THE FUNHOUSE. 1981. 93´. Color.
Dirección: Tobe Hooper; Guión: Lawrence J. Block; Director de fotografía: Andrew Laszlo; Montaje: Jack Holstra; Música: John Beal; Diseño de producción: Morton Rabinowitz; Dirección artística: José Duarte; Producción: Derek Power y Steven Bernhardt, para Mace Neufeld Productions-Universal Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Elizabeth Berridge (Amy); Cooper Huckabee (Buzz); Largo Woodruff (Liz); Miles Chapin (Richie); Sylvia Miles (Madame Zena); Wayne Doba (Monstruo); Kevin Conway (Pregonero); Herb Robins (Gerente); Wiiliam Finley (Mago); Shawn Carson (Joey); Jeanne Austin, Jack McDermott.
Sinopsis: Cuatro jóvenes acuden a una feria instalada en su ciudad, y disfrutan de las atracciones hasta que llegan a la Casa del Terror.
Si uno piensa en directores que firmaron una obra de notable impacto en los inicios de su carrera, y que con posterioridad no fueron capaces de superar las cotas alcanzadas por el film que les encumbró, el nombre de Tobe Hooper es uno de los que vienen a la mente. La matanza de Texas otorgó al realizador nacido en el estado de la Estrella Solitaria el pasaporte a Hollywood, pero su obra posterior al icónico film de 1974 estuvo marcada por la mediocridad, excepción hecha de la muy notable miniserie televisiva El misterio de Salem´s Lot. La casa de los horrores, que supuso el regreso de Hooper a la gran pantalla después de ese paréntesis, fue un éxito cuando se estrenó, pero no es ni de lejos una película memorable dentro del cine de terror.
El principal problema de la película es que su guión, que maneja un variado abanico de influencias, es muy pobre. Por ejemplo, más allá de la escena-prólogo, concebida como un homenaje a Psicosis que, a la postre, casi se queda en chascarrillo, toda la trama en la que interviene Joey, el hermano menor de la protagonista, no es relevante en el desarrollo del relato y podría haberse prescindido de ella sin remordimientos. Ya entonces la idea de sumergir a un puñado de adolescentes en una espiral de pánico no era original, y en La casa de los horrores hay más del rutinario efectismo de Viernes 13, cuyo monumental éxito en taquilla estaba muy reciente, que de la atmósfera de crueldad malsana que supo crear Hooper, con unos medios mínimos, en su film más recordado. Más allá de otros homenajes, como el realizado a La novia de Frankenstein, la película entera puede considerarse un tributo a La parada de los monstruos, pero allí donde la mítica obra de Tod Browning rezumaba empatía por esas criaturas relegadas a la condición de divertimento morboso de la plebe, la cinta de Tobe Hooper se queda en una superficial exhibición de lo pintoresco, factor que, unido a la falta de brillantez de los diálogos y a un pobre desarrollo de los personajes, lastra la primera mitad de un producto que remonta a medida que empieza a dar lo que promete, es decir, en cuanto las dos parejas adolescentes se quedan encerradas, en buena parte por voluntad propia, en el Túnel del Terror y, como prefacio a lo que caerá sobre ellos más adelante, son testigos del asesinato de una vidente de la que se habían burlado poco antes. Aquí, aunque el conjunto es tan efectista como el propio marco en que se desarrolla, la acción adquiere nervio, capta de manera definitiva la atención del espectador y, por momentos, en especial cuando la pareja secundaria de adolescentes ya ha desaparecido del mapa, se atisba al Tobe Hooper con acreditada capacidad para acojonar al personal de sus mejores obras.
De hecho, en el aspecto técnico el director se muestra bastante certero, extrayendo mucho partido de la mezcla entre los sustos preconcebidos del Túnel del Terror con la sangrienta persecución que sufren los protagonistas de manos de una criatura deforme y de su amo/mentor, personajes cuya idiosincrasia y relación mutua sí remiten de forma inequívoca a los que dieron enjundia a La matanza de Texas. La banda sonora, mediocre y con excesiva tendencia a subrayar el susto de la forma más tópica, no ayuda, pero Hooper hace gala de una gran energía, de un sabio manejo de los primeros planos de unos personajes en situación extrema, y de lo tenebroso que se oculta najo la apariencia de un espectáculo circense normal y corriente. La fotografía, de Andrew Laszlo, es de calidad, y lo mismo hay que decir de la escenografía y el maquillaje, dos de los aspectos más logrados de la película.
El de La casa de los horrores fue el primer papel protagonista para Elizabeth Berridge, actriz talentosa de carrera intermitente. Su personaje, presentado como el único del cuarteto adolescente con algo de seso, acaba teniendo mucho de la mítica Sally Hardesty de La matanza de Texas, ganándose a pulso la entrada en el selecto club de las reinas del grito. Cooper Huckabee, intérprete con mayor bagaje hasta entonces que su compañera de reparto, está simplemente correcto en el papel de macho alfa adolescente, mientras que Largo Woodruff lidia sin estridencias con un personaje de lo más plano, y Miles Chapin no desentona en el rol del listillo del grupo. Kevin Conway raya a buen nivel y da miedo, que es lo que toca, y es de resaltar la breve aparición de William Finley como mago borrachín en la mejor escena de la primera mitad del film.
La casa de los horrores no es ninguna maravilla, pero está bien dirigida y se deja ver, en especial en una reivindicable segunda mitad. Lástima de su muy poco inspirado guión, que la relega a la categoría de producto para nostálgicos del terror ochentero.