FRANKENSTEIN AND THE MONSTER FROM HELL. 1974. 94´. Color.
Dirección: Terence Fisher; Guión: Anthony Hinds (John Elder), inspirado en la novela de Mary W. Shelley; Dirección de fotografía: Brian Probyn; Montaje: James Needs; Música: James Bernard; Dirección artística; Scott MacGregor; Producción: Roy Skeggs, para Hammer Films (Reino Unido)
Intérpretes: Peter Cushing (Barón Victor Frankenstein); Shane Briant (Dr. Simon Helder); Madeline Smith (Sarah); David Prowse (Monstruo); John Stratton (Director); Charles Lloyd-Pack (Profesor Durendel); Bernard Lee (Tarmut); Michael Ward, Elsie Wagstaff, Norman Mitchell, Clifford Mollison, Patrick Troughton, Philip Voss, Sydney Bromley.
Sinopsis: Un joven cirujano, admirador del barón Frankenstein, es condenado, como él, a ser recluido en una institución mental por brujería. Allí descubre que su referente sigue vivo y persiste en realizar sus experimentos científicos.
Frankenstein y el monstruo del infierno fue el último capítulo de la extensa saga que la productora británica Hammer Films dedicó a la criatura ideada por Mary Shelley o, para ser exactos, al creador de la misma, pues es el doctor el máximo protagonista de toda esta serie de películas. Del mismo modo, este film fue el último de cuantos dirigiera Terence Fisher, quien estuvo al frente de los mejores títulos de la Hammer y llevaba casi un lustro sin ponerse detrás de las cámaras, en concreto desde que se hiciera cargo de la anterior entrega de la serie, El cerebro de Frankenstein. Por entonces, la decadencia de la productora era patente, y podemos decir que nos encontramos ante un título menor, cuya repercusión tampoco fue demasiado significativa, pero entretenido y digno.
En los años 70 el cine cambió, y también lo hizo el género de terror, que miró mucho más hacia Psicosis que hacía los monstruos clásicos, por entonces patrimonio casi exclusivo de la Hammer, y se hizo más radical y sangriento por la relajación de los códigos de censura vigentes hasta entonces. La productora británica siguió a lo suyo, pero los gustos del público estaban cambiando y las ideas no fluían con tanta facilidad como antes. Frankenstein y el monstruo del infierno se inicia con una profanación de tumbas, todo un clásico de la saga, aunque lo novedoso es que, esta vez, el destinatario de los cadáveres robados no es el doctor Frankenstein, fallecido años atrás, sino un joven cirujano, y devoto admirador del barón, que desea continuar sus experimentos con la idea de crear vida a partir de la nada. El delito no queda impune, y el joven médico es condenado a cinco años de reclusión en un sanatorio mental. Allí, tras una confusa entrevista con el director de la institución y una dosis de tortura gratuita, el joven doctor Helder descubre que no sólo Frankenstein está vivo, sino que aprovecha el anonimato del manicomio y el control que posee sobre el director y los empleados para continuar con sus experimentos. Pese a tener las manos dañadas a causa de un incendio, el barón persiste en su empeño de crear un humano perfecto, uniendo en un solo cuerpo lo mejor de distintos especímenes, en este caso los pacientes del sanatorio, a medida que estos van falleciendo. Helder pasa a ejercer como ayudante y mano derecha de Frankenstein, cuyos métodos no se han suavizado precisamente con el paso de los años.
Es muy probable que, en consonancia con los tiempos, Frankenstein y el monstruo del infierno sea la película más sangrienta de la saga. Al parecer, se utilizó sangre humana auténtica, y se exhibe con profusión, en especial en las escenas que acontecen en el laboratorio de Frankenstein, cuya mesa de operaciones es un monumento a la hemoglobina, con secuencias que llegan a ser casi jocosas, como una en la que el barón no halla mejor manera para sostener una arteria colgante que hacerlo con los dientes, mientras el cirujano injerta a la criatura las manos de un paciente que, en vida, fue un experto tallador. A mi juicio, en el clímax del film, cuando la criatura se rebela contra su creador, se cae en el mal gusto, algo que la Hammer habría evitado en sus buenos tiempos. Por lo demás, Fisher aporta su buen hacer y su oficio, como puede verse en la tenebrosa escena inicial de la profanación. El cromatismo intenso, marca de la casa, sigue ahí, y el director lo explota a conciencia, haciendo un uso importante del zoom para mostrarse más explícito en la sección quirúrgica del film. El problema no está ahí, sino en un guión, escrito por uno de los hombres fuertes de la Hammer, Anthony Hinds, responsable del libreto de otros dos títulos de la saga, en el que no hay nada original, ni en el perfil de los personajes ni en las situaciones que se describen. En este sentido, es interesante remarcar que el personaje del barón Frankenstein no evoluciona un ápice a lo largo de la serie, pues sigue siendo el científico iluminado, brillante y amoral, capaz de todo con tal de lograr su propósito de crear vida y emular a Dios. Casi diría que el carácter obsesivo del protagonista es una virtud (la inteligencia aporta pedigrí y encanto a Frankenstein, quien, de no poseerla, se quedaría en algo así como Laura Borràs), pero esto no sucede con el resto de personajes y las relaciones que se establecen entre ellos, que entran de lleno en el terreno de lo trillado: el cirujano, pese a admirar a Frankenstein, tiene su lado humano; la bella protagonista femenina, muda a causa de un antiguo trauma, es toda bondad; el director del sanatorio, un ser abyecto sin aristas, y los empleados de la institución, unos torturadores con poco seso. Hay algo más de gracia en la descripción de los pacientes, aunque eso se malogra en parte en la escena final. Como siempre, buena fotografía, montaje conciso y una banda sonora de calidad, compuesta por otro Hammer-Man como James Bernard.
En lo que tampoco decepciona Frankenstein y el monstruo del infierno es en lo interpretativo. Peter Cushing sigue perfecto en un personaje a su medida, que mezcla maneras aristocráticas con un innegable carisma y un nulo sentido de la ética. La obsesiva capacidad de trabajo del barón es consecuencia de la fe que tiene en el éxito de sus experimentos, inquebrantable a pesar de que los hechos no dejen de desmentirle. Shane Briant, actor interesante cuya carrera no alcanzó cotas demasiado altas, aguanta bien el tipo frente a Cushing, mientras que Madeline Smith se limita a adoptar la pose angelical que el propio apodo de su personaje sugiere. John Stratton cae en la sobreactuación a la hora de exponer a un personaje del todo repulsivo, y David Prowse consigue, a través de las múltiples capas de maquillaje, transmitir el sufrimiento de la criatura, aspecto que enlaza esta película con el espíritu de la novela original. El todoterreno Charles Lloyd-Pack raya a buen nivel encarnando al más brillante de los pacientes del sanatorio.
Frankenstein y el monstruo del infierno no estaba pensada, y así lo demuestra su final abierto, para ser el cierre de la provechosa entente Hammer-Frankenstein, pero acabó siémdolo. No es lo mejor de la productora, ni de Terence Fisher, pero me reitero en la creencia de que, al menos, es un final digno.