LANDRU. 1963. 114´. Color.
Dirección: Claude Chabrol; Guión: Françoise Sagan; Dirección de fotografía: Jean Rabier; Montaje: Jacques Gaillard; Música: Pierre Jansen; Diseño de producción: Jacques Saulnier; Producción: Carlo Ponti y Georges Le Beauregard, para Compagnia Cinematografica Champion- Rome Paris Films (Francia-Italia).
Intérpretes: Charles Denner (Henri-Desiré Landru); Stéphane Audran (Fernande Segret); Michèle Morgan (Célestine Buisson); Danielle Darrieux (Berthe Heon); Hildegarde Knef (Madame X); Juliette Mayniel (Anna, Marie, Angèle Colomb); Catherine Rouvel (Andrée Babelet), Françoise Lugagne (Catherine Landru); Claude Mansard (Abogado defensor); Mary Marquet, Denise Provence, Serge Bento, Robert Burnier, Mario David, Jean-Louis Maury, Pierre Vernier, Raymond Queneau, Jean-Pierre Melville.
Sinopsis:Henri Landru es un hombre de mediana edad, casado y con cuatro hijos, que se dedica a cortejar a mujeres ricas.
Claude Chabrol, que siempre fue un director con un alto ritmo de trabajo, ya había estrenado seis largometrajes completos, más un capítulo en el film de episodios Los siete pecados capitales, cuando se hizo cargo de Landru, la primera de sus películas rodadas a partir de un guión ajeno, en este caso obra de una de las escritoras revelación en la Francia de la posguerra, Françoise Sagan. El film se basa en la trayectoria criminal de Henri Landru, que fue condenado a muerte en 1922 por el asesinato de al menos once mujeres, a las que previamente había desposeído de sus bienes. Esta historia ya había sido utilizada por Charles Chaplin en su obra maestra más incomprendida, Monsieur Verdoux; Sagan y Chabrol optaron por una perspectiva más realista, aunque también de más bajos vuelos, que la del genio londinense.
Sin duda, la historia de Henri Landru se adaptaba de lleno a la idiosincrasia y los intereses de Claude Chabrol, cineasta que siempre tuvo una gran inclinación hacia el drama criminal, pero los resultados son desiguales, como si el proyecto hubiera sido ejecutado con cierta precipitación y sin el debido cuidado a ciertos detalles relevantes. Como ya he mencionado, quien quiera conocer la historia de este célebre asesino hará mejor viendo esta película que la de Chaplin, pero en cuanto a obra artística, la comparación entre ambas cintas es muy odiosa para la que nos ocupa, sin que ello signifique que sea mala. En primer lugar, porque al guión de Françoise Sagan, escritora que dio lo mejor de sí en el drama intimista, le sobran diálogos insustanciales y le faltan elementos importantes para valorar en su conjunto al personaje principal. A modo de ejemplo, si lo que se pretendía era explicar el caso desde una perspectiva realista, no hubiera estado de más explicar que Landru, hombre de origen modesto y grandes ambiciones, ya se había iniciado en el peculiar arte de estafar a nujeres ricas mucho antes del inicio de la Gran Guerra, y de hecho estos comportamientos le habían llevado a la cárcel más de una vez, hechos que causaron el suicidio del padre de Henri, un honrado y religioso padre de familia. En la película, los antecedentes penales de Landru se mencionan en una conversación entre él y su esposa, pero no se escarba más allá en un pasado que, entre otras cosas, fue el que empujó al estafador al crimen: en concreto, cuando se dio cuenta de que es más difícil acabar entre rejas si quien puede denunciarte no camina ya entre los vivos. El film es inexacto en cuanto a definir a Landru como un producto de la guerra, aunque es evidente que el conflicto expandió sus opciones criminales de un modo grandioso, pues el número de mujeres a engatusar subió en aquellos años como la espuma, dada la gran movilización de hombres en el frente, muchos de los cuales no regresaron de allí con vida.Se entiende que el asesino reaccionara con pesar al armisticio, pues no sólo estrechaba sobremanera sus límites delictivos sino que facilitó su detención, pero Chabrol y Sagan obvian detalles significativos, además de presentarnos a un galán poco creíble. En la caracterización del personaje de Landru la película se ajusta a la realidad, pero esto acaba yendo en su contra, porque se trataba de un hombre no especialmente agraciado (por mucho que sí fuera un buen amante), y al presentárnoslo como un tipo frío, huraño y adicto a la mentira, sin poder de seducción más allá de la lisonjería y la elegancia, cuesta entender la dimensión de sus fechorías, y su tirón entre las féminas, por más que la oferta de hombres fuera tan escasa en aquel entonces. Sí es un acierto que no veamos uno solo de los asesinatos, que Landru jamás reconoció haber cometido, pues ello da entrada al hunor negro: conocemos los crímenes por el humo que sale de la chimenea de la casa de campo, y por las quejas de los vecinos, un matrimonio de ancianos ingleses, a causa del mal olor que llega del inmueble colindante. Un giro menos acertado, a mi juicio, es el que se produce cuando Landru invita a su amante, Fernande Segret, a dedicarse a la ópera bufa, porque a partir de ahí la película se convierte precisamente en eso. Chabrol y Sagan pueden pensar que la detención de Landru se dilató tanto porque los policías encargados de investigar los hechos no fueran mucho más diestros que los Keystone Cops, o que el juicio de un asesino múltiple diera lugar a momentos rayanos en lo risible, pero el modo de plasmar esta visión en pantalla es poco pulido.
