CHUNG HING SAM IAM. 1994. 103´. Color.
Dirección: Wong Kar-Wai; Guión: Wong Kar-Wai; Dirección de fotografía: Christopher Doyle y Wai Keung-Lau; Montaje: William Chang, Kit-Wai Lai y Chi-Leung Kwong; Música: Frankie Chan y Roel A. García; Diseño de producción: William Chang; Dirección artística: Wai Ming Yao; Producción: Pui Wah-Chan, Yi Kan-Chan y Jeffrey Lau, para Jet Tone Production (Hong Kong).
Intérpretes: Ching-hsia Lin -Brigitte Lin- (Mujer con peluca rubia); Tony Leung (Policía 663); Faye Wong (Faye); Takeshi Kaneshiro (Policía 223); Valerie Chow (Azafata); Jinquan Chen -Piggy Chan- (Dueño del bar); Guan Lina, Zhiming Huang, Liang Zhen, Vickie Eng, Rico Chu.
Sinopsis: Dos policías de Hong Kong se enamoran de una delincuente y una camarera después de haber sufrido sendas rupturas sentimentales.
A pesar de que su trayectoria no ha acabado ofreciendo lo que prometía en sus mejores años, es preciso recordar que, a caballo entre el presente siglo y el anterior, Wong Kar-Wai se convirtió en uno de los referentes mundiales del cine de autor. El artista oriundo de Shanghai ya era conocido en Hong Kong, el lugar que realmente define su vida y su carrera cinematográfica, gracias en buena parte a su anterior film, Días salvajes, pero fue después del estreno de Chungking express cuando su nombre alcanzó una fama internacional que le llevó a ser elogiado por numerosos críticos y cineastas occidentales, entre los que cabe destacar a Quentin Tarantino. Hay películas que definen el estilo de un director, y Chungking express tiene esa cualidad respecto al modo de entender el séptimo arte de su principal artífice.
Dentro de las distintas formas que un director puede explorar con la finalidad de mostrar un estilo personal, Wong Kar-Wai se decanta mucho más por las puramente fílmicas que por las narrativas, aunque uno de los rasgos más remarcables de Chungking express radica en que sea, posiblemente, la película protagonizada por dos agentes del orden menos policíaca de la historia del cine. Al margen de la secuencia inicial, que relata el modus operandi y la posterior huida de una narcotraficante con gran puntería al usar la pistola, y de un breve inciso en el que el más joven de los dos policías protagonistas recuerda una detención que ha realizado ese mismo día, queda claro que los intereses de Wong Kar-Wai están muy lejos del modo en que ese par de hombres jóvenes, de temperamentos distintos pero unidos por la melancolía que les provoca el fin de una relación amorosa, se ganan la vida. Chungking express habla de la soledad, de la tristeza, de las segundas oportunidades, del siempre caprichoso proceso a través del cual nos enamoramos de alguien, del modo en que una gran ciudad une y separa a millones de personas cada día y de lo mal que solemos llevarnos los mortales con la incertidumbre. El director nos plantea una película que une dos historias independientes, pero con nexos en común entre sí, más allá de la profesión que comparten sus protagonistas masculinos: el hecho de afrontar el fin de un romance, el local al que acuden para comer después de su jornada, un carácter tendente a la melancolía y el encuentro con otra mujer que les rescata de las cenizas de la ruptura. En el relato se alternan, y en ocasiones incluso se solapan, la figura del narrador omnisciente con los pensamientos de los personajes principales, expresados por medio de un recurso, el de la voz en off, que mal utilizado provoca sobreentendidos, además de un cierto sopor, pero que aquí ayuda a conocer el interior de los protagonistas sin subrayados innecesarios. Otro punto interesante es que el director evita intercalar historias: la segunda empieza cuando ya la primera ha concluido, sin alternarlas jamás.
