PICNIC. 1955. 112´. Color.
Dirección: Joshua Logan; Guión: Daniel Taradash, basado en la obra teatral de William Inge; Dirección de fotografía: James Wong Howe; Montaje: William A. Lyon y Charles Nelson; Música: George Duning; Diseño de producción: Jo Mielziner; Dirección artística:William Flannery; Producción: Fred Kohlmar, para Columbia Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: William Holden (Hal Carter); Kim Novak (Madge Owens); Rosalind Russell (Rosemary); Betty Fields (Flo Owens); Susan Strasberg (Millie Owens); Cliff Robertson (Alan Benson); Arthur O´Connell (Howard Bevans); Verna Felton (Helen Potts); Reta Shaw, Nick Adams, Raymond Bailey, Elizabeth W. Wilson.
Sinopsis: Un vagabundo llega a un pueblo a punto de celebrar la festividad del Día del Trabajo, para reencontrarse con un antiguo compañero de facultad.
La corta filmografía de Joshua Logan se concentra en gran parte en unos pocos años, los que transcurrieron entre la segunda mitad de la década de los 50 y los inicios de la siguiente. Más allá de sus contribución como realizador en Escala en Hawai, por la que no fue acreditado, la obra que encumbró a Logan fue Picnic, adaptación de una exitosa pieza teatral de William Inge que repitió en las salas de exhibición el triunfo cosechado sobre las tablas y vio refrendado su prestigio crítico con seis nominaciones al Óscar, llevándose las estauillas al mejor montaje y escenografía. Picnic se ganó la reputación de clásico de inmediato y, siendo una película muy de su época, ha resistido con loable dignidad el paso del tiempo, siendo para muchos el mejor film de un Logan que, esta vez, no se encargó de la escritura del guión.
A quienes sepan que William Inge se dedicó a la escritura como consecuencia de su amistad con Tennessee Williams no hará falta darles mayores explicaciones respecto a la temática de la cinta. Williams reflejó en sus obras el lado oscuro de la próspera América de la posguerra, y Picnic, más que beber de esa fuente, se zambulle en ella, siendo una de las películas que anticipa las convulsiones que, en los años venideros, iban a transformar por completo la sociedad estadounidense. Inge apunta certeras pinceladas sociales, pero en lo que centra su relato es en el impresionante reguero de mujeres insatisfechas que estaba dejando esa sociedad aparentemente modélica, obsesionada con hacer dinero y gozar de buena posición social y alérgica a cualquier conducta que se apartara de las conveniencias. Porque lo que hace la llegada de Hal, el apolíneo vagabundo que se deja caer en una pequeña ciudad de Kansas con la esperanza de que Alan, un antiguo compañero de estudios y rico heredero de una empresa agrícola, le rescate del fango, es sacar al exterior todas las frustraciones que las protagonistas femeninas de la obra escondían con mayor o menor éxito: Madge, la belleza oficial de la localidad y futura esposa de Alan, sufre porque nadie es capaz de ver en ella más que a una chica guapa, que debe casarse con un hombre a quien no ama para mejorar el estatus social de su familia, en la que falta la figura paterna; Flo, su hermana menor, es inteligente y llena de inquietudes, pero ve cómo es su hermana la que encandila a todo el mundo; Millie, la madre de ambas, es una mujer abandonada que espera que su hija mayor le dé el pasaporte hacia una vida confortable, y Rosemary, la maestra de escuela, es una solterona que aborrece su condición y sufre la indiferencia de Howard, lo más parecido a un pretendiente que tiene a su alcance. El modo en el que todas ellas miran el torso desnudo del recién llegado deja bien claro que ninguna escapa a unos deseos sexuales que las conveniencias, y sus propias limitaciones, les impiden satisfacer. El multitudinario festejo campestre, en el que corre el alcohol y se suceden los pasatiempos, terminará por desencadenar el drama.
