THE OLD DARK HOUSE. 1932. 71´. B/N.
Dirección: James Whale; Guión: Benn W. Levy, basado en la novela Benighted, de John Boynton Priestley; Director de fotografía: Arthur Edeson; Montaje: Clarence Kolster; Música: David Broekman (Tema principal); Decorados: Russell A. Gausman; Producción: Carl Laemmle, para Universal Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Boris Karloff (Morgan); Melvyn Douglas (Penderel); Charles Laughton (Sir William Porterhouse); Raymond Massey (Philip Waverton); Gloria Stuart (Margaret Waverton); Lillian Bond (Gladys); Ernest Thesiger (Horace Femm); Eva Moore (Rebecca Femm); John Dudgeon (Sir Roderick Femm); Brember Wills (Saul Femm).
Sinopsis: Perdidos por carreteras comarcales galesas en mitad de una feroz tormenta, tres viajeros llegan a una mansión en la que pretenden pasar la noche a cubierto.
El caserón de las sombras es una película oscurecida por la inmensa fama de que aún hoy gozan las dos producciones de la Universal que James Whale dirigió antes y después de la mencionada: El doctor Frankenstein y El hombre invisible. El director británico, reacio a encasillarse en el género que a la postre le otorgó el pasaporte a la posteridad, mezcló el terror, la intriga y la comedia romántica en un cóctel tan interesante como irregular, en el que no faltan buenas dosis de ironía, ni la elegancia característica de Whale, esta vez puesta al servicio de una historia creada por el prolífico escritor John Boyton Priestley, que Benn W. Levy, quien ya había colaborado en el guión de otro éxito precedente del director, El puente de Waterloo, adaptó de un modo bastante libre.
El arranque del film es de muchos kilates: un coche, que transporta a tres pasajeros, se encuentra atrapado por un fuerte temporal en plenos bosques galeses. En los asientos de delante, un matrimonio discute en el baldío intento de salir del atolladero; detrás, un dandy pone la nota despreocupada dentro del vehículo. Ante la imposibilidad de volver atrás a causa de los desprendimientos en la carretera, los atribulados viajeros van a dar con una solitaria mansión, a la que acuden en busca de cobijo. Culminado el prólogo, comienza la película de verdad, y lo hace con la inquietante imagen (en el que es, sin duda, uno de los mejores planos de esta obra) del rostro del mayordomo de la estancia, que abre la puerta a los forasteros de un modo que despertaría las alarmas de cualquiera que no padezca de inconsciencia. Ajenos al ambiente lúgubre del lugar, los viajeros solicitan refugio a los dueños de la casa, dos hermanos que están camino de la vejez y que reciben a sus improvisados huéspedes de acuerdo a sus respectivos temperamentos: mientras el hombre se muestra hospitalario y deja entrever un carácter pusilánime, ella, parlanchina y muy religiosa, observa con recelo a los recién llegados. Entre la distendida charla y la poco tranquilizadora presencia del mayordomo, que por más señas es mudo, llegan a la mansión otros dos viajeros atrapados por la tormenta, en este caso una pareja formada por un aristócrata inglés y su joven amante.
Quien haya leído este resumen de la historia estará de acuerdo en que da pie perfectamente a una obra de terror puro, pero Levy y Whale se decantan por un híbrido en el que el romance entre el simpático y locuaz tercer pasajero del primer vehículo y la querida del caballero chirría de manera ostensible, por forzado y por tópico. El film funciona mucho mejor cuando se centra en la intriga, en especial desde que, pasada la cena, los forasteros se diseminan por la estancia y descubren que en ella habitan otros personajes, cuya presencia desconocían, que les revelarán aspectos poco edificantes de la vida en aquella casa. Hay que aclarar, eso sí, que predomina de forma clara el misterio frente al terror. Whale, que tenía muy asimiladas las claves estilísticas del expresionismo, las utiliza para generar intriga en el espectador, pero en la puesta en escena se decanta por un refinamiento más cercano a la escenografía de las comedias de época que a la voluntad de causar miedo. A esas alturas, muchas de las características del film, como los claroscuros o la exagerada gestualidad, son muy deudoras del cine mudo. La música es un tanto ampulosa, y subraya la acción más que acompañarla o enriquecerla. Es de alabar la concisión del relato, que en poco más de una hora tiene tiempo de explicar una historia con numerosas ramificaciones y de transitar por distintos géneros cinematográficos.
Hace bien James Whale en alabar al reparto en los títulos finales de la película, porque quienes lo forman son, a todas luces, lo mejor de la película. Boris Karloff compone un personaje con mucho en común con el que le dio la fama, el de monstruo de Frankenstein. Sus apariciones en pantalla crean el necesario desasosiego en la audiencia, pero su personaje es el más perjudicado por el hecho de que el film se aleje del terror de muy distintas maneras. Melvyn Douglas sabe sacarle un gran partido a un personaje al que el guión, un punto superficial, no logra hacer creíble. El mérito de que la transformación de distendido comediante a resuelto galán romántico no descarrile del todo es de Douglas, sin duda. Por su parte, Charles Laughton, que por entonces empezaba a asomar con fuerza en el mundo del cine, hace una de sus habituales exhibiciones interpretativas en la piel de un tipo cultivado y snob que acepta con incuestionable caballerosidad los reveses amorosos. La cuarta gran estrella masculina del reparto es Raymond Massey, por entonces también un cuasidebutante, cuyo trabajo en nada desmerece el de sus compañeros, en su caso dando vida a un hombre dotado de inteligencia y carácter. Lillian Bond es, de todo el elenco, quien menos destaca, en parte por lo estereotipado de su personaje, mientras que Gloria Stuart, una notable actriz muy del gusto de Whale, se erige como una de las piedras angulares de la función luciendo una gran variedad de registros dramáticos. Ernest Thesiger, que años atrás había rodado a ls órdenes de un joven londinense llamado Alfred Hitchcock, hace una interpretación soberbia como empequeñecido anfitrión, formando una gran pareja con otra notable actriz británica, Eva Moore. Destacar, por último, que una dama de las tablas inglesas, Elspeth Dudgeon, interpreta a un hombre anciano haciendo uso de un seudónimo masculino.
No estamos ante una película redonda, pero El caserón de las sombras es digna de no quedar en el olvido por la brillantez de algunas escenas, como el prólogo o la aparición del hermano oculto, y la labor de su impresionante reparto.