Wong Kar-Wai es un cineasta muy occidentalizado, y no se esfuerza en ocultarlo: ahí están sus homenajes al cine clásico, como la peluca rubia, la gabardina y las gafas de sol de la narcotraficante o la utilización recurrente de canciones pop, que aquí se centran en Dinah Washington, The Mamas & The Papas y los Cranberries, para definir historia y caracteres principales. En la primera parte, el director emplea con profusión la cámara en mano, como modo de mostrar el mundo del tráfico de drogas, siempre en la trastienda de una ciudad abigarrada, que parece cómoda en un caos perpetuo. Pese a que se utilizan recursos estilísticos que tal vez fueran modernos en los años 90, pero que ahora provocan más confusión en el espectador que otra cosa, la acción, cuya presencia en el film se circunscribe a su primer segmento, derrocha energía. Las reflexiones del policía que protagoniza la primera historia acerca de la inevitable caducidad de todo se refieren, en un primer plano, a las relaciones sentimentales, pero si vamos un poco más allá pueden verse como un medio para expresar el sentimiento general en Hong Kong en los años inmediatamente anteriores a la entrega a China de la por entonces todavía colonia británica. En esta historia los protagonistas, situados a ambos lados de la ley sin que ellos lo sepan, buscan el olvido a través del sexo, como deja clara la reflexión final de ese hombre que no corre por deporte, sino para ahuyentar fantasmas. En la segunda historia, más pausada, lo que se plantea son los cimientos de una relación de largo alcance entre un policía taciturno y acomodaticio con una joven de talante soñador. Aquí, Wong Kar-Wai utiliza planos más largos, juega la carta del romanticismo y nos brinda los mejores momentos de la película, cuya sensibilidad contenida y su modo de poetizar la realidad valen más que buena parte de esos botes de almíbar que Hollywood nos vende haciéndonos creer que son comedias románticas. Por muy endurecido que el espectador pueda estar, justo es reconocer que el final de la película posee verdadera belleza.
Al margen de que me reitero en que, en algunos momentos, la apuesta visual para mostrar la acción es discutible, lo cierto es que la fotografía, que firman conjuntamente quienes, por separado, iluminaron los dos filmes anteriores del director, es inspirada al exhibir el modo chillón en que los neones de Hong Kong hacen frente a la oscuridad. El montaje, que como ya se ha dicho evita desde el principio mostrar las dos historias en paralelo, es ágil y bien trabajado y, aunque es difícil creer que una adolescente de los 90 escuche de forma compulsiva el mayor éxito de The Mamas & The Papas, la música ocupa un lugar muy importante en la película. La banda sonora apuesta por lo melancólico de una manera que, sobre todo en la escena en la que los protagonistas de la primera historia se encuentran en la coctelería, hace que a uno le vengan a la mente los cuadros de Edward Hopper.
No andaban errados quienes dijeron que, de todos los intérpretes de Chungking express, quien se lleva la palma es Faye Wong, que además de bordar el personaje más joven del cuarteto protagonista, se luce cantando la canción de los Cranberries que define su historia casi tanto como California dreamin´. Hace mucho tiempo que Wong está centrada en su exitosa carrera musical, pero sus dotes interpretativas no son escasas. Brigitte Lin, toda una veterana del cine asiático que apenas volvió a rodar después de su intervención en esta película, cumple bien como mujer misteriosa, mientras que Tony Leung recrea de nuevo su habitual personaje de hombre de gestualidad parca, y el japonés Takeshi Kaneshiro, en su primer papel de relevancia en la gran pantalla, despliega energía en el rol del agente más joven.
Chungking express quizá haya envejecido algo en el aspecto visual, aunque ese es un terreno que su director cuida muchísimo y eso mitiga en buena parte el efecto negativo de esa percepción, pero ante todo es una gran película de un cineasta, seguramente el primero en mostrar al mundo que la cinematografía hongkonesa era más que una industria de films de acción, en pleno esplendor creativo, como atestiguarían sus dos siguientes obras.