Alguna que otra generación ha surgido en este valle de lágrimas desde la anterior visita de Steve Coleman al Festival de Jazz de Barcelona, pues la misma databa de 1998. Un año después, un servidor tuvo la suerte de ver a ese torbellino sónico que es el saxofonista de Chicago en el Jazzaldia donostiarra, en el que fue mi primer encuentro con la bella capital guipuzcoana. Pues bien, Coleman regresó a Barcelona el año pasado invitado por Ambrose Akinmusire, y ahí expresó a los organizadores del concierto su deseo de volver a Barcelona, pero esta vez para tocar y, además, ofrecer una clase magistral en el Conservatorio del Liceu. Este cúmulo de circunstancias me reencontró con Coleman, que venía al frente de sus Five Elements, tantos años después. Creo que el tiempo transcurrido nos ha apaciguado a ambos, pero a mí bastante más que a él, porque la energía y el poderío rítmico de sus composiciones permanecen prácticamente intactos. Músico torrencial, de una creatividad desbordante, Coleman posee el don de tener un estilo propio y, a la vez, de no saber estarse quieto, musicalmente hablando. Hace casi una década que vio la luz el último álbum de estudio de los Five Elements, pero el material y la forma de interpretarlo en escena rezuman frescura. El público, que casi llenó el Conservatorio del Liceu, recibió a Coleman con una ovación de las que suelen destinarse a los grandes maestros, y el saxofonista no defraudó. Los temas se presentaban siguiendo el mismo esquema: los introducía Coleman en solitario, demostrando que, además de su proverbial contundencia, en su música tampoco falta el lirismo, y a continuación sus cuatro acompañantes ponían en marcha una maquinaria rítmica casi perfecta. Ahí brilló especialmente Sean Rickman, porque la música de Steve Coleman es especialmente exigente para los baterías y este hombre se marcó un concierto sobresaliente. Jonathan Finlayson, uno de los discípulos más aventajados del líder del colectivo M-Base, se lució a la trompeta, mientras que Kokayi demostró una capacidad vocal importante y sirvió de cauce para enlazar las canciones con una de las obsesiones creativas de Coleman: la exploración de las raíces africanas del jazz. Como hombre tranquilo y contundente martillo percutor estuvo Rich Brown al bajo eléctrico, reclutado para esta gira por la reciente paternidad del miembro titular del grupo, Anthony Tidd). En conjunto, hora y media de música a la vez accesible y compleja, de enorme poderío, servida sin apenas pausas hasta llegar al bis. Steve Coleman sigue en en excelente forma, lo dejó claro anoche en Barcelona y eso es algo que el aficionado al jazz debe celebrar. Lástima que su público incluyera a algún que otro guiri profundamente imbécil, pero ya es difícil concentrar a un grupo más o menos numeroso de personas sin que estos especímenes aparezcan. En fin, que mi reencuentro con el Festival de Jazz de Barcelona, después de varios (y bastante difíciles) años, estuvo al nivel esperado, que era mucho.
En Suiza, hace unos años: