OLD. 2021. 106´. Color.
Dirección: M. Night Shyamalan; Guión: M. Night Shyamalan, basado en la novela gráfica Sandcastle, de Pierre-Oscar Lévy y Frederik Peeters; Dirección de fotografía: Mike Gioulakis; Montaje: Brett M. Reed; Música: Trevor Gureckis; Dirección artistica: Wilhem Pérez; Diseño de producción: Naaman Marshall; Producción: Marc Bienstock, Ashwin Rajan y M. Night Shyamalan, para Blinding Edge Pictures-Perfect World Pictures-Dentsu-Universal Pictures (EE.UU.-Japón-China).
Intérpretes: Gael García Bernal (Guy); Vicky Krieps (Prisca); Rufus Sewell (Charles); Alex Wolff (Trent a los 15 años); Thomasin McKenzie (Maddox a los 16 años); Abbey Lee (Chrystal); Nikki Amuka-Bird (Patricia); Ken Leung (Jarin); Eliza Scanlen (Kara a los 15 años); Aaron Pierre (Mid-Sized Sedan); Embeth Davidtz (Maddox adulta); Emun Elliott (Trent adulto); Gustaf Hammarsten (Director del resort); Francesca Eastwood (Madrid); Alexa Swinton (Maddox a los 11 años); Kathleen Chalfant (Agnes); Nolan River, Luca Faustina Rodríguez, Mikaya Fisher, Kailen Jude, M. Night Shyamalan, Matthew Shear.
Sinopsis: Un matrimonio de mediana edad y sus dos hijos llegan a un idílico resort. El director del complejo turístico les ofrece participar en una excursión a una playa solitaria junto a otros huéspedes.
Tras cerrar la trilogía iniciada con El protegido, M. Night Shyamalan realizó una película que, como casi todas las dirigidas por él desde entonces, dividió casi a partes iguales a crítica y audiencia. Para unos, se trata de un efectista y, a la postre, vacuo ejercicio de suspense que desaprovecha parte de las posibilidades que le ofrece el cómic en que se basa; otros, en cambio, alabaron la madurez de un autor que, sin renunciar a su estilo característico, incorpora elementos de raíz existencial de un modo fluido a su obra. Avanzo que, si bien los detractores de la película no están del todo desprovistos de razón, estoy bastante más de acuerdo con quienes la alaban. Por otra parte, el resultado económico del proyecto ha sido más que satisfactorio para sus creadores.
Shyamalan, entre cuyas influencias más acusadas se incluye la de Steven Spielberg, nos presenta al principio a un matrimonio, el formado por Guy y Prisca, a punto de romperse. Sus dos hijos, de seis y siete años, asisten a la descomposición de los lazos de quienes son su mayor referencia en la vida. Antes de una ruptura que parece inevitable, la familia se dirige a pasar las vacaciones en un complejo turístico elitista y de apariencia celestial. «Bienvenidos a nuestra versión del Paraíso«. Con esta frase, aderezada con un cóctel de bienvenida, les recibe el gerente del resort, cuyo hijo pronto hace buenas migas con Trent, el benjamín de la familia, que tiene entre sus costumbres abordar a desconocidos y preguntarles por su nombre y profesión. Ya instalados en el complejo, los agasajados huéspedes aceptan una invitación para visitar, junto a otros clientes VIP del resort, una recóndita playa situada junto a una reserva natural. La aparición del cadáver de una joven en esas transparentes aguas hace ver a los excursionistas que su día de relax será más bien una jornada de pánico, máxime cuando descubren que, en ese lugar ubicado entre acantilados, el tiempo transcurre de una manera inusualmente veloz.
