MYSTERY TRAIN. 1989. 110´. Color.
Dirección: Jim Jarmusch; Guión: Jim Jarmusch; Dirección de fotografía: Robby Müller; Montaje: Melody London; Música: John Lurie; Diseño de producción: Dan Bishop; Producción: Jim Stark, para JVC Entertainment Productions-Mystery Train (EE.UU-Japón).
Intérpretes: Nasatoshi Nagase (Jun); Yuki Kudoh (Mitsuko); Screamin´Jay Hawkins (Recepcionista); Cinqué Lee (Botones); Nicoletta Braschi (Luisa); Elizabeth Bracco (Dee Dee); Joe Strummer (Johnny); Steve Buscemi (Charlie); Rick Aviles (Will Robinson); Tom Waits (Locutor); Rufus Thomas, Jodie Markell, Sy Richardson, Tom Noonan, Sara Driver, Vondie Curtis-Hall, Rockets Redglare.
Sinopsis:En un hotel de Memphis convergen tres realidades muy distintas: unos turistas japoneses que vienen a visitar Graceland, una italiana que debe repatriar un cadáver y se une a una joven que ha dejado a su novio, y un inglés que ha perdido pareja y empleo el mismo día y se emborracha con su cuñado y un amigo.
El cuarto largometraje de Jim Jarmusch, Mystery train, consolidó el peculiar estilo fílmico del director nacido en el estado de Ohio. El premio a la Mejor Contribución Artística en el festival de Cannes confirmó a Jarmusch como un autor de referencia en el cine independiente norteamericano, con asiduidad mejor valorado en Europa que en su propio país de origen. Han pasado casi 35 años desde su estreno, y todavía hoy Mystery train es una de las obras más reivindicadas de su director.
Esta vez, Jarmusch sitúa el escenario de la acción en la ciudad de Memphis, en la que confluyen diversos personajes que en algunos casos están allí por interés y en otros, por puro azar. El film se articula en tres historias, en apariencia independientes entre sí pero con muchos puntos en común. La primera de ellas habla de una joven pareja japonesa, formada por dos acérrimos aficionados al rock primigenio, que llega a la capital de Tennessee para visitar los estudios de Sun Records, donde grabaron numerosas leyendas de la música, y la mansión en la que vivió Elvis Presley, Graceland. El desarrollo de la historia no puede ser más Jarmusch, destacando el afán desmitificador del director: evita el glamour y el reclamo turístico como a la peste, haciendo vagar a sus personajes por los suburbios negros de la ciudad y convirtiendo el periplo por el mítico estudio en un decepcionante despliegue verborreico por parte de una guía que suelta su discurso como un loro, sin preocuparse de si los visitantes la entienden o no. La visita a Graceland se omite, simple y llanamente. Los dos turistas deambulan por el soleado y casi desértico extrarradio sosteniendo a medias su maleta con un palo, hasta acabar en un hotel más bien cutre próximo a la estación de ferrocarril, lugar central de la película. Ambos personajes son opuestos: ella es vitalista, jovial y divertida; él, un rocker lacónico a más no poder. Les une su pasión por la música, aunque la mujer mitifique a Elvis y él rebaje continuamente su entusiasmo diciendo que Carl Perkins era mejor, y también el sexo, que por algo es el motor de las parejas jóvenes, en Japón, en Calasparra e incluso en el universo de Jim Jarmusch. La segunda historia es casi enteramente femenina, y la protagonizan una mujer italiana a cargo de un cadáver que debe repatriar, y que a causa de ello debe permanecer en Memphis un día más de lo previsto, y una norteamericana, con la que choca (literalmente) a la entrada del hotel de antes, justo cuando la segunda se dispone a abandonarlo entre reproches por no tener los 22 dólares que cuesta la habitación para una noche. Como la italiana, acosada por un tipo que la ha estafado en una cafetería con la falsa historia del fantasma de Elvis, va sobrada de recursos pero no quiere quedarse sola, ambas mujeres acaban compartiendo habitación. La americana, que habla por los codos, acaba de dejar a su novio, un inglés, y se dispone a abandonar la ciudad sin ni siquiera despedirse de su hermano, que tiene una peluquería. En la tercera historia conoceremos a estos dos personajes: el británico, a quien todos llaman Elvis pese a que él lo detesta, ha perdido ese día el trabajo, además de a la novia, y se dedica a beber y a buscarse problemas en un bar. Cuando el sujeto saca un revólver, algunos clientes llaman a un amigo para que vaya y se lleve al borracho, cosa que consigue después de introducir en la ecuación a su cuñado, el peluquero. La espiral alcohólica se acelera después de que el problema con patas llegado desde el otro lado del Atlántico dispare al dueño de una licorería, racista de manual. Y los tres acaban en el mismo hotel que los turistas japoneses y las dos mujeres, sin llegar a encontrarse en ningún momento.
En cuestiones de estilo, el gran aspecto diferencial de Mystery train respecto a las anteriores películas de Jarmusch reside en que la fotografía es en color. Por lo demás, el estilo del director aflora en cada fotograma: en el cine de Jarmusch las cosas no suceden, sino que más bien fluyen. Todo se desarrolla a un ritmo pausado, la socarronería aparece casi a cada paso y, como en la vida misma, el azar es quizá el signo más definitorio en las peripecias de los personajes, todos los cuales parecen venir de ninguna parte y dirigirse de nuevo hacia allí mismo. La fotografía es eminentemente naturalista, y la importancia de la música, muchas veces servida por un locutor radiofónico con la voz de Tom Waits, es capital. Rockabilly, blues y country marcan el devenir de unos personajes unidos y separados por la casualidad, en un notable trabajo de John Lurie en el que brilla la guitarra de Marc Ribot.
Yuki Kudoh, que gracias a esta película se dio a conocer fuera de Japón, es una de las mejores noticias de Mystery train a nivel interpretativo, pues su trabajo dando vida a la joven Mitsuko, divertida y enamorada, es notable. Masatoshi Nagase, que tampoco había trabajado fuera de su país natal, le da una buena réplica en un rol a la par pintoresco y lacónico. Nicoletta Braschi, que ya había aparecido junto a su pareja, Roberto Benigni, en Bajo el peso de la ley, luce en su papel de mujer crédula y acaudalada, perdida en mitad de la inopia, mientras que Elizabeth Bracco, actriz que se ha prodigado poco, cumple como joven neurótica que no calla ni debajo del agua. Joe Strummer, que ya había hecho sus pinitos en el cine más allá de los videoclips de los Clash, no da la impresión de actuar demasiado en el papel de un inglés pendenciero y de pocas palabras. Steve Buscemi sobresale, y mucho, como honesto peluquero arrastrado al delito por un par de desechos sociales, y el malogrado Rick Aviles da muy bien el pego como antiguo famoso en caída libre. Más allá de ellos, y de la voz de Tom Waits, destaco la labor del bluesman Screamin´Jay Hawkins, que ejerce de parco y estiloso recepcionista del hotel, con una integración tal en el puesto que no abandona ni una sola vez el mostrador. Otro gran nombre de la música, Rufus Thomas, tiene una aparición mucho más breve.
Los aficionados al cine de Jim Jarmusch coinciden en que Mystery train representa lo mejor de su obra, y la culminación del espelndor creativo que alumbró sus primeros años. Estoy de acuerdo con ellos.