THE INFORMERS. 2009. 96´. Color.
Dirección: Gregor Jordan; Guión: Brett Easton Ellis y Nicholas Jarecki, basado en la novela de Brett Easton Ellis; Dirección de fotografía: Petra Korner; Montaje: Robert Brackey; Música: Christopher Young; Dirección artistica: Nick Ralbovsky; Diseño de producción: Cecilia Montiel; Producción: Marco Weber, para Senator Entertainment Company (EE.UU.).
Intérpretes: Jon Foster (Graham); Austin Nichols (Martin); Amber Heard (Christie); Lou Taylor Pucci (Tim); Billy Bob Thornton (William Sloan); Mel Raido (Bryan); Kim Basinger (Laura Sloan); Mickey Rourke (Tío Peter); Brad Renfro (Jack); Winona Ryder (Cheryl Moore); Chris Isaak (Les Price); Rhys Ifans (Roger); Suzanne Ford, Angela Sarafyan, Katy Mixon, Simone Kessell.
Sinopsis: En el Los Ángeles de principios de los años 80, un grupo de jóvenes de clase alta viven una vida de lujo y falta de valores.
Un vistazo superficial a la trayectoria como director del australiano Gregor Jordan ya ofrece pistas de su irregularidad. Como a muchos otros, el viaje a Hollywood no le resultó especialmente inspirador en lo artístico. Prueba de ello es Los confidentes, un film que a priori reunía numerosos elementos de interés, comenzando por el hecho de ser una adaptación de un libro de Brett Easton Ellis, también coguionista de la cinta, y por su estelar reparto, pero que decepcionó a todos y constituyó un fracaso sólo en parte achacable a los cortes que, al parecer, sufrió la película con carácter previo a su poco recordado estreno en salas comerciales.
Más que una novela, The informers, el texto de Ellis en el que se basa la película, es una colección de relatos interconectados, aspecto este que representa uno de los errores fundamentales de la adaptación cinematográfica, puesto que la sucesión en pantalla de personajes y situaciones narrativas es, más que fragmentada, dispersa, dando la sensación de ser un producto deslavazado y carente de alma. Y es una pena, porque opino que el estilo literario de Ellis es muy apropiado para el cine y porque, pese a que todas sus novelas no dejan de ser la misma, le considero uno de los escritores que mejor ha descrito la superficialidad intrínseca de la época contemporánea, característica muy típica del modo de vida estadounidense que, debido al inmenso poder político y mediático de ese país, se ha extendido por todo el mundo y ha acabado por devorarnos a todos. Ellis se centra en lo que mejor conoce, los hijos de padres ricos en los años 80, para a partir de ahí ofrecer una radiografía cruel de la que no escapa nadie, pues no encontraremos en toda esta historia un solo personaje com principios, o simplemente que sea digno de respeto. Ya la primera escena es puro Ellis: una fiesta de gente guapa en Beverly Hills, con pop sintetizado y barra libre de alcohol y drogas, que termina con el atropello mortal de uno de los invitados. Lo que sigue no se aparta de esta visión del mundo, que en buena parte comparto, pero sucede que algunas de las historias cruzadas carecen de interés (me refiero, por ejemplo, a la del productor que se debate entre su deprimida esposa y su amante, presentadora de noticieros televisivos), y otras, como la del portero del hotel que en sus ratos libres colabora con su tío, un viejo delincuente de poca monta, están planteadas de manera torpe y su desarrollo no deja de ser bastante errático. El núcleo central son cuatro jóvenes pijos, promiscuos, crueles y vacíos que frecuentan los ambientes del lujo y el artisteo y que, en algunos casos, se mueven por este valle de lágrimas de una manera tan torpe que consiguen que todos esos males del mundo real, de los que en principio les protege la burbuja en la que viven desde la misma sala de partos, terminen por afectarles.
Gregor Jordan malogra buena parte de los elementos de interés con una puesta en escena fría y carente de nervio, mostrándose incapaz de articular un relato coherente, sino sirviéndonos un conjunto de retazos unidos en la sala de montaje sin demasiado criterio. Hay bonitos planos nocturnos cenitales de esa inmensa Babilonia que es la ciudad de Los Ángeles, buena iluminación y una cuidada selección de las canciones que acompañan las distintas secuencias, pero son sólo pequeñas batallas estéticas ganadas dentro de un conjunto que nunca deja de dar la sensación de ser mejor sobre el papel que en la pantalla. El final, de corte claramente dramático, dejaría mejor poso en el espectador de haber estado precedido por un relato menos disperso y editado de una manera que no lo hiciera parecer arbitrario.
Tampoco es que con su dirección de actores logre Gregor Jordan borrar la frustrante sensación de lo que pudo haber sido y no fue. En una obra tan coral, esta faceta es importante, y presenta, como todo el resto, importantes altibajos. La interpretación del principal protagonista, Jon Foster, es mediocre. Austin Nichols está algo mejor, mientras que Amber Heard se limita a lucir palmito y a ratificar que su efímera fama es uno de esos misterios que la razón humana es incapaz de comprender. A Lou Taylor Pucci no le vendría mal algo más de expresividad y, en cuanto a los intérpretes más veteranos, Billy Bob Thornton da la sensación de no enterarse de lo que está pasando, Kim Basinger tiene una ocasión de mostrar sus dotes dramáticas y la virtud de no desperdiciarla, Winona Ryder no logra elevar el listón de un personaje plano y Mickey Rourke, a quien nunca le faltó talento, se resiente del hecho de que la narración consigue que todo lo que tiene que ver con su personaje carezca de sentido. Entre lo mejor del reparto está Mel Raido, en el papel de una estrella del rock politoxicómana y con inclinaciones pederastas sin parecido alguno con la realidad. Buena nota para el fallecido Brad Renfro, mientras que Chris Isaak, hoy ya alejado del cine en lo que a la actuación se refiere, es capaz de comunicar la naturaleza repulsiva de su personaje.
En definitiva, una de esas películas con mucho que ofrecer sobre el papel, y que en la práctica se queda en bastante menos. No la juzgo como material de desecho, pero sí como una buena oportunidad desaprovechada.