JOAQUÍN SABINA: SINTIÉNDOLO MUCHO. 2022. 120´. Color.
Dirección: Fernando León de Aranoa; Guión: Fernando León de Aranoa; Dirección de fotografía: Mariano Agudo y José Martín Rosete; Montaje: Clara Martínez Malagelada y Polo Menárguez; Música: Leiva; Producción: Fernando León de Aranoa, Francisco Cordero, Patricia de Muns, Ricardo Coeto y Sergi Reitg, para BTF Media-Ideal Cinema-Reposado Producciones-Sony Music Spain (España).
Intérpretes: Joaquín Sabina, Fernando León de Aranoa, Jimena Coronado, Joan Manuel Serrat, Leiva, Antonio García de Diego, Pancho Varona, José Tomás, Benjamín Prado, Francisco Martínez Sabina, Carmela Martínez Oliart, Berry Navarro, Manuel Rodríguez..
Sinopsis: Retrato íntimo del cantautor Joaquín Sabina.
No es el documental musical la especialidad de Fernando León de Aranoa, cineasta que siempre ha centrado sus intereses como autor en el drama social. No obstante, la amistad del artífice de Los lunes al sol con el cantautor jiennense Joaquín Sabina llevó a León a filmar una película que, en ciertos aspectos, se aleja de las coordenadas habituales del género al que pertenece y cuyo rodaje se prolongó durante quince años, hasta ver la luz finalmente el año pasado. La idea central del proyecto es ofrecer una visión íntima de un personaje que forma parte del imaginario popular español desde hace cuatro décadas, y bien es cierto que ahí Fernando León, un cineasta que, como el biografiado, dio lo mejor de sí a caballo entre las postrimerías del pasado siglo y los inicios del presente, sale airoso del envite. En general, la película ha gustado a la crítica, y puede considerarse como un testamento anticipado del cantante de Úbeda.
El esquema es sencillo: aprovechar la cercanía entre director y protagonista para dar testimonio del verdadero Joaquín Sabina, o de sus distintas caras. La película es un retrato hecho por un amigo, pero es el propio cantautor, que nunca se ha distinguido por ocultar su lado menos amable (él dice lo que le place, no lo que toca), quien se encarga de que el tono general no sea demasiado complaciente. Una circunstancia recurrente en el film es el retrato del miedo que, a pesar de los muchos años de carretera que lleva a sus espaldas, afecta a Sabina antes de salir al escenario. Siendo de interés este asunto, su exposición reiterada lleva a la redundancia, en el que es uno de los puntos flacos del documental, en el que también llama la atención el alejamiento de uno de los recursos recurremtes de esta clase de obras, como son los testimonios de partidarios y detractores de la estrella del espectáculo: en Sintiéndolo mucho, nadie habla de Sabina, sino que es él quien se explaya ante las cámaras, casi siempre con un Ducados encendido y un vaso de tequila que llevarse a la boca. Como es natural, vemos a la gente que rodea a Sabina, empezando por su pareja desde hace muchos años, Jimena Coronado, pero todos ellos son presentados como satélites alrededor de la estrella. El propio director asume un papel principal, marcando los tiempos de la narración y haciendo preguntas al cantante, en un conjunto que evita el orden cronológico y elude el conflicto entre los miembros de la banda de Sabina que acabó provocando la traumática salida de quien fue la mano derecha artística del jienense durante más de treinta años, Pancho Varona. Bueno, lo elude hasta cierto punto, pues destaca la poca presencia, no sólo de Varona sino del resto de músicos, en un documental de este género. Sí es significativa la presencia de los cómplices de Sabina en estos últimos años, el poeta Benjamín Prado y un Leiva que monopoliza la parte final, en la que se muestra el complejo proceso de grabación, con gatillazo incluido, de la canción compuesta expresamente para la película. En esta parte asistimos a uno de los mejores momentos de la obra, por su rara honestidad: estando uno harto, como lo está, de cantantes y músicos veteranos que, a día de hoy, continúan exprimiendo los éxitos de sus mejores años pero que, en sus apariciones públicas, se empeñan en loar la calidad de sus álbumes más recientes, que en la mayoría de los casos poco aportan a sus trayectorias, me gusta escuchar a Sabina decir ante la cámara que, a sus setenta años, se siente incapaz de igualar las canciones que le convirtieron en un ídolo, no sólo en España, sino también en sus muy queridos Argentina, Uruguay y México. A él, que siempre ha dicho que ansía envejecer sin dignidad, debe agradecérsele este gesto de nobleza. Más allá de eso, vemos al Sabina más canalla, a pesar de que su época cocainómana quedó atrás hace lustros, al devoto de José Alfredo Jiménez (puestos a hablar de América, uno es más de Discépolo y Le Pera, de quienes Sabina también ha bebido bastante), al compinche de Joan Manuel Serrat, pese a lo antagónico de sus temperamentos, y al gran aficionado a la tauromaquia, personificada en la admiración hacia el matador José Tomás. Quizá en esta sección el director se halla más fuera de sitio, porque, aunque el propio Sabina lo haga, el símil entre el miedo preescénico del cantante y la circunspección del torero de Galapagar antes de salir del ruedo es forzado, como puede comprobarse al ver las consecuencias de la casi mortal cornada sufrida por el diestro en la plaza de Aguascalientes, con su amigo en la tribuna. Aportar en esta secuencia imágenes de un toro muerto me parece lícito, pues esa es la parte más cuestionable del espectáculo, y también es justo incluir la inquietud del cantautor por el destino de un ídolo y amigo que puede fallecer en cualquier momento, pero intercalar aquí las imágenes del desafortunado accidente que sufrió Sabina en el Wizink Center me parece un recurso fácil. En Roma no metían en el mismo reparto a rapsodas y gladiadores y, en general, la esperanza de vida de los primeros era bastante mayor.
En general, Fernando León se muestra más competente que inspirado en esta película. Todo se ciñe al propósito de mostrar un retrato completo de Joaquín Sabina, cosa difícil de conseguir en dos horas, pero el trabajo técnico, siendo impoluto, peca de rutinario, y al narrativo le falta emotividad, pese al compadreo entre director y protagonista. Rompe esta tendencia la escena que ilustra el regreso de Sabina a su localidad natal, Úbeda, para recibir un homenaje. La manera en la que el cantautor disecciona la relación de amor-odio con su patria chica, y su progresiva reconciliación con una figura paterna de la que durante mucho tiempo se mantuvo distanciado, posee una emoción muy presente en el cancionero de Sabina, y mucho menos en la película. Siguiendo con la música, uno entiende a medias la inclusión de algunos pasajes célebres de la banda sonora que compuso Nino Rota para Ocho y medio en ciertas escenas. Mejor quedan los mariachis, sin duda. La música de Leiva, por su parte, no me parece bada del otro mundo. Sí destaco una labor de montaje que debió de ser muy ardua, tanto para escoger el material idóneo después de quince años de grabaciones, como para hacer que el ritmo de la película, que quiere ser más un collage que una crónica, no decaiga. Con los matices expuestos con anterioridad, el resultado en ambos desafíos es notable.
Sintiéndolo mucho no es la mejor película posible sobre quien, para mí, es el mejor letrista de canciones en lengua española del último medio siglo, pero sí un testamento fílmico válido de un personaje contradictorio (se puede ser de izquierdas y un poco anarquistón y liberalón, ser ateo y semanasantero, y amar a los animales y disfrutar de las corridas de toros: se lo digo yo, que coincido en casi todo), que ha logrado que sus canciones hablen (muy bien) de muchísima gente que, escuchándolas, incluso se vuelve algo mejor y más interesante.