MIFUNE: THE LAST SAMURAI. 2015. 80´. B/N-Color.
Dirección: Steven Okazaki; Guión: Stuart Galbraith IV y Steven Okazaki; Dirección de fotografía: Tohru Hina y Yasuyuki Ishikawa; Montaje: Steven Okazaki; Música: Jeffrey Wood; Producción: Taro Goto, Yukie Kito, Kensuke Zushi, Steven Okazaki, Toshiaki Nakazawa y Toichiro Shiraishi, para Dentsu-Farallon Films- Tokio MX-Chuo Eigaboeki Co.- Creative Associates Limited-Sedic International (Japón-EE.UU.).
Intérpretes: Toshiro Mifune, Wataru Akashi, Kyoko Kagawa, Takeshi Kato, Hisao Kurosawa, Shiro Mifune, Haruo Nakajima, Sadao Nakajima, Yosuke Natsuki, Terumi Niki, Teruyo Nogami, Tadao Sato, Martin Scorsese, Steven Spielberg, Yoshio Tsuchiya, Yoko Tsukasa, Kanzo Uni, Kaoru Yachigusa, Koji Yakusho, Keanu Reeves (Narrador).
Sinopsis: Repaso a la carrera del actor japonés Toshiro Mifune.
El ya veterano cineasta Steven Okazaki, oriundo de California, tiene en su haber algunos reputados trabajos en el cortometraje y el documental. Con ese reconocimiento ya muy asentado, hace casi una década presentó Mifune: El último samurái, película dedicada al actor japonés más conocido en Occidente, gracias sobre todo a los numerosos films que el biografiado rodó a las órdenes de un genio llamado Akira Kurosawa. La obra de Okazaki resulta útil para los no iniciados, pero presenta carencias que la privan de poseer un carácter de cinta imprescindible para quienes ya conocen la trayectoria artística de Toshiro Mifune.
La película, breve y concisa, recurre al habitual orden cronológico para narrar los avatares vitales y artísticos de su protagonista, un hombre que nació y creció en los años de máximo apogeo del imperialismo japonés, que combatió en la Segunda Guerra Mundial, que tantas consecuencias negativas tuvo para la tierra del Sol Naciente, y tuvo vivencias en el frente que sin duda afectaron a su personalidad, mucho más volcánica de lo habitual en un país donde la contención en la exteriorización de los sentimientos es la norma. No fue hasta después del conflicto cuando Toshiro Mifune probó suerte en el terreno interpretativo, más por no tener oficio ni beneficio que por verdadera vocación artística. Sin embargo, el éxito del actor, que le llegó de la mano de Kurosawa, fue fulgurante: tuvo un paple protagonista en la primera película que rodó, la calurosa acogida que recibieron varios de sus primeros films le catapultó al estrellato en su país, y la repercusión mundial que tuvo Rashomon hizo de Mifune el actor japonés más célebre en Occidente, apenas cuatro años después de haberse colocado por primera vez delante de una cámara. El paso de los años no hizo más que asentar a Mifune como la quintaesencia del hombre japonés en la gran pantalla.
Okazaki construye un relato bien estructurado y ameno, pero demasiado superficial, centrado casi en exclusiva en la extensa relación profesional que mantuvieron Mifune y Kurosawa, y en los posibles motivos capaces de explicar que no volvieran a rodar juntos después de Barbarroja. El análisis de las numerosas películas que rodó Mifune más allá del poderoso influjo de su amigo y mentor se circunscribe casi en exclusiva a las colaboraciones con Hiroshi Inagaki, en especial a la trilogía Samurái, que casi hizo tanto por convertir a su estrella protagonista en el prototipo del guerrero japonés como sus multipremiadas obras a las órdenes de Kurosawa. También hay espacio para las incursiones de Mifune en el extranjero, de entre las que se tiene buen ojo al destacar la excelente Infierno en el Pacífico, pero obviar que la estrella del actor también brilló en obras fundamentales de Kenji Mizoguchi o Masaki Kobayashi es demasiado obviar. Por otro lado, a la película le falta un elemento que acostumbra a sobrar en muchos otros proyectos de esta índole, como es la primera persona. Desconozco si Toshiro Mifune, que fue un trabajador incansable, tenía alergia a conceder entrevistas, algo que entendería si el nivel de la prensa japonesa de su época fuese el de la española en la actualidad, pero es que en la película no hay un solo fotograma en el que Toshiro Mifune hable, más allá de los diálogos de las películas escogidas para ilustrar su trayectoria. Por mucho que el film sea prolijo en declaraciones de uno de los vástagos del actor, del primogénito de Akira Kurosawa o de distintos compañeros de reparto, entre los cuales algunas de las mejores actrices del cine japonés, la falta de declataciones del propio biografiado constituye una carencia importante, pues daría mucha luz a aspectos a los que la película dedica no poco espacio, como la tendencia de Mifune a abusar del alcohol o las causas de la ruptura de su entente profesional con Kurosawa, de quien, por otra parte, continuó siendo amigo hasta la muerte. Justo es reconocer que los testimonios aportan datos muy reveladores sobre, por ejemplo, la trayectoria de Mifune como productor (resaltar el sentimiento de derrota con que el actor vivió el tener que abordar proyectos destinados a la televisión), o sobre la pérdida de popularidad sufrida en su país a causa de su romance con una joven actriz en los años 70, pero a esta película sobre Mifune le falta más Mifune. Eso sí, ninguno de los espectadores será ajeno a las virtudes de este actor instintivo y visceral, capaz de bordar personajes en perpetua tormenta interior y dando siempre la impresión de poseer verdadero carácter. Gracias en buena parte a Kurosawa, pero también a otros cineastas bajo cuyas órdenes rodó, Toshiro Mifune fue mucho más que la quintaesencia del guerrero japonés, porque pocos actores poseen la intensidad en la mirada y la energía gestual de este actor legendario, cuya celebración honra a Steven Okazaki, aunque la fiesta se le haya quedado algo corta.