ZEROS AND ONES. 2021. 86´. Color.
Dirección: Abel Ferrara; Guión: Abel Ferrara; Dirección de fotografía: Sean Price Williams; Montaje: Leonardo Daniel Bianchi; Música: Joe Delia; Diseño de producción: Renate Schmaderer; Producción: Philipp Kreuzer y Diana Phillips, para Maze Pictures-Hammerstone Studios-Rimsky Productions-Macaia Films- (Italia-EE.UU.-Alemania-Reino Unido).
Intérpretes: Ethan Hawke (JJ/Justin); Cristina Chiriac (Agente rusa sonriente); Phil Neilson (Phil); Valerio Mastandrea (Luciano); Valeria Correale (Valeria); Dounia Sichov, Babak Karimi, Korlan Madi, Stephen Gurewitz.
Sinopsis: En plena pandemia, un agente estadounidense destinado en Italia se enfrenta a una conspiración internacional.
Establecido en Italia desde hace años, Abel Ferrara siempre ha sido un cineasta polémico, aunque con Zeros and ones consiguió, con casi total seguridad, el mayor consenso que su obra haya generado entre la cinefilia, porque es complicado encontrar a alguien que defienda esta mezcla entre thriller pandémico y compilación de las obsesiones de su autor. Según mi criterio, la película es mala, sin paliativos.
Es sabido que Ferrara es un director irregular, y que lo mejor de su trabajo hay que buscarlo en los años 90. Con Zeros and ones, el neoyorquino ha sublimado una de las características más irritantes de su cine, cual es apuntar en direcciones muy interesantes para después fallar el tiro por su tendencia a la divagación vacua y a un concepto de la autoría bastante errático. En esta ocasión, resultaban atractivos el escenario pandémico, con la consiguiente, y no siempre justificada, pérdida de libertades que acarreó el colapso sanitario, y la reflexión alrededor de que nuestro muy mejorable orden mundial siempre es susceptible de empeorar, entendido esto en términos de civilización. Sin embargo, después del prólogo, una grabación casera del principal, y casi único, protagonista, hablando de la película, la decepción es el sentimiento predominante, porque poco vemos (entre una fotografía oscura y no ver un pimiento hay un gozoso término medio) y menos entendemos, porque la narración pronto demuestra que no existen multitud de capas que se nos van revelando de forma paulatina, sino torpeza pura y dura, hasta acabar degenerando en un confuso batiburrillo de ideas e imágenes que parece salido de la mente de un principiante con más ganas de impresionar a los críticos que de explicar algo coherente. No se pide una narración lineal, que ya somos mayorcitos y algunos hasta tenemos estudios, pero sí mínimamente inteligible. Del torturado deambular de ese soldado estadounidense a través de una Roma desértica, entre compatriotas enfrentados a una grave amenaza, espías rusos, mulás, pordioseros que saben lo que se cuece (lo que no ocurre con los espectadores en ningún momento) y atribuladas madres de familia, con la presencia constante de ese hermano convertido en líder de no se sabe qué revolución, lo único que se extrae es la idea de que, o Ferrara maneja un artefacto que le viene muy grande, o nos está tomando el pelo.
Técnicamente, la película sigue la misma deriva que en el aspecto dramático. Ferrara parece empeñado en parodiar su propio malditismo, con imágenes granuladas, travellings violentos que no hacen más que dificultar el visionado, y la abundante imaginería cristoana marca de la casa. Como el trabajo de edición es mínimo, lo que se consigue es que una película que, si exceptuamos el prólogo y el epílogo, apenas pasa de la hora y cuarto de metraje, termine resultando plomiza. Apenas la música de Joe Delia sí otorga la sensación de turbiedad que tanto, y de forma tan confusa, se busca.
Ethan Hawke es un muy buen actor, que respeta su profesión y gusta de implicarse en proyectos arriesgados que se alejen de los estándares comerciales. Que Ferrara se la metió doblada queda claro al comprobar el contraste entre el prólogo, parte de cuyo entusiasmo se debe a la búsqueda de financiación para la película, y un epílogo, visto ya el producto final, que por momentos parece una disculpa, como cuando afirma que el calificativo de guión era muy generoso para definir lo que le envió Ferrara para reclutarle. Hawke, en su doble papel, se esfuerza en mantener la nave a flote, pero en balde. Lo del resto del reparto es mucho peor, porque no hay un personaje secundario con cara y ojos, y varios de los intérpretes que los encarnan parecen haber sido contratados directamente de la oficina de empleo, esquina comedor social. Actores que en otras ocasiones han mostrado buen nivel, como Valerio Mastandrea o Babak Karimi, parecen fuera de sitio, Cristina Chiriac ríe mucho, pero su trabajo invita más bien al llanto, Phil Neilson deja claro que lo suyo es ser especialista y Valeria Correale ni siquiera sabe actuar. Del resto, nada que decir.
Por resumir: esta vez, Abel Ferrara ha dado rata por liebre. Lo mejor que le puede suceder a Zeros and ones es caer rápidamente en el olvido, porque ni siquiera cuenta con bazas para entrar en el selecto grupo de bodrios cinematográficos que resultan entrañables, o incluso cómicas. Mala como una lista de los grandes éxitos musicales de 2022, mala como el menú de un burger, mala como la libertad de joder al prójimo porque sí o como las rebajas de penas a la carta. Así es este fallido intento de película.