MARAVILLAS. 1981. 94´. Color.
Dirección: Manuel Gutiérrez Aragón; Guión: Manuel Gutiérrez Aragón y Luis Megino; Dirección de fotografía: Teo Escamilla; Montaje: José Salcedo; Música: Miscelánea. Piezas de Nina Hagen, Ippolitov Ivanov y Gustav Mahler; Decorados: Félix Murcia; Producción: Luis Megino, para Arándano, S.A. (España).
Intérpretes: Cristina Marcos (Maravillas); Fernando Fernán Gómez (Fernando); Enrique San Francisco (Chessman); Francisco Merino (Tío Salomón); León Klimovsky (Santos); Eduardo McGregor (Simón); Gérard Tichy (Benito); Jorge Rigaud (Tomás); José Luis Fernández Pirri (Pirri); Miguel Molina, Yolanda Medina, José Manuel Cervino, Francisco Catalá, Emilio Rodríguez, Ofelia Angélica, Susana Osuna.
Sinopsis: Maravillas es una quinceañera que vive en la periferia de Madrid con su padre, un fotógrafo en paro que le roba dinero para pagarse sus vicios.
Maravillas es el quinto largometraje de Manuel Gutiérrez Aragón, director que representa como pocos las virtudes y defectos de la manera de concebir en el cine que se impuso en España después de la Transición. El film, uno de los más celebrados del cineasta cántabro, tuvo una carrera internacional más que digna, en parte por la corriente favorable hacia un país que volvía a la democracia tras varias décadas de oscurantismo, intenta romper con los tópicos de la cinematografía española de la época pero, como suele suceder en la obra de Gutiérrez Aragón, con resultados discretos.
Lo que se estilaba en la España de la época era el cine de género, con predominio de las comedias de destape y los dramas que retrataban el universo quinqui, aunque productores como Elías Querejeta y artistas de la talla de Víctor Erice y Carlos Saura ofrecían propuestas muy personales, que eran las que se exportaban aunque su predicamento entre el público nacional fuese limitado. De la mano de la incipiente comedia madrileña que triunfó con la Movida, surgieron directores que pretendían unir ambas tendencias y hacer un cine serio, pero comprometido en lo político y lo social, influenciado por corrientes con origen en Francia e Italia. Uno de ellos fue Manuel Gutiérrez Aragón, que tomó la alternativa en el tardofranquismo y con sus primeras obras se ganó un prestigio a mi parecer superior a la calidad de sus películas. A Maravillas le cuadra muy bien este comentario, pues sus intenciones están por encima de sus resultados. Su deslavazado guión, coescrito por el director y por Luis Megino, uno de los adalides del tipo de cine antes descrito, mezcla el realismo social, el drama adolescente, la diáspora sefardí, la magia y el thriller, sin dejar de participar en las modas imperantes, pues el film tiene algo de destape, y mucho de cine quinqui. Varios de estos elementos funcionan por separado, pero su unión en el libreto resulta forzada, cuando no inconexa. La protagonista es una quinceañera que, sin que sepamos muy bien por qué, ha pasado de niña prodigio a abrazar la delincuencia juvenil, y que mantiene una relación con su padre, un fotógrafo maduro y a la deriva, en la que se invierten los roles previsibles, pues es la joven quien ejerce de adulta ante su desorientado progenitor. Alrededor de este personaje se halla lo mejor de la película, que desaprovecha en parte el potencial de ese perdedor de manual, hundido desde la muerte de su mujer y que se refugia en el alcohol y, sobre todo, en la pornografía, vicios que paga robándole dinero a su hija, para no asumir su realidad. Se trata de un personaje abandonado (para empezar, por sí mismo) y digno de clemencia, pero Gutiérrez Aragón, después de mostrarnos lo desamparado que está ese artista en crisis, prefiere optar por lo pretendidamente iconoclasta y mezclarlo en una trama criminal, con un robo de valiosas joyas de por medio, que a duras penas se sostiene. Los amoríos de la protagonista, primero con un muchacho que no vuelve a aparecer en el film, y más tarde con un veinteañero que trabaja con uno de sus tíos, un mago con predilección por lo vertiginoso, no tienen excesivo interés, y el acercamiento a la delincuencia juvenil arraigada en el extrarradio de las grandes ciudades en el posfranquismo se hace desde una óptica culterana que le resta autenticidad.
A estas incoherencias narrativas hay que añadir que Manuel Gutiérrez Aragón es un director bastante soso en lo visual, capaz de puestas en escena aplicadas pero exentas de inspiración, como la que vemos en esta obra que, dicho sea de paso, ha envejecido mal, como la canción de Nina Hagen que acompaña a la joven protagonista en sus excursiones por el lado salvaje de la vida. La estética del film es plana, a pesar de que la labor de Teo Escamilla a la hora de iluminar el Madrid popular y la decadente casa que comparten Maravillas y su padre sea notable. José Salcedo es uno de los grandes editores españoles, por lo que el errático montaje de este film quizá se deba más a la inconcreción de un director con el que, por otra parte, había colaborado desde el principio.
Maravillas supuso el debut cinematográfico de Cristina Marcos, actriz barcelonesa de nacimiento cuya carrera prometía bastante más de lo que ha dado. Su mirada intensa ayuda a entender mejor los vaivenes adolescentes, muy pronunciados en lo que respecta a este personaje carente de ternura e inocencia, adulto en el peor sentido del término. El mejor del reparto es Fernando Fernán Gómez, excelente a la hora de encarnar a un hombre que se ha convertido en una parodia de sí mismo, y capaz de otorgar dignidad a alguien empeñado en no tenerla. Enrique San Francisco aporta oficio y desparpajo a un personaje más dotado de sentido práctico que de encanto, y Francisco Merino supera a casi todos en el rol del mago judío que tiene una peculiar forma de hacer que las criaturas venzan sus miedos. La interpretación de Emilio Rodríguez es claramente mejorable, y las de Gérard Tichy, Eduardo MacGregor o el director León Klimovsky tampoco pasan de correctas. José Manuel Cervino pasaba por allí, y quien roba alguna que otra escena es José Luis Fernández, El Pirri, uno de los iconos quinquis madrileños (por estos lares, la mitología barriobajera la marcaron las películas de José Antonio De La Loma).
Maravillas es una película del montón, más de su época de lo que hubiera querido y que se queda a medio camino de casi todo lo que propone.