IN THE ELECTRIC MIST. 2009. 112´. Color.
Dirección: Bertrand Tavernier; Guión: Jerzy Kromolowski y Mary Olson-Kromolowski, basado en la novela de James Lee Burke In the electric mist with Confederate dead; Dirección de fotografía: Bruno de Keyzer; Montaje: Larry Madaras y Roberto Silvi; Música: Marco Beltrami; Dirección artistica: Kelly Curley; Diseño de producción: Merideth Boswell; Producción: Michael Fitzgerald y Frédéric Bourboulon, para Ithaca Pictures-Little Bear-TF1 International (EE.UU.-Francia).
Intérpretes: Tommy Lee Jones (Dave Robicheaux); John Goodman (Julie Baby Feet Balboni); Peter Sarsgaard (Elroy T. Sykes); Mary Steenburgen (Bootsie Robicheaux); Kelly Macdonald (Kelly Drummond); Justina Machado (Rosie Gómez); Ned Beatty (Twinky Lemoyne); Bernard Hocke (Murphy Doucet); Pruitt Taylor Vince (Lou Girard); Levon Helm (General John Bell Hood); Buddy Guy (Sam Hogman Patin); James Gammon (Ben Hebert); Julio César Cedillo, John Sayles, Gary Grubbs, Walter Breaux, Alana Locke, Louis Herthum, Andrea Frankle, John Wilmot.
Sinopsis: En un pueblo situado junto a los pantanos de Louisiana, un veterano policía investiga el asesinato de una joven prostituta.
Que Bertrand Tavernier es un devoto del cine policíaco clásico, ya sea el estadounidense o el producido en su propio país, es un dato que conoce cualquiera que se haya aproximado a su trayectoria. Tal devoción le ha llevado a cultivar ese género en momentos muy significativos de su carrera, como por ejemplo a principios de los 80, cuando adaptó a Jim Thompson en la magnífica Coup de torchon. Ya en sus años postreros como realizador, Tavernier llevó a la pantalla grande a otro novelista estadounidense, James Lee Burke, creador de una larga serie de relatos protagonizados por el veterano policía Dave Robicheaux. El film resultante no cautivó a la crítica, que en su mayoría lo tildó de disperso e irregular, pero sí es considerado como una pieza de culto por no pocos cinéfilos con buen olfato. Por lo que a mí respecta, creo que En el centro de la tormenta, título español en el que se pierde parte de la magia del original, es mucho mejor película de lo que se cree y se dice.
Tampoco es que les falte razón a quienes opinan que en la obra hay un exceso de elementos, que no siempre el guión es capaz de manejar con soltura, pero conviene recalcar que la película jamás se convierte en un deslavazado batiburrillo, mérito que cabe adjudicarle a un director que logra captar la mística del profundo Sur, que es tan salvaje como el Oeste pero mucho más turbio, y se deja llevar por una narración que mezcla el noir con elementos sobrenaturales a partir de una raíz muy explotada en el cine: la investigación policial del asesinato de una prostituta relacionada con poderosos personajes de la zona. Más que en el planteamiento, lo original está en el desarrollo, en el que brillan algunas ausencias, como la del glamour, que el imaginario colectivo considera casi inherente a toda investigación criminal filmada, o la de diferencias metodólogicas relevantes entre el tozudo policía y los malhechores de turno: todos siguen a pies juntillas la premisa de que cualquier cosa vale para conseguir los objetivos, y lo que les distancia es la dimensión ética de su causa, no las formas en las que tratan de hacerla valer. Dave Robicheaux, un policía veterano, ex-alcohólico y antiguo combatiente, parece saber que el respeto a la legalidad en los métodos practicados para hacer justicia no es sino un parche de superioridad moral cuya utilidad última es la de salvar el pellejo de quien se lo pone. Él tiene una buena vida, con una esposa todavía bella, inteligente y pragmática, y una pequeña hija adoptada, pero no duda en arriesgarla porque siente que, de no hacerlo así, los de siempre se librarán como siempre.
