ENEMY AT THE GATES. 2001. 128´. Color.
Dirección: Jean-Jacques Annaud; Guión: Jean-Jacques Annaud y Alain Godard; Dirección de fotografía: Robert Fraisse; Montaje: Noëlle Boisson y Humphrey Dixon; Música: James Horner; Dirección artística: Peter Francis, Neil Lamont, Steven Lawrence y Dominic Masters; Diseño de producción: Wolf Kroeger; Producción: John D. Schofield y Jean-Jacques Annaud, para Mandalay Pictures- Reperage-KC Medien-Paramount Pictures (Francia-Alemania-Reino Unido-Irlanda-EE.UU.).
Intérpretes: Jude Law (Vassili Zaitsev); Joseph Fiennes (Comisario Danilov); Ed Harris (Mayor König); Rachel Weisz (Tania); Bob Hoskins (Nikita Kruschev); Ron Perlman (Koulikov); Eva Mattes (Sra. Filipov); Gabriel Marshall-Thomson (Sacha); Matthias Habich (General Paulus); Sophie Rois (Ludmila); Ivan Shvedoff (Volodya); Mario Bandi, Hans Martin Stier, Mikhail Matveev, Clemans Schick, Alexander Schwan, Lenn Kudrjawizki, Hendrik Arnst.
Sinopsis: En plena batalla de Stalingrado, cuando las fuerzas soviéticas se encuentran en una situación límite, el francotirador Vassili Zaitsev se convierte en el héroe de la resistencia contra los invasores.
Jean-Jacques Annaud es un director que siempre ha intentado, con mejor o peor suerte, ofrecer espectáculos de calidad al gran público. Su última película importante fue la primera que dirigió en este siglo, Enemigo a las puertas, drama bélico que ilustra la rivalidad entre dos francotiradores en mitad de la batalla que cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial, que tuvo como escenario la ciudad rusa de Stalingrado. Considerada en su momento como la película más cara de la historia del cine europeo, esta coproducción resultó un éxito a nivel artístico y comercial. Sin llegar a la categoría de obra maestra que posee la cinta que sin duda es su mayor referente, Salvar al soldado Ryan, lo cierto es que las virtudes del film de Annaud superan con mucho a sus defectos.
En el prólogo, vemos a un niño a quien su abuelo enseña a cazar lobos en un paraje nevado de los Urales. Esta secuencia muestra varias de las mejores cualidades de la película: la capacidad de generar tensión, el excelente acabado técnico, con mención especial al montaje, y el afán de los creadores del fil por mostrar un archiconocido episodio de la historia europea a través de los ojos de un único personaje. A continuación, tienen lugar las contadas escenas propiamente de masas que vemos en la película, las cuales están resueltas de un modo realmente cautivador: la primera muestra la caótica llegada de los soldados de reemplazo soviéticos al frente de Stalingrado, al que los recién llegados acceden después de viajar hacinados en distintos ferrocarriles para después servir como carne de cañón de los cazas alemanes. Entre los supervivientes se encuentra Vassili Zaitsev, aquel niño que cazaba lobos en la estepa. La situación de las tropas rusas es desesperada, y sus intentos de avance son repelidos con saña por los soldados nazis, mucho mejor armados y organizados. En este punto asistimos a la gran escena bélica de la película, en la que ambos bandos se enfrentan edificio a edificio de una ciudad prácticamente devastada. Vassili, que ni siquiera dispone de un rifle dada la escasez de suministros que padecen los defensores de la ciudad, salva la vida de milagro, ocultándose entre un reguero de cadáveres de compatriotas. En esa situación de inminente riesgo de muerte conoce a Danilov, un comisario político que, como él, busca el modo de salir con vida de esa ratonera. Por fin, Vassili logra acceder al rifle de uno de los caídos en combate, y con él abate uno tras otro a un puñado de militares nazis haciendo gala de una puntería infalible. Testigo de esa hazaña, Danilov la comunica al nuevo jefe político enviado a la zona por Stalin, el ucraniano Nikita Kruschev, y entre ambos deciden convertir a Vassili en el héroe que necesita un país al que le queda poco más que la esperanza. El constante goteo de soldados alemanes eliminados por el nuevo símbolo nacional sirve como alimento a la maquinaria de propaganda soviética, hasta el punto de que los alemanes envían a Stalingrado a su mejor tirador, el mayor König, para que se enfrente a Zaitsev y acabe con su vida.
