LA PETITE MARCHANDE D´ALLUMETTES. 1928. 38´. B/N.
Dirección: Jean Renoir y Jean Tédesco; Guión: Jean Renoir, basado en el cuento de Hans Christian Andersen; Dirección de fotografía: Jean Bachelet; Montaje: Jean Renoir; Música: Manuel Rosenthal (Versión sonora de 1931); Dirección artística: Erik Aaes; Producción: Jean Renoir y Jean Tédesco, para Jean Renoir Films (Francia).
Intérpretes: Catherine Hessling (La cerillera); Jean Storm (Hombre joven/Soldado); Manuel Raabi (Agente de policía/La Muerte); Eric Barclay, Amy Wells, Comtesse Tolstoi.
Sinopsis: En Nochevieja, y en mitad de una gran nevada, una joven vendedora de cerillas trata de resguardarse del frío.
No descubre uno nada cuando dice que Jean Renoir ofreció lo mejor de sí como realizador en su etapa sonora, pero ello no obsta para que su período mudo contenga algunas obras de bastante calidad, como por ejemplo La cerillera, mediometraje que adapta, de manera muy libre, el cuento de Hans Christian Andersen. Dirigida en colaboración con Jean Tédesco, esta película muestra un Renoir en pleno crecimiento y ávido de experimentar con nuevas fórmulas visuales, muchas de ellas imbuidas del espíritu del movimiento surrealista. La cerillera constituye una temprana muestra del talento de uno de los grandes cineastas franceses: así fue valorada en su momento, y así podemos recuperarla los espectadores de hoy gracias a la excelente restauración realizada hace pocos años.
Al margen de que estemos hablando de la adaptación de un texto de Andersen, he de decir que la exposición de la pobreza que hacen Renoir y Tédesco tiene evidentes connotaciones chaplinianas, seguramente porque el influjo del autor de Luces de la ciudad y La quimera del oro fuera en esos años el más poderoso a nivel mundial, en lo que al cine se refiere. No hay comicidad por ningún lado, que conste, pero sí una compasión hacia los desheredados que se contagia al espectador desde los primeros fotogramas, en los que vemos a la joven vendedora de cerillas abordar sin éxito a unos transeúntes que pasan por delante de ella sin reparar en su presencia, o que directamente la esquivan. Es Nochevieja, fecha festiva por antonomasia, y nieva con intensidad, lo que hace a la protagonista aún más digna de lástima. La escena en la que la cerillera observa el festín en el salón de té a través de los vidrios empañados por el frío es un perfecto ejemplo de lo aquí escrito. Apenas un joven le presta una mínima atención, pero la muchacha no ha conseguido vender nada y, por ello, prefiere no regresar a la cabaña en la que vive. Cuando la gente se encuentra ya en los lugares en los que va a celebrar esa fecha tan señalada y la cerillera se queda sola, no le queda otro remedio que intentar refugiarse de la nieve, pero el frío y el hambre hacen que empiece a sufrir alucinaciones.
El film tiene dos partes muy distintas entre sí: en la primera, se describe de modo realista la extrema pobreza, en lo que constituye una continuación de lo expuesto en Nana y, al tiempo, antesala al estilo que Renoir desarrollará años más tarde. No obstante, en cuanto la protagonista empieza a delirar todo se torna mucho más onírico, con influencias de obras cumbre de la época como el Fausto de F.W. Murnau. El conjunto desprende un aire de ensoñación que no deja de ser profundamente triste, porque sabemos que se debe al precario estado de la protagonista, pero que incorpora efectos visuales muy logrados para la época. En lo que se parecen ambas partes es en el exitoso empeño de Renoir y Tédesco por contar la historia, en la que aparecen muchos personajes menos que en el cuento de Andersen, con imágenes, reduciendo al mínimo (otra vez, Chaplin y Murnau) los rótulos explicativos, que aquí se pueden contar con los dedos de una mano. En la restauración se ha empleado una banda sonora de jazz con toques de electrónica que al principio convence por su toque intimista, y al que en escenas como la persecución a través de las nubes se le va un tanto la mano por el lado de lo experimental. La cerillera tiene ya mucha fuerza por sí misma, su discurso es claro, su nivel visual muy alto y su final es demoledor. En el debe, un exceso de sentimentalismo.
La estrella absoluta del reparto es quien por entonces era la pareja y musa de Jean Renoir, Catherine Hessling, una actriz con talento cuya estrella, como tantas otras, dejó de brillar con el paso al sonoro. Hessling ofrece una interpretación muy teatral, pero conmovedora gracias a una encomiable expresividad natural. La acompañan Jean Storm, un actor que sólo intervino en tres películas en su vida, todas ellas junto a Hessling, y Manuel Raaby, cuyo currículum cinematográfico no es mucho más extenso. Ambos interpretan un doble papel y lo hacen de forma correcta, aunque sin demasiado brillo.
La cerillera es una pequeña joya de la época muda, que recomiendo a todos los amantes del cine, porque su calidad la hace merecedora de una mayor atención que la de ser un mero juguete para completistas de la obra de Jean Renoir, que tampoco es una obra cualquiera.