Sin perder nunca de vista que el objetivo primordial es el de provocar tensión al espectador, Shyamalan aprovecha el cómic de Lévy y Peeters para reflexionar acerca de la fugacidad de la vida y de lo que supone enfrentarnos cara a cara con el único hecho inexorable de la existencia, que es la muerte. Podemos creer lo que nos plazca a la hora de responder a la tercera de las cuestiones esenciales de la trascendencia (¿adónde vamos?), pero lo único cierto es que nos iremos. Y los involuntarios pobladores de ese playa lo hacen, además, a una velocidad tan vertiginosa que apenas tienen tiempo de asimilar lo que les ocurre y de replantearse su naturaleza. Cada cual, reacciona de acuerdo a su temperamento, con la característica común de que el paso del tiempo nos hace más sabios, pero no mejores. Guy es un buen hombre que, ante una situación extrema, la afronta de acuerdo a unos principios éticos intachables; Prisca, más voluble, vive un episodio traumático que cambia el modo en que veía las cosas antes del giro definitivo. Les acompañan, además de sus hijos, Charles, un médico de clase alta con síntomas de un desequilibrio mental que le conduce a la violencia y la xenofobia; su mujer, Chrystal, un ser cuya prioridad absoluta es el postureo; su hija Kara y la anciana madre de Charles; una pareja de enfermeros, de los cuales ella es epiléptica, y un rapero que ya estaba en la playa antes de que llegaran los demás y al que le sangra la nariz sin que nadie conozca el motivo. Mientras el tiempo, literalmente, se les echa encima, todos tratan de asimilar lo que les está ocurriendo y de escapar de ello, aunque esta opción, dada la intrincada orografía de la zona y la imposibilidad de recibir auxilio del exterior, va haciéndose cada vez más inviable.
Al margen de que su director sigue teniendo muy buena mano para el suspense, lo mejor de Tiempo reside en lo que tiene de reflexión existencial y de retrato de una sociedad a partir de arquetipos concretos. Es cierto que hay cosas (el personaje del rapero y su presencia previa en la playa serían un claro ejemplo) que hacen temblar la suspensión de incredulidad, que Shyamalan jamás será un buen dialoguista, que es un director de actores simplemente correcto y que el final es artificioso e innecesariamente largo y explicativo, pero nada de eso desvirtúa en exceso el hecho de hallarnos ante un film muy entretenido que no se queda sólo en eso. De fondo, el gran tema es lo insignificantes y manipulables que podemos llegar a ser, en especial en un mundo cada vez más regido por una tecnología que casi ninguno alcanzamos a entender. Shyamalan, que es particularmente hábil en lo que respecta a mostrar lo turbio que hay detrás de lo que, en apariencia, es inofensivo, utiliza una cámara en casi perpetuo movimiento para reflejar el avejentamiento de los personajes (en algunos casos, con un maquillaje mejorable), las dudas que les asaltan y lo claustrofóbico que puede llegar a ser un entorno de postal, o de fotitos estúpidas subidas a la redes, que es el signo de los tiempos. A resaltar, en este punto, el notable trabajo del nuevo cameraman de cabecera de Shyamalan, Mike Gioulakis. La música, de Trevor Gureckis, es al final demasiado enfático, lo que en parte desluce un trabajo anterior complejo e inquietante.
Sin la presencia de grandes estrellas en el reparto, es Gael García Bernal quien lleva el mayor peso interpretativo en la película, siendo muy loable su representación de un hombre íntegro que, sin aspavientos, hace siempre lo que debe y llega a alcanzar la paz. Vicky Krieps, que ya había demostrado su calidad a las órdenes de Paul Thomas Anderson, le da una buena réplica, siendo esta pareja la que realiza un trabajo más distinguido, junto a un Rufus Sewell, actor tantas veces asociado a proyectos interesantes, que se luce dando vida a un hombre de gran posición social y mente en tinieblas. Abbey Lee, cuyo personaje sirve al director para cargar las tintas sobre un tipo de individuo particularmente repugnante de esta época, cumple sin más. Del resto, nombrar al retorcido Gustaf Hammarsten, al sobrio Ken Leung, a quien eso de que le ocurran cosas inexplicables en un lugar remoto no le viene de nuevo, y a una actriz que siempre da lustre a los proyectos en los que participa como es Embetz Davidtz.
Con sus defectos, creo que estamos ante una de las mejores películas de un director, M. Night Shyamalan, que en los últimos tiempos parece haber recuperado mucho de lo bueno que lució en sus alabadísimos inicios. Un cineasta que tiene un estilo muy reconocible de hacer películas, pero que es capaz de aportar nuevos tonos a su obra. Uno que se repite, eso sí, es el sentido de la ironía, porque Shyamalan se reserva para sí el papel del hombre que lleva físicamente a los personajes (y, con ellos, al público) hasta la playa que todo lo ha de cambiar.