UNE AFFAIRE DE FEMMES. 1988. 108´. Color.
Dirección: Claude Chabrol; Guión: Claude Chabrol y Colo Tavernier, inspirado en la novela de Francis Szpiner; Dirección de fotografía: Jean Rabier; Montaje: Monique Fardoulis; Música: Mathieu Chabrol; Diseño de producción: Françoise Benôit-Fresco; Producción: Marin Karmitz, para MK2 Productions-Films A2-Les Films Du Camélia-La Sept-Sofinergie Films (Francia).
Intérpretes: Isabelle Huppert (Marie Latour); François Cluzet (Paul); Marie Trintignant (Lulu); Nils Tavernier (Lucien); Dominique Blanc (Jasmine); Evelyne Didi (Fernande); Lolita Chammah, Aurore Gauvin, Guillaume Foutrier, Nicolas Foutrier, Marie Bunel, Dani, François Maistre.
Sinopsis: En la Francia ocupada por los nazis, una mujer de origen humilde, casada con un herido de guerra, ayuda a abortar a una vecina.
Muchos años habían transcurrido desde que Claude Chabrol había facturado una película acorde a su prestigio cuando llegó a las pantallas Un asunto de mujeres, obra con la que el cineasta francés volvió al primer plano y que fue una de las triunfadoras de la Mostra de Venecia de 1988, amén de llevarse la Espiga de Plata en el festival de Valladolid y de coleccionar alabanzas entre la crítica norteamericana. Se trata de un drama de época, basado libremente en la novela escrita por Francis Szpiner, sin duda una de las personas que mejor conoce las interioridades de la alta política francesa, quien a su vez se inspiró en el caso real de Marie-Louise Giroud, episodio judicial vergonzante acaecido en la Francia ocupada.
No es casualidad que Chabrol, un director eminentemente antiburgués, pusiera sus intereses en un suceso que provoca sonrojo, ocurrido en una época que gran parte de sus compatriotas preferirían borrar, el de la ocupación alemana y el régime de Vichy durante la Segunda Guerra Mundial. En este período, uma porción nada desdeñable de las clases pudientes galas mostró su lado más repulsivo pues, en el mejor de los casos, los ocupantes nazis generaban más rechazo por ser alemanes que por el contenido de las políticas que implantaron en el país enemigo, de nuevo invadido como siete décadas atrás. Esta vez, sin embargo, Chabrol no retrata directamente a los poderosos, sino que se centra en una mujer de clase baja a la que la maquinaria judicial del régimen de Vichy, encabezado por el héroe de la Primera Guerra Mundial Phillippe Pétain, convirtió en tristemente célebre. Marie Latour, pues tal es el nombre de este personaje en la película, es una mujer de clase baja, casada con un hombre que ha sido herido en la guerra y madre de dos hijos de corta edad. Marie odia la vida de penalidades que le ha tocado en desgracia, y sueña con ser cantante. Empeñada hasta la obsesión en escapar de la pobreza, Marie encuentra el sendero hacia el ascensor social ayudando a una vecina a perder el hijo que espera, y conociendo a una prostituta a la que, en muchos aspectos, envidia.
Marie es una víctima, porque arrastra la doble condena de ser mujer en una época particularmente opresiva para las personas de su sexo, y además pobre, pero no una mártir. Primero, porque la energía que pone en mejorar su posición en la pirámide social es impresionante, pero también porque el retrato que de ella se hace dista mucho del que sería del gusto de ese feminismo tan progresista en apariencia y tan reaccionario (casi monjil) en su núcleo que casi todo lo intenta invadir en estos días. Marie es una mujer fría, ambiciosa, de una cruel amoralidad. El desprecio con el que trata a su marido, ya desde su mismo regreso del hospital de campaña, la aleja sin remedio de la bondad, por mucho que pueda estar justificado en parte por el hecho de que, a las mujeres como ella, la sociedad prácticamente les imponía el matrimonio como medio de subsistencia, y su esposo sólo sabe darle una vida de la que cualquiera querría huir. Por ello, y a ver si aprenden los miopes hagiógrafos de hoy, la denuncia que hace Chabrol de lo que le ocurre a su protagonista femenina tiene más fuerza. Porque, a estas alturas del cuento, ¿quién con un gramo de inteligencia es capaz de tomarse en serio a una santa?
La película puede leerse, a mi juicio, en tres niveles: como crónica del arribismo, pues lo que se narra es el ascenso y caída de Marie (podemos apreciarlos a la perfección sólo viendo sus diferentes peinados); como retrato del modo en que las mujeres construyen una sociedad paralela a la dominada casi en exclusiva por los hombres y, sobre todo, como despiadada crítica al régimen de Vichy, a la sombra de cuya muy moral podredumbre moral Marie conseguirá la gloria y conocerá el lado más inmisericorde de la ley. Que el brazo ejecutor de las ansias revanchistas de un poder abyecto sea quien es, tiene su cierto punto de justicia poética, pero Chabrol describe con gran fuerza cómo el poder es capaz de cebarse en grado sumo con alguien cuyo «crimen contra el embrión, la sociedad, el Esatdo y la raza» es el de practicar abortos, aderezado con el de favorecer la prostitución. Y no alabo sólo la valentía del director por mostrar el lado más oscuro de un país tan dado al autobombo, sino la forma en que lo hace: con frialdad, sin aspavientos, con una cámara-testigo, nunca personaje, que juzga en silencio. Las opresión es un rasgo distintivo de un film que discurre casi en su totalidad en interiores, pero Chabrol se aleja del expresionismo, siendo mucho más deudor del naturalismo heredero de Zola que de, pongamos un Fritz Lang, en la puesta en escena y la composición de los planos. Otro aspecto a resaltar es el hecho de que, en un film de aroma tan sombrío, la música protagonice todos los intervalos alegres que viven los personajes, siendo la única válvula de escape contra las frustraciones cotidianas. Por poner un ejemplo concreto: la riqueza no hace mejor persona a Marie; sólo la música lo consigue.
Señoras y señores, con ustedes Isabelle Huppert, en uno de esos papeles que la convierten en una de las más serias aspirantes al título de mejor actriz del último medio siglo. Impresionante interpretación la suya en este segundo trabajo para la gran pantalla a las órdenes de uno de los cineastas que mejor ha sabido explotar su talento dramático. Ante tamaño despliegue, el resto de actores quedan un tanto oscurecidos, pero quede claro que el nivel exhibido por la malograda Marie Trintignant es muy alto, y François Cluzet, que interpreta al maltratado marido de Marie, tampoco se queda atrás. Nils Tavernier, en un personaje que representa lo más despreciable del colaboracionismo, está algo más flojo, los niños cumplen y las breves intervenciones de Dominique Blanc y François Maistre, convertido en símbolo del régimen de Vichy, añaden un plus de calidad.
No es sólo una de las obras mayores de un director interesante incluso cuando hacía películas mediocres, sino también una joya del cine francés en un momento no especialmente dulce en el arte del país vecino. Un asunto de mujeres fue un film importante cuando se rodó, sigue siéndolo y dudo que alguna vez pierda esta condición.