LA NARANJA PROHIBIDA. 2021. 77´. Color.
Dirección: Pedro González Bermúdez; Guión: Pedro González Bermúdez y Javier Morales Pérez; Dirección de fotografía: Raúl Cadenas; Montaje: Pedro González Bermúdez; Música: Guillermo Farré, Remate; Producción: José Skaf e Iria López Fuenteseca, para Turner Broadcasting System (España).
Intérpretes: Malcolm McDowell, Carmelo Romero, Vicente Molina Foix, Gustavo Martín Garzo, María Calleja, Fernando Herrero, Jesús Ojeda, José Miguel Ortega, María Aurora Villoria, Paco Gratacós, Pedro del Río, Teresa Blanco, María Dolores Ortega, Paco de la Fuente.
Sinopsis: Crónica de cómo La naranja mecánica, película prohibida en España, logró exhibirse en plena dictadura en la Semana de Cine de Valladolid.
Ahora que cada vez me produce más indiferencia eso que suele entenderse como arte comprometido, es decir, asociado a la ideología política que se nos pretende inculcar, disfruto con otro tipo de compromiso, el que rinde tributo a aquellos artistas que, en contraste con quienes acostumbran a ensuciar hemiciclos, nos alegran la existencia con sus obras. Por eso sigo con interés los documentales que, desde hace años, factura de manera impecable Pedro González Bermúdez para TCM. El último al que me he acercado, La naranja prohibida, habla mucho de política, pero aún más de arte: el que surgió del talento de Stanley Kubrick hace poco más de medio siglo. Es, a su vez, una pequeña lección de historia, pues disecciona los entresijos de un hito cultural en la España tardofranquista: cómo una película salpicada por el escándalo, que Kubrick había retirado por iniciativa propia de los cines británicos, que había sido recortada, o directamente prohibida, en otros muchos países, y que por supuesto no había pasado los filtros de la esforzada censura patria, pudo proyectarse en la Semana Internacional de Cine de Valladolid, pocos meses antes de que el dictador regresara a la nada de la que, como todo mortal, surgió, después de su lamentable paso por la Tierra.
Para ubicar a quienes todavía no peinan canas y aún tienen algo que peinar, en la España de los 70 había auténticas peregrinaciones más allá de los Pirineos para ver allí las numerosas películas que los celosos guardianes del orden moral y las buenas costumbres no permitían exhibir en España. Ni qué decir tiene que el principal objetivo de esas romerías paganas era ver carne, pero algunas veces nuestros inquietos compatriotas se encontraban con obras de una dimensión artística superior, como El último tango en París, El manantial de la doncella o… La naranja mecánica. El impacto de esta película fue tal que, cuando aún estaba prohibida en España, se estrenó un film, dirigido por Eloy de la Iglesia, que estaba a medio camino entre el homenaje y el plagio a la adaptación que Kubrick hizo de la novela de Anthony Burgess, y que se tituló Una gota de sangre para morir amando. Para adornar un poco más el asunto, conviene recordar, y así lo hace la película de González Bermúdez, que el Festival de Cine de Valladolid inició su andadura dedicado al cine religioso, hasta que, años después, y dada la escasa calidad de la mayoría de las cintas de esa temática, se añadió la coletilla De valores humanos, que abrió camino a un espectro más amplio en lo que se refiere a la temática y, sobre todo, al nivel artístico. Hechas las presentaciones, Pedro González Bernúdez se rodea de multitud de testimonios de primera mano, contando con dos aportaciones valiosísimas: la de Malcolm McDowell, protagonista de la película y que aquí ejerce como narrador y comentarista, y Vicente Molina Foix, que trabajó estrechamente con Kubrick en las versiones españolas de varios de sus films y llegó a conocer bien a este cineasta genial y meticuloso hasta tal extremo que, una vez superada la infinidad de trabas burocráticas a las que tuvo que enfrentarse el plan de proyectar La naranja mecánica en una ciudad con bien ganada fama de conservadora, fuera el propio director quien cancelara la exhibición prevista al no contar las salas escogidas para ello con las condiciones que Kubrick exigía a los lugares en los que los espectadores verían sus obras. Así que Carmelo Romero, director del certamen, y su equipo de colaboradores, no sólo tuvieron que engañar a la censura franquista, sino al propio autor de la película para que ésta pudiera verse en su ciudad. La entusiasta respuesta del público pucelano prueba que el esfuerzo mereció la pena. En esto, La naranja prohibida es la crónica de un triunfo de la cultura.
González Bermúdez elabora un film conciso, didáctico y ameno, que comienza con la voz de McDowell hablando de la relevancia de un film por el que siempre será recordado, a la vez que contextualiza el verdadero núcleo del documental, que es narrar las vicisitudes de la que fue la primera proyección pública en España de una de mis películas favoritas de todos los tiempos. Poco a poco toman el protagonismo los artífices de aquella exhibición, así como algunos privilegiados testigos del evento, como el escritor Gustavo Martín Garzo. articulando un relato en el que tienen cabida la cinefilia, las ansias de libertad de varias generaciones de españoles, los prejuicios morales en contra del arte, la picaresca hispánica y el impacto de una película que continúa siendo transgresora pese a que todos hemos visto después imágenes mucho más explícitas que las que ilustran las correrías de Alex DeLarge y sus drugos, pero casi siempre con una altura artística mucho menor. El documental sigue un orden cronológico, y culmina en un epílogo a la vez interesante y descorazonador: la proyección de la película a un grupo de adolescentes de hoy a los que, como mucho, les suena La naranja mecánica, pero que no la han visto. Después, muchos coinciden en que una película así no podría hacerse hoy… lo cual, por cierto, es falso: se haría, porque cosas más explícitamente violentas se ruedan cada día (eso, sin hablar de internet), pero al margen de los circuitos comerciales, y seguramente por alguien con mucho menos talento. Porque, como decía, si La naranja mecánica sigue siendo subversiva es tanto por lo que explica, como sobre todo por lo maravillosamente bien que lo explica. Su calidad impide obviar su discurso, al menos a quienes no quieran parecer estúpidos.
No sólo los fanáticos de Stanley Kubrick están invitados a La naranja prohibida. Cualquier cinéfilo, o más bien todo aquel que sienta curiosidad por conocer cómo era este país en los últimos años de la dictadura, debería verla.