JASON AND THE ARGONAUTS. 1963. 102´. Color.
Dirección: Don Chaffey; Guión: Jan Read y Beverley Cross, basado en el poema de Apolonio de Rodas; Dirección de fotografía: Wilkie Cooper; Montaje: Maurice Rootes; Música: Bernard Herrmann; Diseño de producción; Geoffrey Drake; Dirección artística: Jack Maxsted, Tony Sarzi Braga y Herbert Smith; Efectos especiales: Ray Harryhausen; Producción: Charles H. Schneer, para Columbia Pictures (Reino Unido-EE.UU).
Intérpretes: Todd Armstrong (Jasón); Nancy Kovack (Medea); Gary Raymond (Acasto); Laurence Naismith (Argos); Niall MacGinnis (Zeus); Honor Blackman (Hera); Michael Gwynn (Hermes/Sacerdote); Douglas Wilmer (Pelias); Jack Gwillim (Rey Aetes); John Cairney, Patrick Troughton, Andrew Faulds, Nigel Green, John Crawford.
Sinopsis: Protegido por la diosa Hera, el joven Jasón se embarca hasta los confines del mundo conocido para hacerse con el vellocino de oro, que traerá la prosperidad perdida a su Tesalia natal.
Ejemplo para muchos del artesano anodino, capaz de alternar toda clase de géneros sin destacar especialmente en ninguno, Don Chaffey encontró el pasaporte hacia la posteridad gracias a Jasón y los argonautas, epopeya mitológica que encantó al público y despertó no pocos intereses hacia el séptimo arte en personas de corta edad. Cinta de aventuras, que lleva los mecanismos del peplum hacia el mundo de los dioses griegos, Jasón y los argonautas es un proyecto de Charles H. Schneer, un productor muy vinculado al fantástico y la ciencia-ficción, que de nuevo se alió con el mago de los efectos especiales Ray Harryhausen para impresionar a los espectadores con su recreación del legendario mundo helénico. Sesenta años después de su estreno, la película conserva su condición de pequeño clásico.
Todo parte de la adaptación del poema épico de Apolonio de Rodas, en el que se narra la epopeya de Jasón, hijo del destronado rey de Tesalia, en su afán por devolver la paz y el bienestar a su patria y, de paso, recuperar para su familia el liderazgo de la nación. El prólogo, en el que se narran las acciones bélicas que desembocaron en la llegada al trono de Pelias, en detrimento de Esón, es una muestra de cómo los humanos reformulan a su antojo la voluntad de los dioses para adaptarla a su propia codicia. Pelias acepta gustoso el deseo de Zeus de que encabece la monarquía de Tesalia, pero no se muestra tan entusiasta al saber que el designio de los dioses implica que el trono le será arrebatado por un hombre calzado con una sola sandalia, justo la manera en que el porvenir le cruzará con el único hijo varón del rey depuesto. Desde el Olimpo, Zeus lo observa todo con sano distanciamiento, mientras que Hera, quien en la película muestra su lado más generoso, que como es bien sabido no era el más característico suyo, se ofrece a ayudar al joven Jasón, quien una vez alcanzada la mayoría de edad asume la inédita empresa de navegar, no sin antes haber reclutado a unos cuantos héroes griegos para su tripulación, hasta la Cólquida, recóndito lugar en el que se halla el vellocino de oro, objeto cuyos poderes curativos le permitirán, en caso de poder llevarlo a su tierra, acceder al trono de Tesalia y ejercer su autoridad con justicia.
Huelga decir que la adaptación realizada del poema épico es muy libre, pues se suprimen episodios como la estancia de los argonautas en la isla de Lemnos, así como todo lo que acontece después de que Jasón y los suyos abandonen la Cólquida, que es mucho. No obstante, lo que vemos es una sucesión de episodios a cuál más entretenido, en los que prima la acción y el propósito de mantener al espectador pegado a su butaca, objetivo que se logra con creces. Ni los diálogos ni el perfil de los personajes son nada extraordinario, pero el conjunto funciona con notable precisión, gracias en parte al oficio de un director que, mediante el uso de planos cortos y ajustados movimientos de cámara, proporciona gran agilidad a las escenas de acción y a los encuentros de los argonautas con criaturas míticas como el titán Talos, las Harpías o esos esqueletos surgidos de entre los muertos. Aquí es donde más brilla el que sin duda es el gran nombre de la película, Ray Harryhausen, quien más de una vez confesó que, de todos sus trabajos, el desarrollado en Jasón y los argonautas era su favorito. No es de extrañar, porque el resultado en pantalla de sus criaturas mitológicas creadas con la técnica del stop-motion es espectacular, sobre todo si tenemos en cuenta los medios con los que contaba. El impacto de la Hidra o el Titán es importante, pero nada como esos esqueletos guerreros que, invocados por el rey Aetes, brotan de lo profundo de la tierra para enfrentarse a Jasón y los suyos, a quienes se ha unido Medea, hija del rey de la Cólquida. La otra estrella de Jasón y los argonautas es Bernard Herrmann, que regala una espléndida banda sonora, épica y marcial, que confirma todo lo bueno que este magnífico compositor había exhibido en otras incursiones en el género como Simbad y la princesa o Viaje al centro de la Tierra.
El reparto, formado por actores en general poco conocidos, realiza un desempeño desigual. Es evidente que, en la elección de los principales protagonistas, primó el aspecto físico de los intérpretes más que su capacidad actoral, como lo prueba el hecho de que no sean las voces de Todd Armstrong y Nancy Kovack las que escuchamos en la película. El primero se muestra vigoroso, aunque justo en lo que a expresividad se refiere, mientras que Kovack cumple en la piel de una Medea cuyo lado más cruel se omite. Gary Raymond hace un buen papel encarnando a Acasto, el hijo de Pelias, aunque los mejores del elenco sean Laurence Naismith, que interpreta a Argos, Niall Mac Ginnis, actor irlandés que da vida a un Zeus pelín sardónico, y Honor Blackman, eficaz secundaria cuya presencia da lustre a la película e incorpora a una Hera de lo más convincente.
Jasón y los argonautas es una de esas películas en las que uno recuerda al joven que se enamoró del cine, lo que le da un aura entrañable que se suma a sus virtudes meramente cinematográficas, que tampoco escasean. Sin duda, un divertimento de mucha calidad gracias, sobre todo, a la poderosa imaginación de los antiguos griegos y al tándem Harryhausen-Herrmann.