THE HUMAN VOICE. 2020. 29´. Color.
Dirección: Pedro Almodóvar; Guión: Pedro Almodóvar, basado en la obra de teatro La voix humaine, de Jean Cocteau; Dirección de fotografía: José Luis Alcaine; Montaje: Teresa Font; Música: Alberto Iglesias; Dirección artística: María Clara Notari; Diseño de vestuario: Sonia Grande; Producción: Esther García y Agustín Almodóvar, para El Deseo (España).
Intérpretes: Tilda Swinton (Mujer); Dash (Perro).
Sinopsis: Una mujer de mediana edad conversa por teléfono con la persona con la que acaba de romper sentimentalmente.
La primera obra rodada en inglés por Pedro Almodóvar fue La voz humana, un mediometraje con el que el director manchego preparó el terreno de cara a futuros proyectos en este idioma, alguno de los cuales ya está cristalizando. Se trata de un ejercicio de estilo, basado libremente en una pieza teatral de Jean Cocteau, que vino a suceder a la exitosa Dolor y gloria y contó con el beneplácito de la crítica internacional, y no hablo sólo del numeroso círculo de profesionales que tiene por costumbre decirle que sí a todo al cineasta español más internacional desde Luis Buñuel.
Almodóvar, que a mi juicio necesitaba desde hace tiempo trabajar sobre material literario ajeno para ventilar obsesiones y autocomplacencias, entiende la comunicación contemporánea como una sucesión de monólogos sin entendimiento posible, en lo que opino que no se equivoca, y así lo plasma en su película, protagonizada por una mujer británica de mediana edad, que vive en un lujoso loft madrileño y acaba de ver cómo su pareja sentimental de los últimos años la ha abandonado. Han pasado tres días desde la ruptura, y la acción transcurre en la fecha escogida para que esa persona, que para el espectador permanecerá siempre en la sombra, regrese al apartamento para recoger sus pertenencias y dé por finiquitada de forma oficial una relación que se adivina tormentosa. La mujer, de rostro impasible, ha abandonado por primera vez su casa para ir a una ferretería a comprar un hacha, que utiliza para destrozar un traje de su antiguo amante que está puesto sobre el que fuera lecho conyugal. A continuación, ingiere numerosas pastillas y se mete en la cama. Primero, la despierta su perro, y poco después suena el teléfono. Es el protagonista invisible. La conversación entre los antiguos amantes discurre de manera cordial hasta que el hombre comunica que enviará a otra persona a recoger sus maletas. A partir de ahí, la mujer muestra su desasosiego de un modo tan inequívoco como progresivamente enfermizo.
El director sitúa la acción en un escenario ostentosamente cool, muy del gusto de la intelectualidad snob que le tiene en un pedestal desde hace lustros, pero esta vez no se queda en lo superficial y ahonda en la naturaleza del desamor, posando el foco sobre la persona abandonada, que primero finge distanciamiento y aceptación de lo ocurrido, pero que en cuanto lo que va a suceder no se ajusta a sus planes muestra una forma de actuar que justifica que su amante haya huido de ella como alma que lleva el diablo. En este nuevo estudio sobre la pasión amorosa, Almodóvar no dice nada que no haya dicho con anterioridad, pero ofrece un ejemplo de concisión y dominio del tempo narrativo para exhibir el rotundo desequilibrio mental de la protagonista. Para realzar el conjunto se vale de la excelsa y límpida fotografía de José Luis Alcaine, que riza el rizo de la perfección en el tramo final, al iluminar el fuego purificador, y de la dramática pero nada recargada partitura de Alberto Iglesias, otro de sus más leales colaboradores. Gracias a todo ello da forma a una obra menor sólo en apariencia, a la que poco le falta (o, mejor dicho, le sobra: esos tics esteticistas de Almodóvar restan algo de profundidad al relato) para ser redonda.
Todo luce mejor si lo protagoniza una de las grandes actrices del momento, la camaleónica Tilda Swinton, que aquí hace una exhibición de los distintos estados de ánimo que pueden aflorar a través de una conversación telefónica que comienza del modo intrascendente en el que lo hacen casi todas ellas. Soberbio trabajo de Swinton, capaz por sí sola de llevar el peso de un relato tan denso y de mejorarlo con su exquisita manera de interpretar.
Gran (mini)película, en la que se aprecia mucho de lo mejor de Almodóvar como cineasta, y aparecen pocos de sus peores defectos.