PIAZZOLLA: LOS AÑOS DEL TIBURÓN. 2018. 90´. Color.
Dirección: Daniel Rosenfeld; Guión: Daniel Rosenfeld, con la colaboración de Fernando Regueira y Alejandro Carrillo Penovi; Dirección de fotografía: Ramiro Civita; Montaje: Alejandro Carrillo Penovi; Música: Astor Piazzolla; Producción: Françoise Gazio y Daniel Rosenfeld, para Idéale Audience-Daniel Rosenfeld Films (Argentina-Francia).
Intérpretes: Astor Piazzolla, Daniel Piazzolla, Walter Santoro, Diana Piazzolla, Dedé Wolff.
Sinopsis: Biografía del bandoneonista y compositor argentino Astor Piazzolla.
Dando continuidad a Tango Nuevo, su anterior trabajo sobre el referente mundial del bandoneón, Daniel Rosenfeld, cineasta curtido en el cine y la televisión y muy buen conocedor de la música porteña, dirigió Piazzolla: Los años del tiburón, un proyecto más ambicioso que el film anterior y que buscaba convertirse en el documental de referencia sobre un personaje controvertido, que marcó un antes y un después en el tango. Los galardones logrados, entre los cuales se cuenta en el de mejor documental en los premios del cine argentino, así como la calidad del producto final y la difusión que, debido a eso, ha tenido el film más allá de las fronteras del país sudamericano, demuestran que Rosenfeld consiguió su objetivo.
El director toma como punto de partida una exposición organizada en Buenos Aires que contó con la colaboración de Daniel, el único hijo varón de Astor Piazzolla. Este hombre facilitó a Rosenfeld y su equipo el acceso al archivo familiar, en el que brillan con luz propia las entrevistas que Diana, la otra hija de Piazzolla, grabó con su padre para escribir su biografía, ya entrados los años 80. A partir de los valiosos documentos de allí extraídos, el trabajo de Rosenfeld camina con firmeza a la hora de realizar un exhaustivo análisis del gran revolucionario del tango. Astor Piazzolla siempre fue una especie de alienígena en ese universo: para empezar, no era oriundo de la capital argentina, sino de Mar del Plata, lugar que abandonó a los tres años de edad cuando su padre, Vicente Nonino Piazzolla, decidió llevarse a su familia a Nueva York en busca de mejor fortuna. La consiguió trabajando para la Mafia durante la Ley Seca, y al tiempo proporcionó a su hijo su primer bandoneón y la posibilidad de acceder a unos estudios musicales que la pericia del muchacho pronto obligaron a ampliar, gracias a la obtención de un premio, mediante una larga estancia en París. Una vez de regreso a la Argentina, este abanico de lugares e influencias lo resumió el mismísimo Carlos Gardel, como recuerda el protagonista en unas imágenes de archivo, de la siguiente manera: «Tocás muy bien el bandoneón, pero para el tango sos como un gallego». En su país, Piazzolla aprendió de un maestro como Ginastera, pero con los años, se sintió encorsetado frente a los rígidos esquemas del tango tradicional y decidió romper moldes, ganándose la animadversión de los tradicionalistas, que con todo el cariño le bautizaron como El asesino del tango. No son raros los casos de artistas más apreciados fuera de su propio país que dentro de él, y Astor Piazzolla, que se esforzó muchos más en retar a sus enemigos que en complacerles, ejemplifica esta circunstancia a la perfección. Los años y el prestigio internacional soplaron a favor del revolucionario, pero siguen sin ser pocos quienes opinan que la música de Piazzolla podrá estar muy bien, pero no es tango.
Rosenfeld ilustra con detenimiento la eterna controversia musical que siempre acompañó a su biografiado, pero se esfuerza en ir más allá con la idea de trazar un retrato integral de un artista inquieto, muchas veces contradictorio y tan obsesionado con innovar con su música que rompió la relación con su hijo durante diez años porque éste le dijo que, después del octeto eléctrico, en el que el propio Daniel participaba, refundar el Quinteto era dar un paso atrás. Numerosas fotos y entrevistas de todas las épocas de Piazzolla acompañan un relato bien estructurado, que no rehúye algunos aspectos cuesti9onables del personaje (el repentino abandono de su primera esposa o la presunta connivencia con la dictadura militar que impuso un régimen de terror entre 1976 y 1983, pero que se muestra muy respetuoso con los últimos años del bandoneonista, que vivió postrado en una silla de ruedas a causa de una trombosis cerebral. Un punto muy a favor de Rosenfeld, al margen de su capacidad de síntesis y el excelente trabajo de edición, es que, más allá de las palabras, nunca olvida que Astor Piazzolla fue, por encima de todo, un músico, y no uno cualquiera, sino el más genial que haya dado Argentina. Por ello, intercala extractos de conciertos, algunos de un enorme valor testimonial, en los que el espectador puede apreciar la poesía, la tristeza, el vigor y el atrevimiento formal que existe en las composiciones de Piazzolla y en su forma de interpretarlas. En el capítulo de defectos, decir que ni se nombra el extenso catálogo de bandas sonoras para el cine que escribió el protagonista, algunas de ellas maravillosas. En lo que sí, y ya desde el principio y desde su mismo título, se detiene mucho la película es en documentar la afición de Piazzolla por la pesca de tiburones, una actividad que no abandonó hasta sus últimos años y a la que concedía casi tanta importancia como a su música.
Piazzolla: Los años del tiburón supone un excelente acercamiento a un músico superlativo, didáctico para quienes no estén familiarizados con su figura, y lleno de imágenes y declaraciones que entusiasmarán a los conocedores de su arte, que en última instancia es lo más importante porque la persona, sus polémicas y sus contradicciones un día dejan de existir, pero la música permanece. Porque Astor Piazzolla creó piezas de una singular belleza que vivirán para siempre. Por ello, bienvenida sea la luz que aporta el muy competente trabajo de Daniel Rosenfeld.