Para ser la obra maestra que por momentos se atisba, a Enemigo a las puertas le falta rigor histórico y, sobre todo, unos diálogos a la altura. Annaud, como otras muchas veces, se desenvuelve mucho mejor como director que como guionista, y en general la parte puramente literaria de la película aporta al conjunto menos de lo que debiera. Pocas veces se cae en el exceso de solemnidad (el testimonio-despedida de Danilov sería una excepción), pero las frases que salen de la boca de los principales personajes raras veces poseen la enjundia y el sentido de la épica que tantas veces transmiten las imágenes. Por contra, el gran acierto de Annaud, y así lo señaló buena parte de la crítica, es comcebir el film, a partir de la aparición en escena de König, más a la manera de un western clásico que de una película bélica propiamente dicha. El marco es el de una de las batallas más cruentas de la historia, los uniformes delatan a los protagonistas, pero lo que se establece entre los dos francotiradores es un duelo puro y duro, un juego del gato y el ratón en el que cada uno juega sus bazas sabiendo que la puntería del enemigo convierte la mínima exposición a su rifle en una sentencia de muerte aplicada de modo instantáneo. Hay romance, el que existe entre Vassili y Tania con Danilov como perdedor en ese silencioso combate, hay traición, pero lo que hace que el espectador no pestañee es la caza entre el héroe justiciero y el forajido enviado para asesinarle, situación arquetípica del western.
Como ya se ha dicho, Annaud brilla en el manejo de un espectáculo muy complicado desde el punto de vista técnico, y logra hacernos partícipes de lo que tiene la guerra de devastación y de lotería cruel, del hecho de que todos los implicados en el conflicto sientan el aliento de la muerte en el cogote, del pegajoso lodo de las trincheras, de lo honesto y lo bastardo de lo que se cuece más allá del frente de guerra y de que muchas veces los actos más heroicos, así como los más cobardes, son simplemente fruto de la desesperación. Hay escenas que se quedan en la retina, como el bombardeo de los aviones de la Luftwaffe a las barcazas que transportan a los nuevos reclutas a través del Volga, y planos magníficos, como el que muestra el particular sentido de la justicia del oficial alemán cuando descubre la traición del pequeño Sacha. El veterano Robert Fraisse, cameraman muchas veces inclinado en exceso hacia el esteticismo, logra el que quizá sea el mejor trabajo de su carrera en una obra de tonos marcadamente grises, en la que destacan el humo, las ruinas y la oscuridad de los barracones. Por su parte, el prolífico James Horner se muestra como elección muy adecuada para la banda sonora, por su indiscutible capacidad para la épica. Como es natural, Horner se apoya en los Coros del Ejército Rojo, una de esas cosas que existen en el mundo para ayudarnos a concebir lo sublime.
Encabeza el reparto un Jude Law en sus mejores años. Siendo un buen actor, a Law le sucede con frecuencia una circunstancia que tampoco es ajena a su compañero de reparto, Joseph Fiennes: ambos tienen algo de especialistas en hacer buenos trabajos… y en que otros intérpretes de sus películas les superen en la pantalla. Law da vida al héroe, al que el guión no muestra como un asesino frío, con acierto pero sin impresionar, algo que quizá se deba en parte a la aludida insipidez de muchos diálogos. Fiennes, a quien no voy a negarle el talento ni el buen hacer en gran parte de la película, se muestra excesivo en el poco convincente giro final de su personaje. Por su parte, Rachel Weisz encandila en uno de esos papeles de mujer decidida y sufridora que tan bien se le dan, y el nunca suficientemente valorado Bob Hoskins devora la pantalla como un iracundo Kruschev. Eso sí, el mejor de la función es Ed Harris, en el rol del francotirador nazi. Su desempeño es formidable, y eso engrandece la película. No se queda muy atrás Ron Perlman, que interpreta a un soldado soviético tan desencantado como esos suboficiales de la Wehrmacht de las novelas de Sven Hassel.
Le falta un mejor guión, y su punto de vista es demasiado occidental, pero Enemigo a las puertas sigue siendo una muy notable obra bélica que quizá no aporte gran cosa desde el punto de vista histórico, pero que es una pieza de entretenimiento de calidad mayúscula.