DOWN BY LAW. 1984. 104´. B/N.
Dirección: Jim Jarmusch; Guión: Jim Jarmusch; Dirección de fotografía: Robby Müller; Montaje: Melody London; Música: John Lurie. Canciones de Tom Waits; Producción: Alan Kleinberg, Jim Stark y Tom Rothman, para Black Snake-Grokenberger Film Produktion-Island Pictures (EE.UU-República Federal de Alemania).
Intérpretes: Tom Waits (Zack); John Lurie (Jack); Roberto Benigni (Roberto); Nicoletta Braschi (Nicoletta); Ellen Barkin (Laurette); Billie Neal, Rockets Redglare, Vernel Bagneris, Timothea, L.C Drane.
Sinopsis: Un proxeneta, un disc-jockey y un italiano que apenas sabe inglés van a parar a la misma celda de una prisión de Louisiana.
Cineasta poseedor de un estilo muy marcado, Jim Jarmusch afianzó su condición de adalid del cine independiente estadounidense en los años 80 con su tercer largometraje, Bajo el peso de la ley, obra que sirvió para confirmar que la manera de hacer del director nacido en Ohio gozaba de mayor reconocimiento en Europa que en su país de origen. Esta historia de perdedores, rodada en blanco y negro con un presupuesto mínimo, continúa siendo considerada como una de las mejores películas de Jarmusch, una especie de quintaesencia de su estilo minimalista, aderezado con un sentido del humor siempre rayano en lo absurdo.
Si recordamos el tipo de películas que Hollywood facturaba en los 80, y los métodos que utilizaba para llenar las salas y sembrar de títulos con gancho comercial los por entonces florecientes videoclubs, advertiremos sin ningún género de dudas que las propuestas cinematográficas de Jim Jarmusch se encontraban en las antípodas de ese concepto del cine como espectáculo (y negocio) de masas. Ya desde la secunencia inicial, en la que la cámara recorre con parsimonia los suburbios de Nueva Orleans mientras escuchamos la voz, entre susurrante y cazallera, de ese magnífico cronista de la derrota que es Tom Waits, Bajo el peso de la ley se desmarca de las tendencias dominantes (a modo de ejemplo, y a pesar de films como Toro salvaje, rodar en blanco y negro era casi un anatema) para optar por la suya propia. Jarmusch nos cuenta la historia de tres estilosos matados, de perfiles muy distintos, en tres fases distintas: la previa a su ingreso en prisión, su estancia en la cárcel y su huida después de fugarse de la penitenciaría. Zack es un disc-jockey radiofónico, en pleno declive profesional, a quien vemos soportando estoicamente el broncazo de su amante, una mujer que canaliza el autodesprecio que le provoca el estar unida a un desecho social orgulloso de serlo destrozando las posesiones (vinilos y zapatos, fundamentalmente) de ese hombre a quien todo parece darle lo mismo. En otro entorno suburbial está Jack, un chulo con muchos proyectos y una realidad más bien temible, hasta el punto de que las propias prostitutas le miran con cierta condescendencia. A Zack y Jack, que en la noche de Nueva Orleans tienen tiempo de cruzarse con un peculiar italiano que apenas habla inglés y documenta sus progresos con el idioma anotando frases en un cuaderno, les tienden sendas trampas, y por ellas tienen el dudoso honor de convertirse en los únicos blancos del trullo. Sus respectivos temperamentos no encajan demasiado bien, pero aprenden a soportarse y, en estas, pronto tienen la compañía del italiano del cuaderno, gracias a quien consiguen fugarse de la prisión. A Jarmusch, cineasta mucho más de actitudes y de detalles que de hechos, le interesan tan poco las convenciones del drama carcelario que evita por completo mostrar el exitoso regate de ese trío imposible al sistema penitenciario, pasando de un diálogo en el que el extranjero manifiesta conocer una manera de huir a través del patio de la prisión, a un plano de los protagonistas huyendo a la carrera por las alcantarillas antes de emerger en una zona pantanosa, y prácticamente deshabitada, en la que consiguen dar esquinazo a sus perseguidores. Muchas veces, el cine es lo que no se enseña, y de esto Jarmusch sabe lo suyo.
Con un presupuesto y un formato que un espectador poco atento podría confundir con los propios de una película amateur, Jim Jarmusch ejerce de beautiful loser, que diría Leonard Cohen, y nos muestra a dos compatriotas que no tienen nada, salvo actitud por arrobas, y a un extranjero locuaz y simpático, que amplifica el punto absurdo que bien pronto se adueña de la historia. Muchos planos cortos, una Nueva Orleans de cómic underground, una fotografía naturalista y muchos, muchos tiempos muertos que son la clave de todo. Jarmusch se pasa por el forro eso de que en las películas (y en la vida) tiene que pasar algo, y se adorna, hasta el punto de convertir este enfoque en su marca de fábrica, en esos momentos (que, para todo el mundo, son la mayoría) en los que no sucede nada que un director de cine debiera considerar digno de mención, pero que son la vida misma. Si la filmografía de Jim Jarmusch puede verse como un elogio (en ocasiones trascendente) de la intrascendencia, Bajo el peso de la ley es el buque insignia de ese concepto de la puesta en escena, influenciado por la nouvelle vague y el cine de John Cassavetes, y en el que también se percibe un influjo oriental. El final, totalmente abierto, es otra prueba de que al director le interesa bastante más el cómo que el qué. Todo da sensación de frescura, incluso de una cierta improvisación, que es otra forma de conseguir que la propuesta no se tome a sí misma demasiado en serio. Como también es típico en Jarmusch, la música es de mucho nivel, con las canciones de Waits marcando el paso de una narración pausada, pero a la vez muy concreta en cuanto a lo que se quiere o no se quiere mostrar.
Tom Waits, que había entrado a lo grande en el mundo de la interpretación gracias a Francis Ford Coppola, encabeza un reparto heterogéneo en el que se adivina que Jarmusch dio mucha manga ancha a los intérpretes a la hora de construir sus personajes. El célebre cantante asume un rol que le es muy cercano, y lo hace con convicción y mucha presencia. John Lurie, personaje muy unido a la etapa inicial de la carrera de Jarmusch, parece encontrarse cómodo en esa parquedad gestual tan del gusto del director, aunque su trabajo quede algo oscurecido respecto al de sus comnpañeros, también frente a un Roberto Benigni que seguía demostrando lo bien que se le da interpretarse a sí mismo, Ellen Barkin aparece en una sola escena, pero su despliegue es notable, y Nicoletta Braschi cumple muy bien en ese rol de mujer dulce que le ha brindado los mejores momentos de su carrera.
Bajo el peso de la ley es una película ideal para saber si a alguien le gusta o no Jim Jarmusch. Así es su cine, para bien o para mal. Por lo que a mí respecta, creo que para bien.