Picnic tiene muchas cosas buenas, empezando por la adaptación que de la obra de Inge hizo un Daniel Taradash avalado por su contribución literaria al bombazo que fue De aquí a la eternidad. Es cierto que en el tramo final se cargan en exceso las tintas del melodrama, pero la forma de presentar a los personajes, de mostrar el efecto cataclísmico que causa la llegada del carismático y bello forastero, y de exhibir cómo el vaso de las diferentes frustraciones de los personajes se va llenando hasta acabar por desbordarse, son los propios de un gran texto. Logan se apoya en él, se recrea en algunas notas de humor y se luce en la famosa secuencia del baile entre Hal, que por fin deja de sentirse el desecho social que es, y Madge, esa romántica danza que todo lo precipita. He visto, como todo mortal con cultura, numerosas escenas de sexo en el cine y la televisión, y no recuerdo tantas que tengan la pulsión erótica de este baile entre dos personajes con una química brutal. La atracción entre ellos es tanta, que no pasa desapercibida a ninguno de los testigos de esa danza. La majestuosa, casi etérea, forma de retratar a Kim Novak bajando las escaleras, lista para coprotagonizar ese puro ritual de apareamiento, es un homenaje en sí mismo. Logan no juega a estar demasiado presente a los ojos del espectador, pero nos regala joyas como ese movimiento de cámara, deliciosamente perverso, en el que pasamos de ver el rostro exaltado de una Rosemary que acaba de suplicarle sin éxito a Howard que se case con ella, a observar sobre su cabeza el cartel de «se alquila» que hay en la casa. A mi juicio, esa es la clase de detalles que coronan a un director capaz de llegar más allá del texto, es decir, de hacer cine. Aunque uno de los puntos clave de la película sean las insuficiencias indumentarias del protagonista masculino (primoroso el momento en que Rosemary rasga, en un puro arrebato de resentimiento, la camisa prestada de Hal), hay que decir que el vestuario es excelente, casi al nivel de una escenografía poco mejorable. El veterano James Wong Howe se muestra jovial y colorista en las escenas diurnas, pero donde deja de verdad muestras de su magisterio es cuando cae la noche y la iluminación es cosa de los focos del festejo, y de la Luna. Buena parte del mérito de la apoteosis de Kim Novak junto al río, que anticipa la escena cumbre de Vértigo, es suya. George Duning, un prolífico compositor que no goza del reconocimiento que merece, da lo mejor de sí mismo en una partitura que pasa de lo jovial a lo melodramático, ensalzando la acción sin sobrecargarla. El trabajo de todos ellos hace que Picnic sea una adaptación teatral de lo más cinematográfica.
Esta película nos da la posibilidad de ver a un gran actor como William Holden en el mejor momento de su carrera. Siendo obvios los motivos por los que su presencia revoluciona a las féminas del lugar, es su capacidad interpretativa la que nos permite ver el atormentado espíritu de su personaje, de grandes sueños y deplorable presente, así como unas ansias de redención que ya son casi chapoteos desesperados en busca de la orilla (su huida a través del río es la metáfora que lo ilustra). La incuestionable química entre él y Kim Novak, que con este papel alcanzó el estrellato, hace el resto. Ella es una de las actrices más bellas del cine, y valga como paradoja el hecho de que su limitada expresividad ayuda a atenuar los excesos melodramáticos del clímax de la película. Lo que no es una paradoja es que hay mucho de ella misma en el personaje de Madge, que ella lo hace real y creíble, y que hay que estar ciego para no enamorarse de alguien así. Betty Field, actriz talentosa, interpreta de un modo enérgico a la adolescente Flo, un proyecto de mujer moderna que, en las cosas del amor, no lo es tanto como quisiera. Puede que en algunos momentos Rosalind Russell sobreactúe, pero su fuerza a la hora de mostrar el carácter intrínsecamente resentido de su personaje, quizá el que peor maneja su frustración precisamente porque su causa no es tener que enfrentarse a las convenciones sociales, sino ser incapaz de seguirlas, es casi animal. Por ello forma una gran pareja con Arthur O´Connell, cuyo bonachón y pusilánime personaje acaba siendo arrastrado por ese torbellino que es Rosemary. Susan Strasberg recrea de un modo contenido a una mujer madura que ve en su hija mayor el vehículo para resarcirse de una existencia difícil, pues sus problemas y errores ya sólo pueden curarse a través de otros. Cliff Robertson, a quien esta película le sirvió para dar el salto a la gran pantalla, se muestra certero al representar a un personaje que ejemplifica el verdadero carácter de la filantropía de los ricos: te ayudo para que me honres, y te hundo si me desplazas.
Gran película, se mire por donde se mire.