Esa Lousiana de Tavernier es muy cinematográfica y muy literaria, pero está llena de esa mística que evoca el título del film y le añade al entramado narrativo un extra de turbiedad, como hacen con todo lo que se erige a su alrededor los cenagosos paisajes de las lagunas. Quizá de una forma no demasiado ordenada, pero el director logra dar precisos trazos sobre la inevitabilidad de afrontar el pasado, los conflictos raciales de antes y de ahora, la devastación provocada por el huracán Katrina, los largos tentáculos del crimen organizado, tantas veces exitosos a la hora de esclavizar a eso que algunos denominan sociedad civil, o la banalidad extrema de todo aquello que tenga que ver con Hollywood, incluyendo lo en apariencia más bienintencionado o comprometido. Ahí me resulta magistral la forma en la que Bootsie, la esposa del protagonista, resume el origen de las donaciones caritativas de los más pudientes: «Culpa y vergüenza». Como Bertrand Tavernier es un experto en lo que el gran Ahmad Jamal llamaba música clásica americana, todo viene aderezado con un excelente envoltorio musical, del que forma parte la notable banda sonora compuesta por el talentoso y ecléctico Marco Beltrami, y por la presencia de una leyenda con mayúsculas como Buddy Guy, que en una sola escena expone los motivos por los que diferentes generaciones de guitarristas le admiran con fervor. Bruno de Keyzer, que ya había acompañado a Tavernier en algunas de sus obras maestras, sabe plasmar esa luminosidad casi de jungla que tienen los pantanos de Lousiana. Bien es cierto que el final se dilata en exceso y que hay aspectos en el desarrollo de la investigación que, simplemente, no quedan aclarados por un uso a veces discutible de la elipsis, pero también que In the electric mist contiene grandes momentos, como la reacción de Robicheaux ante el suicidio de quien era su mano derecha en la policía, Lou Girard, los magnéticos encuentros entre el protagonista y su viejo colega de la infancia, ahora convertido en un próspero y repulsivo mafioso, o un amplio muestrario de diálogos afilados que, sin duda, serían muy del agrado de Jim Thompson. No sé si sucedería lo mismo con los numerosos excursos sobrenaturales del film, pero reconozco que algunos de ellos funcionan, aunque sólo sea por el hecho de que hay fantasmas que no mueren mientras no lo hace uno mismo.
Una de las razones por las que la película es notable la encontramos en el capítulo interpretativo, empezando por el trabajo que hace uno de los grandes actores norteamericanos, Tommy Lee Jones, en la curtida (y ajada) piel de Dave Robicheaux. Excelente en la parquedad y en el arrebato, en el recitado y el silencio, Jones halló un papel a la medida de su talento, y vaya si supo sacarle partido. Su química con otro gran actor com John Goodman es espléndida en todas las escenas que sus personajes comparten, porque ambos hacen realidad ese tópico de las dos caras de la misma moneda. Lo más despreciable del crimen organizado contemporáneo lo simboliza Goodman con un puñado de intervenciones estelares. Mary Steenburgen lo hace tan bien que no0s lleva a pensar que a su personaje debería habérsele dado más cancha, y Peter Sarsgaard, un actor que creo que debería dar más en el cine, raya a buen nivel como niñato de Hollywood alcoholizado. Kelly MacDonald deja claro en pocas escenas que es una actriz notable, y Justina Machado cumple bien en el rol de agente federal, aunque sin llegar a las alturas de un repulsivamente distinguido Ned Beatty. Otra leyenda de la música como Levon Helm da vida al fantasma del general sureño que sirve como guía a Robicheaux, mientras que Pruitt Taylor Vince llega a resultar conmovedor. Como curiosidad, John Sayles interpreta al director de la película que se rueda en la zona, dándose el giro metacinematográfico de que la trama tiene puntos en común con una de sus mejores obras, Lone Star.
In the electric mist es un muy poderoso thriller policíaco sureño que, en esa lotería que es el reparto de parabienes, no ha salido ni de lejos lo bien pagado que debiera. Valga esta reseña como aportación al justo equilibrio.