Hya cierto desaliño en la puesta en escena, defecto nada ajeno a las obras menores de Chabrol, Por ejemplo, la inserción de imágenes de archivo de la guerra, que se utilizan para enmarcar las distintas fases de la película, es brusca y atropellada, y la capacidad para la elipsis que se exhibe al narrar los crímenes de Landru bien podría extenderse a los diálogos entre este y su esposa, en general carentes de sustancia. Y es lícito, y seguramente cierto, decir que el juicio al asesino múltiple se sobredimensionó desde el Gobierno para que la gente se centrara en eso, en lugar de en las aberrantes condiciones del tratado de paz que se estaba elaborando en la época, pero la forma en que se expone es forzada, además de poco sutil. Me gusta el tono costumbrista de la fotografía de Jean Rabier, pero el resto de colaboradores de Chabrol parecen haber trabajado con prisas, que tampoco en el cine son buenas consejeras. La banda sonora de Pierre Jansen, el compositor de cabecera del director, es redundante y chillona, quedando como uno de sus trabajos menos distinguidos.
Landru proporcionó a Charles Denner su primer papel protagonista en la gran pantalla. Su trabajo es digno y esforzado, pero no consigue evitar la incredulidad del espectador en cuanto a la capacidad de seducción de un personaje más bien hosco, sin más atributos visibles que la adulación hacia sus víctimas y la apariencia de riqueza. Incluso su tono de voz, y de eso hemos de culpar a Chabrol, es desagradable. Entre las actrices que interpretan a las fallecidas de la mano de Henri Landru se encuentran algunas estrellas como Michèle Morgan, que da vida con acierto a la más romántica de sus víctimas, o Danielle Darrieux, brillante como mujer atrapada por la lascivia. Con todo, quien más margen tiene para el lucimiento es la musa por excelencia de Chabrol, Stéphane Audran, que interpreta a la amante del asesino, Fernande, con la necesaria combinación de amor y asombro. La alemana Hildegarde Knef, cuyo personaje es el único que inspira a Landru algo cercano a la compasión (aunque, como buen psicópata, la aplica en primer lugar hacia sí mismo), consigue destacar pese a lo breve de su intervención, cosa que no logra Françoise Lugagne en un rol, el de la esposa del asesino, al que el libreto tampoco otorga excesivas posibilidades. Los personajes masculinos quedan en un escalón inferior, con un Claude Mansard sobreactuado como defensor de Landru, un correcto Mario David como fiscal y un mejorable Jean-Louis Maury en el papel del comisario. A título de curiosidad, el gran director Jean-Pierre Melville interpreta a Georges Mandel, la mano derecha de Clemenceau, en la escena en la que ambos conspiran para conseguir que el revuelo mediático alrededor del juicio a Landru sirva para acallar debates más sensibles para ellos.
Interesante, pero desigual y carente de inspiración, Landru no está entre las mejores películas de Claude Chabrol, pero nos familiariza con una historia de lo más educativo, que conviene conocer y analizar.