LA VENGANZA. 1958. 103´. Color.
Dirección: Juan Antonio Bardem; Guión: Juan Antonio Bardem; Dirección de fotografía: Mario Pacheco; Montaje: Margarita de Ochoa; Música: Isidro B. Maiztegui; Producción: Manuel J. Goyanes y Cesáreo González, para Guión Producciones Cinematográficas-Suevia Films-Vides Cinematográfica (España)
Intérpretes: Carmen Sevilla (Andrea Díaz); Raf Vallone (Luis El Torcido); Jorge Mistral (Juan Díaz); José Prada (Santiago El Viejo); Manuel Alexandre (Pablo El Tinorio); Manuel Peiró (El Chico); Rafael Bardem (Médico); Conchita Bautista (Cantante); Fernando Rey (Escritor); Francisco Rabal (Narrador); Maria Zanoli, Xan Das Bolas, Louis Seigner.
Sinopsis: Juan ha estado diez años en la cárcel por un crimen que no cometió. Al regresar a su pueblo, la antigua enemistad entre su familia y la del fallecido continúa muy presente, aunque miembros de ambos clanes deben emigrar juntos a la siega para ganarse el sustento.
Juan Antonio Bardem venía de firmar dos de las películas imprescindibles del cine español, Muerte de un ciclista y Calle Mayor, cuando rodó La venganza, drama rural que pretendía ser el inicio de una trilogía en la que se abordaban las condiciones de vida de los trabajadores españoles de distintos ámbitos y que, finalmente, no se llegó a completar, en buena parte por la actitud hostil de la censura franquista. La venganza retrata a unos jornaleros andaluces, y el film sufrió alteraciones desde su mismo título, pues el original era Los Segadores (visto en retrospectiva, quizá este fuera el único favor que los censores del régimen le hicieran a alguien). Con todo, el film fue el primero de nacionalidad española en ser nominado al Óscar a la mejor película extranjera, e incluso la poderosa Metro-Goldwyn-Mayer lo adquirió para su distribución internacional, pero ni alcanza el nivel de las dos obras maestras que lo precedieron, ni tuvo en España la repercusión que merecía, lo que ha derivado en un olvido a todas luces injusto.
La odisea de los trabajadores del campo en la España de la posguerra es, para que negarlo, una cuestión importante de la película, pero no la principal. Bardem, hombre de convicciones políticas muy marcadas y cuyo estilo narrativo es hijo del neorrealismo italiano, sigue la línea dramática y comprometida marcada en sus anteriores trabajos, pero añade elementos del western en un film en el que los áridos paisajes de la meseta castellana adquieren una importancia capital. A causa de otra de las exigencias de la censura, la historia, que nos enmarca un narrador que es nada menos que Paco Rabal, se sitúa en los años previos a la Guerra Civil, porque de todos es sabido que, finalizado el conflicto e instaurado el régimen liderado por el general Franco, las condiciones de vida de los jornaleros mejoraron una jartá y nada tenían ya que ver con las de entonces. A la Andalucía serrana de los olivos y la pobreza regresa Juan, que ha estado diez años preso por un crimen pasional (tampoco los señores de la tijera iban a tolerar que el encarcelamiento se debiera a razones políticas) que no llegó a cometer, y por el que resultó muerto el primogénito de una familia rival. El hombre se reencuentra con su joven hermana, Andrea, la única superviviente de un clan reducido a la miseria. Ambos culpan del asesinato a uno de los hermanos de la víctima, de nombre Luis y de apodo El Torcido. Las rencillas entre las dos familias, cuyo origen se pierde en el recuerdo, permanecen a flor de piel, y por eso Juan jura, sobre la tumba del difunto, que se vengará de Luis dándole muerte. La matriarca del clan rival desea idéntico fin para el ex-convicto, pero la miseria los une a todos ellos como miembros de una cuadrilla itinerante que, ante la ausencia de trabajo en sus tierras durante el verano, se dirige, como tantos otros campesinos de distintas regiones de España, a la siega de los trigales castellanos.
La venganza es una película dura, pero en la que Bardem introduce como cuestiones principales la concordia y la reconciliación entre enemigos seculares. Cierto es que este mensaje, ni caló mucho en su momento, ni lo hace hoy en este país de idiosincrasia cainita, capaz de exasperar al más paciente por la actitud cerril de sus habitantes y, lo que es peor, de sus responsables, que se valen de las divergencias entre las eternas dos Españas para ocultar su manifiesta incapacidad para resolver de manera satisfactoria los problemas cotidianos de ambas. Todo lo expuesto no aminora el valor de una película en la que uno puede sentir, incluso físicamente, el calor y la fatiga de unas gentes obligadas a la dureza para sobrevivir. Como visto está que se odia mejor en la distancia, la cercanía y las fatigas compartidas atenúan la enemistad entre Juan y Luis, que comparten viaje con un veterano jornalero, con un hombre que acarrea una guitarra con la que pone freno a la tristeza acompañañndo los cantes de su tierra (nis felicitaciones a Bardem por mostrar que el flamenco, en contra de lo que piensan los ignorantes de entonces y de ahora, es mucho más que fiesta y cachondeo), y con un chaval en plena adolescencia. Incluso florece el amor entre Luis y la mujer que hizo jurar a su hermano que le mataría, en el que con seguridad es el recurso más tópico de una película que contiene secuencias maravillosas, como la de la huelga de jornaleros, que en un principio convierte a los campesinos andaluces en esquiroles, o la del incendio en el pueblo, donde podemos ver los rostros apesadumbrados de labriegos y titiriteros, los otros testigos de la miseria de la España rural, al ver cómo las llamas reducen a cenizas sus escasas pertenencias. Ahí hallamos al Juan Antonio Bardem más inspirado, que llega a la cumbre en la escena en la que el jornalero viejo se arroja al encuentro de la máquina segadora por pura deseperación. El realismo es extremo, el rodaje se adivina harto fatigoso, pero el resultado artístico es muy notable, gracias al estilo conciso y directo de un cineasta en estado de gracia, y a la forma en la que Mario Pacheco capta el sol de justicia que abrasa los campos de la Meseta, y a quienes los trabajan. Bardem utiliza con profusión el plano picado, para mostrar los rigores del calor, y también recurre con frecuencia a planos generales que captan el esfuerzo colectivo, lo inacabable del paisaje y la dureza del trabajo en el campo. Como decíamos, bajo esa estética naturalista encontramos el espíritu del western, y por eso el odio lleva al inevitable duelo, en el que la música de Isidro Maiztegui ofrece su vertiente más dramática, supliendo al flamenco que ha servido para ilustrar la mayor parte de la peregrinación y el desempeño de los jornaleros.
La Venganza le dio a Carmen Sevilla, cedida para la ocasión por un Benito Perojo que se limitaba a exhibirla en su faceta más popular, la de folclórica, el mejor papel de su carrera. Incluso en los rudos vestidos que luce se aprecia la belleza de una actriz a la que, en general, el cine español desaprovechó. El cambio de registro de la de Heliópolis en esta película es brutal, y su talento dramático se percibe en distintas escenas, en especial en la que el tendero intenta violarla. Dos intérpretes de prestigio la acompañan: Raf Vallone, que venía de rodar la exitosa La violetera junto a la otra belleza oficial del cine español, Sara Montiel, y Jorge Mistral, un galán cuyos recursos interpretativos no eran escasos y que ya había coincidido con Carmen Sevilla en el film que la consagró, La hermana San Sulpicio. El italiano presta su mirada magnética y su porte atlético para dar vida a un tipo rudo y acostumbrado a mandar, pero capaz de transigir y de mostrar un lado mucho más noble del que se le sepondría. Mistral sabe captar la esencia de un personaje marcado por el resentimiento, pero que a la vez es un hombre justo. En roles secundarios, hay que decir que la labor de José Prada, que no sólo había estado en las dos obras maestras de Bardem, sino en esa joya imperecedera que es Surcos, se acerca a la excelencia, y que Manuel Alexandre, que da vida al jornalero que ahoga sus penas con fandangos, vuelve a dejar claro que era un maestro en lo suyo. Destacar las breves intervenciones de la cantante sevillana Conchita Bautista, de Xan Das Bolas como jornalero gallego y de Rafael Bardem, padre del realizador, como médico concienciado.
Una de las grandes cosas que le ocurrieron al cine español fueron los primeros diez años de Juan Antonio Bardem como director. La Venganza es otra película idónea para acreditar esta tesis.