Un año más, se está celebrando en Barcelona el festival Desvarío, un certamen que trae a la Ciudad Condal a primeras figuras del flamenco a precios, gracias al apoyo del Ayuntamiento y del excelente trabajo de Eldorado, que poco tienen que ver con el sablazo que suele acompañar a las visitas de artistas con un cierto renombre. La parte estrictamente musical del evento se inició anoche con dos propuestas antagónicas surgidas de una ciudad, Sevilla, que ha sido escenario desde hace muchas décadas de experimentos musicales de notable interés, que contradicen la fama de inmovilismo que suele asociarse a la capital andaluza. Nadie mejor para desmentir ese prejuicio que Rosario la Tremendita, trianera de indiscutible raigambre flamenca que lleva mucho tiempo mezclando la música que lleva en la sangre con sonidos llegados de otros lugares. Como es sabido que, en estos tiempos, todo lo que lleve la etiqueta de fusión flamenca tiene más repercusión que la oferta artística más apegada a la tradición, no escasean los solistas y formaciones que se embarcan en revoltijos impostados, más por necesidad (el hambre es muy mala) que por inquietud. No es el caso de Rosario, a quien la flamencura le sale por todos los poros, siendo su voz y su forma de utilizarla tan jondas como las de cualquier artista ortodoxo que se ponga a cantar la malagueña del Mellizo, y que enriquece su espectáculo con sonidos que provienen de la electrónica, del funk e incluso del jazz. La propia banda que acompaña a La Tremendita sobre las tablas, formada por bajo eléctrico, teclados y percusión, es casi más propia de las luminarias del jazz-rock setentero, como la formación canónica de Return to Forever, que del flamenco. Rosario, que de presencia escénica no anda corta, alterna el bajo modelo Marcus Miller con la percusión, y ofreció al público barcelonés una actuación redonda, en la que llevó las alegrías, las peteneras o las bulerías a terrenos que por momentos convirtieron el escenario en una discoteca, sin que en este caso la electrónica sepultara, bajo su atronador volumen, la jondura básica del comjunto. En sus alocuciones a la audiencia, muchas veces se acordó La Tremendita de sus ancestros. Su huella es perceptible en todo lo que hace, pero ella es capaz de ir más allá con una propuesta renovadora, trabajada y coherente.
Uno de los vértices del repertorio de la trianera:
José Luis Ortiz Nuevo, que ejerció de maestro de ceremonias con una ausencia de solemnidad muy de agradecer, anunció que íbamos a pasar de la fiesta al misterio. A uno le puede parecer bien el flamenco sin guitarras, como el que acabábamos de ver, pero lo que más le gusta es lo que más le gusta, y eso es el toque. En cierto modo, la vida es saldar cuentas pendientes, y una que yo tenía hasta hace unas horas es no haber visto en directo a uno de los grandes de la guitarra flamenca, Rafael Riqueni, que actuó en solitario en el distrito de Nou Barris. Prueba conseguida. El maestro sevillano, en sus inicios, comió en la misma mesa que los más grandes cuando éstos estaban en su cémit creativo. Luego, durante muchos años, el guitarrista se perdió en lugares de esos en los que da miedo meterse, pero hace ya bastantes años que Riqueni edita grandes discos y brinda actuaciones en las que se recrea en la belleza de lo íntimo, huye de exhuberancias y rasga las cuerdas creando sonidos para paladares exquisitos. Anoche, le perjudicaron las circunstancias: el intenso calor, que anoche fue algo más soportable que en los dos días inmediatamente anteriores, ha hecho recomendable a la organización retrasar el inicio del primer concierto de la velada, por lo que eran más de las once y veinte cuando Riqueni apareció sobre el escenario barcelonés, hecho que, unido a que el transporte público de la ciudad, en días laborables y zonas alejadas del bullicio turístico, es claramente deficitario, afectó a la presencia de público. No a un servidor, ni a los todavía muchos que seguimos hasta el final un delicioso espectáculo de distancia corta, de sensibilidad en el mejor sentido y de maestría a las seis cuerdas. Fiel a su costumbre, Rafael Riqueni no se dirigió al público durante su actuación, pero su guitarra dice tanto a quienes somos capaces de sentirla, que es mejor así. El misterio, dijo Ortiz Nuevo. En las manos y la guitarra de Rafael Riqueni, una de las cosas buenas de la vida.
Sabiduría musical a espuertas: