DAYBREAKERS. 2009. 98´. Color.
Dirección: Michael y Peter Spierig; Guión: Michael y Peter Spierig; Dirección de fotografía: Ben Nott; Montaje: Matt Villa; Música: Christopher Gordon; Diseño de producción: George Liddle; Dirección artística: Bill Booth; Producción: Chris Brown, Bryan Furst, Sean Furst y Todd Fellman, para Lionsgate-Australian Film Finance Corporation-Paradise (Australia-EE.UU.).
Intérpretes: Ethan Hawke (Edward Dalton); Willem Dafoe (Lionel Elvis Cormac); Sam Neill (Charles Bromley); Claudia Karvan (Audrey Bennett); Michael Dorman (Frankie Dalton); Vince Colosimo (Christopher Caruso); Isabel Lucas (Alison Bromley); Carl Rush, Paul Sonkkila, Mungo McKay,
Sinopsis: La Tierra está dominada por los vampiros, mientras que los pocos seres humanos que quedan están condenados a huir, o a suministrarles sangre. Dada la creciente escasez, Edward Dalton, un científico que trabaja para una gran corporación, busca un sustituto de la sangre.
Los hermanos Spierig cimentaron su trayectoria en el éxito de su segundo largometraje, Daybreakers, estrenado seis años después de su ópera prima. Como en la anterior ocasión, el film se enmarca en el género de terror, sin duda el predilecto de estos hermanos nacidos en Alemania. Daybreakers, no obstante, añade numerosos elementos del cine de ciencia-ficción, pues todo lo que se nos muestra en la pantalla transcurre en un futuro distópico y cercano. En unos monentos en los que el subgénero vampírico había vuelto a ponerse de moda gracias al estreno de la primera película de la saga Crepúsculo, la cinta de los Spierig, mucho más oscura y adulta, logró una importante repercusión internacional, aunque la crítica se dividió entre quienes vieron en el film un soplo de aire fresco en un género cuyo esplendor se percibía lejano, y quienes juzgaron Daybreakers como una obra que parte de una premisa muy interesante, aunque malograda en parte. Como suele suceder, ninguna de las dos facciones estaba completamente equivocada.
La película nos muestra un planeta dominado por los vampiros, que han relegado a los pocos humanos que quedan a la condición de seres inferiores cuya única, pero de ningún modo escasa, utilidad es la de suministrar sangre a los no muertos. Es decir, que quienes no se han transformado en vampiros son algo así como una versión hemoglobínica de las vacas lecheras. No obstante, la materia prima es cada vez más difícil de encontrar, con la amenaza de estallido social que esto supone, y las grandes corporaciones que manejan la economía buscar hallar un sustituto decente de la sangre humana. A esa tarea se consagra Edward Dalton, un brillante científico cuyo hermano es un soldado que destaca en la otra gran prioridad del establishment: la caza de los humanos que se resisten a alimentar a los vampiros, entre los que se cuenta la hija del mefistofélico dueño de la empresa para la que ambos trabajan. La meta última de Edward, un no muerto que empatiza con los humanos, no es tanto crear un sucedáneo aceptable del plasma humano, como dar con una cura para el vampirismo. Eso sí, el tiempo se acaba tanto para uno como para otro objetivo.
Considero que tanto el planteamiento de la película como el desarrollo que de él se hace en la primera mitad del metraje son muy acertados, enganchan al espectador y aportan originalidad al universo vampírico. Sin embargo, a partir de que Edward ayuda al grupo de humanos, hasta el punto de unirse a ellos en su huida, todo se vuelve bastante más previsible y efectista, la deuda con Los viajeros de la noche se percibe por momentos demasiado alta y el agotamiento del ingenio se intenta suplir con más acción y notables dosis de sangre, sin alcanzar las cotas de calidad conseguidas en escenas como la del vampiro indigente, muy poderosa por sí misma, y en la forma de exponer un mensaje subversivo que, al final, queda un tanto diluido por obvio. A los Spierig, que se desenvuelven con gran soltura en todo lo referente al concepto estético de la película, les pierde su empeño por impresionar al espectador, con sustos de brocha gorda como las apariciones de los murciélagos, que nada aportan a la historia, o sucumbiendo a las tentaciones efectistas como en el final del personaje del magnate, tan truculento como trillado. Uno cree que esa historia de vampiros que dominan el mundo, que han conseguido vivir de día casi con el mismo éxito con el que los humanos hemos llegado a vivir de noche (con la pequeña salvedad de que, a nosotros, la oscuridad no nos mata por sí sola, sólo cuando nos cruzamos con según quiénes en según qué barrios) y que subyugan a la hasta entonces raza dominante del mismo modo en que ella lo hizo con el resto de especies (aquí la moraleja es quizá más subversiva, no sé si de un modo voluntario: cambiar rostros, razas o sexos es sólo cosmética, en tanto no se cambian comportamientos), daba mucho más juego, pero la preferencia de los directores por centrar la narración en las, eso sí, muy adrenalínicas peripecias de un número muy escaso de personajes resta alcance a una propuesta, reitero, muy lograda en lo estético. Dado que la luz, o la ausencia de ella, es un elemento tan importante en la trama, hay que alabar el trabajo de iluminación, como por ejemplo en la manera de mostrar la forma en la que los vampiros pueden vivir de día, o los efectos que en su organismo causa la luz solar directa. De igual modo, la banda sonora de Christopher Gordon, un compositor que no se ha prodigado en exceso en la gran pantalla, complementa y nutre la acción de forma consistente, e incluso brillante en las escenas en las que impera el movimiento.
Sin duda, los Spierig se anotaron su primer tanto importante cuando fueron capaces de reclutar para su causa a dos intérpretes de mucho nivel, y para nada perezosos a la hora de escoger sus papeles, como Ethan Hawke y Willem Dafoe. El primero es un actor muy completo, con una gran capacidad para enriquecer personajes complejos, dotados de sensibilidad y de comportamiento ético. Así es Edward Dalton, que se rebela de su condición de pieza valiosa de un engranaje perverso y da con una respuesta que puede afectar a la vida en todo el planeta. Subrayo que, en los momentos más y menos afortunados de la película, Hawke se emplea con idéntica convicción. Por su parte, Dafoe aporta presencia y carisma, aunque a su personaje le faltan matices y su desempeño está a la altura de lo que de él se espera, pero sin deslumbrar. Sam Neill, la otra estrella del reparto, no decepciona encarmando al típico magnate inmoral y manipulador. El trabajo de Claudia Karvan es aplicado, pero sin excesivo brillo, al igual que sucede con un Michael Dorman cuyo rol de cazador a sueldo que cambia de bando está ya demasiado visto. A buen nivel raya Isabel Lucas en el papel de la hija del magnate.
Daybreakers no alcanza a ser lo que promete, pero es una película que jamás deja de ser muy entretenida, y que en sus mejores escenas, casi todas concentradas en su primera mitad, es una obra vampírica gozosamente distinta.