan que su noveno largometraje, Cien años de perdón, es su mejor obra desde su prometedora ópera prima, Salto al vacío, estrenada allá por los años 90. Se trata de una mezcla entre thriller e intriga política que funcionó muy bien en las taquillas y confirma que, en este siglo, lo mejor del cine español se encuentra, con alguna honrosa excepción, dentro de las fronteras del llamado cine de género. Hablamos de un film de clara vocación comercial, que quizá por ello quedó al margen del reparto de premios, pero que no decepciona en absoluto.
Lo de que el cine español, al igual que otros muchos, adopte las formas estilísticas del norteamericano y las someta a las particularidades patrias es algo que ha sucedido siempre, pero que en la actualidad podemos realizar con mayores medios, lo cual es de agradecer. En esta ocasión, Calparsoro colabora por primera vez con el guionista de cabecera de Álex de la Iglesia, Jorge Guerricaechevarría, autor de un libreto que funde los clásicos films de atracos con la endémica corrupción política española y remite a producciones estadounidenses como Plan oculto. La acción se desarrolla en unas pocas horas, en una Valencia anegada por una de esas tormentas mediterráneas que descargan muchísima agua en poco tiempo. En ese contexto, cinco individuos entran en una sucursal bancaria de la ciudad y toman como rehenes a empleados y clientes mientras intentan hacerse con el mayor botín posible. Uno de los empleados activa la alarma, por lo que la aparición de la policía será rápida. No obstante, los atracadores han cavado un agujero que da acceso a uno de los despachos de la entidad y les permitirá huir por el subsuelo mientras las fuerzas del orden esperan que salgan por la puerta principal. Un buen plan, salvo por el hecho de que la gran cantidad de agua almacenada bajo tierra hace inviable la huida por los túneles subterráneos, que prácticamente se han inundado. Obligados a improvisar, los ladrones se encuentran con otra sorpresa, esta vez favorable para sus intereses: la directora de la sucursal, a la que acaban de comunicar su despido, comunica a uno de los atracadores que entre las cajas de seguridad hay una que contiene un disco duro con documentación relativa a un escándalo político a gran escala. Esto, por un lado, concede a los asaltantes una gran baza para la negociación, pero también provoca la entrada en escena de los fontaneros del Estado, diestros en echar tierra sobre los asuntos turbios que afectan a las altas instancias.
A partir de esta premisa, Calparsoro estructura una vigorosa obra que, en su vertiente de denuncia, me parece demasiado esquemática, y que en cambio funciona de maravilla en su faceta de thriller, en especial durante la primera hora de metraje. El episodio de corrupción que se recrea es el famoso Tamayazo, es decir, el soborno a dos diputados de la Asamblea de Madrid que permitió a Esperanza Aguirre hacerse con la presidencia de la Comunidad. En esto, la película no se revela ni demasiado original, ni particularmente lúcida, quedando lejos de ese verdadero monumento cinematográfico a la corrupción patria que fue la posterior El reino. Creo que tanto el planteamiento como la resolución de la importante trama corrupta no van mucho más allá de lo superficial. En cambio, tanto la planificación cono la ejecución del atraco me parecen soberbias, con unos personajes muy bien definidos y un notable sentido del ritmo, que hace que el espectador siga con interés el desarrollo de un suceso en el que hay mucha más intriga que acción propiamente dicha. Atracadores, rehenes, fuerzas de seguridad y asiduos a las cloacas del poder son, en general, retratados como seres humanos, con sus fortalezas y debilidades, lo que hace que, en este punto, la película supere a multitud de films norteamericanos de similar calibre. Con un cromatismo en el que predomina el gris plomizo de un día de tormenta en el Mediterráneo, y una cámara nerviosa que sigue a unos personajes obligados a improvisar casi desde el primer momento, Cien años de perdón no inventa nada, pero hace lo que hace de una forma muy eficaz. Quizá la conclusión sea lo más tópico y flojo del conjunto, pero tampoco hay ningún elemento artificioso en exceso que haga chirriar un engranaje dramático que, en general, es de buena factura, porque Calparsoro tiene oficio y, cosa rara entre los directores españoles, buen pulso para la acción, aunque aquí sucumbe a la generalizada tendencia a poner demasiados planos. Le falta personalidad narrativa, pero con un buen guión es capaz de dar la talla, de llevarlo a escena sin complejos y de conseguir que el espectador se mantenga en tensión hasta los créditos finales. He de decir que la música, de Julio de la Rosa, acompaña la acción de manera perfecta y es uno de los puntos fuertes de un film en el que hay diversos giros, pero todos son lo que parecen.
Al frente del reparto, Luis Tosar vuelve a dejar claro que, con permiso de Antonio de la Torre, es uno de los actores españoles imprescindibles de esta época. Hemos visto muchas veces al actor gallego en papeles similares al que aquí desarrolla, pero siempre cae de pie por su talento y la convicción de la que hace gala. A su lado, impacta la labor del argentino Rodrigo de la Serna, que se dio a conocer en nuestro país gracias a esta película y compone de manera espléndida un personaje siempre en el filo entre el autocontrol y la histeria. Raúl Arévalo está más que correcto en su registro más introspectivo y comedido, mientras que José Coronado, sin llegar a desentonar, no luce demasiado en el rol de un comisario Villarejo con más galones. Patricia Vico, actriz conocida sobre todo por su trabajo en la pequeña pantalla, ofrece una interpretación solvente, Joaquín Furriel está sobreactuado y, en cambio, creo que la labor Luciano Cáceres no se ha ensalzado lo que sería justo. A gran nivel, como siempre, Luis Callejo, e interesantes, aunque breves, apariciones de Joaquín Climent y María Molins.
Cien años de perdón es un thriller potente y de lo más entretenido, que sólo desagradará a quienes (no son pocos) descalifican por sistema las películas españolas. Reitero que la trama política no es todo lo sólida u original que hubiera podido ser, pero en conjunto Daniel Calparsoro firma un trabajo notable.